Prólogo

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Una pequeña niña jugaba sentada en la alfombra, el chisporroteo de las llamas era su compañera en esos momentos. Estaba bastante entretenida que no notó la inquietud de sus padres. Los adultos evitaron hablar frente a ella, su padre caminaba de un lado a otro, como un león enjaulado que necesitaba desesperadamente salir; se acarició la barba de varios días que cubría su mentón y parte de sus mejillas. Su esposa, se encontraba más tranquila que él tratando de perderse en el libro que tenía abierto sobre sus piernas.

—Robert, deberías de relajarte —expresó la mujer sin siquiera levantar la vista.

—No puedo.

—Estás exagerando, no pasará nada.

—No exagero mujer. —Detuvo brevemente su andar—. Tengo un extraño presentimiento. —Volvió a retomar su caminata con más nerviosismo que antes.

—¡Papá! Detente, me mareas.

—Lo siento, hija. —Tomó entre sus brazos a la niña con cariño, alborotando su largo cabello castaño.

La besó y mimó, su sonrisa era lo único que lograba tranquilizarlo; su esposa no pudo evitar verlos con amor, enternecida por la escena, sin embargo, ella también sentía algo de incertidumbre. Debía guardar la compostura ante su marido, alejó sus malos pensamientos sin dejar de escuchar esa vocecita en su cabeza que le recordaba el miedo. Se acercó al hombre, fundiéndose en un abrazo de familia, pero aquel momento fue interrumpido por una bola de luz blanquecina. Tomó forma de lince, una voz pausada salió de él: Harry Potter está en Hogwarts. Daremos batalla.

—Robert... —Se llevó las manos a la boca por la impresión.

—Tengo que ir. —Se separó de su familia, dejando nuevamente a su pequeña en el suelo.

—Voy contigo.

—No.

—Soy miembro de la Orden del Fénix. —La mujer puso los brazos en jarra, observó a su marido con cierto resentimiento en sus ojos.

—Lo sé, pero no puedes ir.

—¿Por qué? Necesitarán varitas.

—No...

—No te estoy pidiendo permiso.

—No está a discusión —declaró duramente.

—Eso no me va a detener.

—¡No, Mary! Te quedas —alzó la voz—. Haré lo que esté en mis manos para proteger a mi familia, y eso incluye que te quedes en casa—. Sus ojos grises buscaron con desesperación los ojos chocolate de ella—. Son todo para mí, no quiero que nada les pase.

—Yo tampoco quiero que te pase algo, Robert. Pero...

—Por favor, Mary.

—Te amo Robert. ¿Lo sabes? —Se acercó a él y lo abrazó.

—Lo sé —respondió con una sonrisa—. Ahora, acabar con esa mierda.

—¡Robert! Está tu hija presente —regañó, pero la pequeña no prestaba atención.

Buscó los labios de su esposa para besarla, quizás por una última vez. Robert Green estaba dispuesto a dar su vida por la de su familia. Decidido a que no les pasara nada, se puso su túnica, guardando entre los pliegues su varita, y antes de desaparecer por la puerta, besó en la frente a su hija.

—No olvides que te amo.

—Yo también, papi. —Dio un último vistazo a su esposa e hija antes de salir por la puerta, con el pensamiento latente de que, quizás se perdería el crecimiento de su pequeña. Estaba dispuesto a darle un futuro mejor, eso era lo que motivaba sus acciones. Lucharía por una causa, por defender sus ideales, pero sobre todo para que su familia viviera sin temor.

Plumas de FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora