Capítulo 3.

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-¿Gris? ¿Enserio?-preguntó Liam cuando nos disponíamos a destapar los botes de pintura.

Cuando sus padres ya habían decidido irse a casa a eso de las cuatro, Liam se había quedado para ayudarnos a pintar la habitación y, de paso, pasar tiempo conmigo. Bueno, quizás el orden fuera al revés.

Por lo que Liam me había contado al subir a mi habitación, continuábamos siendo amigos e incluso habíamos comenzado a vernos con más frecuencia. Liam no iba a mi mismo instituto, con lo cual nos veíamos de vez en cuando, normalmente cuando nuestros padres se juntaban.

Se me pasó por la mente que Liam podría mentirme. Tenía a su alcance el poder de manipular cualquier cosa que me hubiese hecho en el pasado y yo, por culpa de la amnesia, no recordaba. Él, y cualquier persona, podrían empezar conmigo desde cero sin disculparse por sus errores que quizás nos hubieran distanciado. Todo el mundo podría engañarme.

Pero confiaba en Liam. Me dije que tenía que confiar en él porque, tras la amnesia, lo único en lo que puedes confiar de la gente es que te diga la verdad, porque es imposible saber si mienten.

La confianza, pensé, es lo único que me queda. Y era lo más complicado y arriesgado. Por mucho que confíes en alguien, siempre tendrá la tendencia de decepcionarte.

-¿Qué pasa con el gris? ¡Es perfecto!

-La verdad es que yo las hubiera pintado de...

-Azul, ¿verdad?-terminó mi hermano, de brazos cruzados junto a mí.

-En realidad, iba a decir de verde-contestó Liam-. Pero es tu habitación, Al, tú eliges.

-No me llames así. Al... por dios, es horrible-arrugué la nariz.

-Mejor princesita, ¿verdad?-se burló mi hermano.

-En mi DNI pone que me llamo Alice. Ni Al, ni princesita, ni ningún otro mote estúpido. Alice.

Leah se rió con voz aguda, sentada en la cama cubierta por un plástico para que no se manchara de pintura.

Había recogido su melena pelirroja en una trenza de espiga.

Excepto la cama y un sillón, habíamos sacado todos los muebles al pasillo, que era lo bastante amplio para que cupieran todos. Tampoco es que hubieran muchos muebles. Un escritorio, una silla, dos mesitas de noche y alguna que otra foto en la pared. El armario estaba empotrado y era imposible sacar los estantes de la pared, así que solo tuvimos que retirar los libros y objetos.

Me había puesto la ropa más vieja que tenía, al igual que mi hermano, el cual le había dejado una camiseta vieja a Liam. Le quedaba algo grande, ya que mi hermano era más musculoso y grande que él.

-¿Empezamos?-dijo Leah dando una palmada con emoción.

Seguía pensando que su reciente emoción no se debía a que fuéramos a pintar la habitación, si no porque se encontraba cerca de mi hermano.

Logan nos dio un rodillo de pintura a cada uno, los cuales habíamos encontrado en el trastero. Mi padre los compró cuando pintó la habitación naranja. Como no nos habíamos acordado, habíamos comprado dos nuevos en la tienda. Quizás fuera el destino el que juntó a cuatro personas para que utilizaran los cuatro rodillos. O el azar. O lo que sea que maneje la vida. Aunque siempre había pensado que éramos nosotros mismos los que decidíamos lo que nos pasaba, los que debíamos tomar un camino y así dar forma a nuestro futuro con nuestras propias manos. ¿Cómo iba a ser que algo ajena a ti, a todos nosotros, manejara nuestros destinos? Si tomabas una mala decisión no era culpa del destino, ni del azar; era culpa tuya. Y lo mismo ocurría con las buenas decisiones. Todo lo que ocurría en tu vida dependía de ti y no había por qué calentarse la cabeza con otras fuerzas sobrenaturales. Al menos, eso era lo que yo pensaba.

Amnesia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora