CAPÍTULO 11

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Esteban hizo una mueca después de terminar su llamada de larga distancia.

En un principio, había planeado pasarse la mañana inspeccionando la casa recientemente acabada, en vez de lidiar con un problema de trabajo.

Algunas cosas necesitaban los retoques finales. Habría sido más fácil contratar a un equipo de albañiles especializados en construcciones exclusivas, sobre todo, teniendo en cuenta el innovador diseño del arquitecto. Él había optado por utilizar mano de obra local, trabajadores jóvenes que todavía estaban aprendiendo, bajo estricta supervisión.

Él sabía lo que se sentía al ser joven y sin recursos, luchando por abrirse paso en una profesión.

Apartó la silla del escritorio y estiró las piernas, mirando por la enorme ventana con vistas al mar.

Su inquietud no tenía tanto que ver con los problemas en el trabajo, sino con la actitud de María.

Esa mañana, cuando la había despertado, se lo había pensado mejor y había decidido que sería mejor dormir un poco más. Solo de pensar en ella su erección crecía. Tan poderoso era el efecto que le causaba.

Pero María había estado agotada. Por eso, había cambiado de idea. Había pensado que una ducha le daría tiempo a María de recuperarse de nuevo, antes de retomar sus juegos amorosos.

Sin embargo, a su regreso del baño, ella había desaparecido. Y, cuando él había ido a su cuarto, se había encontrado la puerta cerrada con llave.

Sumido en sus pensamientos, Esteban ladeó la cabeza y se frotó el cuello contraído.

No podía entender a esa mujer. Había estado encantada de tener sexo con él. Más que eso. ¡Había sido increíble la forma en que se había entregado a él! Le había dado todo de sí misma, mucho más de lo que él había esperado.

Paralizado, recordó cómo ella había gritado de placer y cómo lo había abrazado con fuerza con brazos y piernas. Él había perdido la noción de dónde acababa su cuerpo y dónde empezaba el de su amante.

Nunca había disfrutado del sexo con tanta intensidad. Estar con ella era diferente.

¿Sería porque estaba embarazada de su hijo?

Se miró el reloj. Era casi mediodía. Era hora de encontrar a María y hablar del futuro.

La encontró, al fin, en la piscina gigante que había al final de la terraza de cristal. Pero no estaba bañándose, ni tomando el sol. Estaba con uno de los jóvenes trabajadores que habían construido la casa. Estaban pegados el uno al otro, sus cabezas juntas, asomados al acantilado desde el borde de la terraza.

-¿Qué están haciendo? -inquirió Esteban, furioso. ¿Cómo se atrevía ese chico a ponerse tan cerca de María?

Las dos cabeza miraron hacia arriba de golpe, como impulsadas por un resorte. El joven parecía nervioso, pero María sólo ladeó la cara con gesto interrogativo. Llevaba unos pantalones cortos vaqueros y una blusa azul sin mangas, atada a la cintura. El sol pintaba su cabello moreno con mechas caoba.

Algo dentro de Esteban se estremeció al verla. Parecía fresca como el rocío de la mañana, a excepción de la sombra de ojeras bajo los ojos y una mota de barro en la barbilla. Tuvo que contenerse para no tomarla entre sus brazos.

¿Había sentido algo así alguna vez por una mujer? Intentó recordar si había experimentado una respuesta tan visceral hacia Ana Rosa, su ex novia, pero no lo consiguió. El corazón nunca se le había lanzado al galope solo con verla. Tampoco la había visto nunca tan sencillamente vestida. Ana Rosa siempre había llevado ropas caras y maquillaje impecable. Después de que hubieran hecho el amor, siempre había corrido al baño para arreglarse en el espejo. Nunca se había tumbado con él con el abandono con que María había yacido a su lado la noche anterior.

ATADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora