Hace tiempo que quería reseñar la obra maestra de Werner Herzog. Y, si hablar de esta película no es fácil, filmarla debe haber sido una hazaña inverosímil. "Fitzcarraldo", basada en la vida real de una persona que existió realmente, pero transformada en una serie de imágenes alegóricas cargadas de simbolismo, camina todo el tiempo sobre una cuerda floja finísima entre la narración literal y la metáfora: inclinarse demasiado hacía cualquier lado hubiese significado un fracaso total.
Carlos Fitzcarrald fue un hombre excéntrico, del que en Perú se cuentan varias anécdotas curiosas, pero no conquistó el Asia, ni descubrió la penicilina: Su vida no es lo suficientemente interesante, por sí sola, para justificar una película. Y, si el film se hubiese ido demasiado por el lado de la alegoría: "Por si no se han dado cuenta, esta escena representa la lucha del Hombre contra la naturaleza", nos hubiese quedado una película "artística" (en el peor sentido posible de esa palabra). Pero los símbolos están ahí: no necesitamos que nos los expliquen y, al mismo tiempo, todos los personajes se sienten como personas de carne y hueso. El realismo del film es precisamente lo que le da su valor poético.
Fitzcarraldo creía LITERALMENTE en el poder civilizador de la ópera: y quería llevarlo a Caruso a cantar para los jíbaros, razonando que alguien no podía seguir siendo un salvaje después de oír a Caruso. Intentó tender una línea ferroviaria a través del Amazonas y arrastró un barco kilómetros por tierra seca. ¿Estaba loco? Como una puta cabra. Y, sin embargo, ¿Qué hemos estado haciendo los últimos 5.000 años sino arrastrar un barco por tierra seca o tratar de civilizar a los jíbaros con óperas? La locura de Fitzcarraldo es la locura de la civilización. Una locura, como la de Don Quijote, llena de nobleza.
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2001 películas de cine
Non-FictionUn recopilación de reseñas, críticas y reflexiones acerca de algunas películas que he visto.