CAPÍTULO 8

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El niño es mío? ¿Está absolutamente seguro? -preguntó Esteban, apretándose el teléfono a la oreja.

-Sí, es suyo -dijo una voz al otro lado de la línea y siguió hablando sobre genética y porcentajes.

A Esteban se le aceleró el corazón. Sentía algo parecido a... ¿alegría?

Nada podía haberlo preparado para la profunda respuesta visceral que invadió su cuerpo.

Su hijo.

Su familia.

Las palabras resonaban en sus oídos, la sangre se le agolpaba en las venas.

-Gracias -dijo él, interrumpiendo al médico al otro lado del teléfono-. Sí, quiero el informe escrito.

Después de colgar, Esteban posó la vista en la ventana, hacia las calles de Londres. El cielo era una mezcla de azul y nubes grises. Todavía no se había acostumbrado a tanta lluvia, a pesar de que se había mudado a vivir en Inglaterra hacía diez años.

De pronto, sintió nostalgia del sol de su país natal. Recordó el olor de hierbas silvestres, la sal en el aire, la libertad de correr libre en la playa.

En Inglaterra, tenía un proyecto a medio empezar, la casa de retiro que iba a comprar en la campiña inglesa. Pero sus negocios estaban en la ciudad.

Debía pensar lo que era mejor para su hijo. Al menos, una cosa era segura. Su bebé crecería protegido y bien cuidado. Sería amado como él mismo nunca lo había sido.

Sumido en sus pensamientos, tomó el teléfono.

-¿Grecia? ¡No lo dices en serio!

-Es una idea excelente.

Al percibir la tranquila firmeza en la voz de Esteban, María estuvo a punto de ponerse histérica.

¿Qué iba a hacer ella en Grecia?

Respiró hondo una vez. Dos. Estaba encogida bajo el saliente de un tejado, en la calle, para cobijarse de la lluvia que ya le había empapado los pantalones, mientras iba a pie al trabajo.

Entonces, una imagen que había visto una vez en una foto asomó a su mente. Barcos de colores brillantes meciéndose en aguas cristalinas, en un puerto bañado por el sol. Toda la escena invitaba a la calma, a la felicidad.

Un frío goterón de lluvia le salpicó en la mejilla y le corrió por el cuello.

María tiritó.

-No puedo dejarlo todo para ir a Grecia. Tengo un trabajo y...

-Eso no es problema.

La voz profunda y varonil de Esteban la hizo estremecer, pero no de frío.

Ese hombre ni siquiera le caía bien. ¿Pero por qué reaccionaba así a él?

-Lo siento. No te entiendo.

-He hablado con tu jefa.

-¿Qué has hecho qué? -le espetó ella, levantando la voz.

-Le expliqué que necesitabas descansar y recuperar fuerzas...

-¿Le has dicho que estoy embarazada? -inquirió ella, furiosa. Esteban San Román tenía el maldito talento de sacarla de quicio.

-Claro que no. Solo le he dicho que estoy preocupado por tu salud.

-Eso no es algo que tengas que hablar con mi jefa -dijo ella. No podía permitirse el lujo de irse de vacaciones-. Si quiero pedir unos días libres, lo haré yo misma. Pero no puedo.

ATADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora