CAPÍTULO 14

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Esteban la estaba esperando cuando ella entró en el dormitorio con el cuaderno de dibujo en la mano.

-Tenemos que hablar -dijo él. Necesitaba tener clara la respuesta de María, en ese momento.

Ella se quitó el sombrero de paja que llevaba, dejando caer suelto el pelo largo y moreno sobre la espalda. Los pechos turgentes se le marcaban bajo la fina blusa.

O hablaban o hacían el amor, pensó Esteban. Y llevaban semanas volcándose en lo segundo. Era hora de controlarse y llegar a un acuerdo.

-Claro -repuso ella, mirándolo- ¿Puedo ducharme antes?

-No -negó él. Si se duchaba, se sentiría tentado de acompañarla-. Acabaremos enseguida. Tenemos que zanjar esta cuestión.

María no preguntó a qué cuestión se refería. Debía de haber estado esperando esa conversación.

-Bueno. Pero vayamos a la piscina. Así puedo mojarme los pies mientras hablamos.

Esteban asintió y la siguió hasta allí. Contempló su trasero mientras ella andaba y el delicioso contoneo de sus caderas. Su cintura parecía haberse ensanchado un poco. Estaba ansioso por ver su cuerpo cambiar con el embarazo. Pensar que estaba embarazada de su hijo era una de las cosas más eróticas que conocía.

-¿Quieres hablar sobre el contrato? -preguntó ella, cuando estuvieron sentados en el borde de la piscina.

-Tenemos que prepararnos para la llegada de nuestro hijo -señaló Esteban.

Y se calló que le molestaba no haber llegado a un acuerdo. Había tenido pesadillas en que María le tiraba el contrato a la cara y lo abandonaba, llevándose a su bebé. Él no iba a dejar que eso sucediera, se dijo, apretando la mandíbula.

-Tienes razón -admitió ella con los ojos clavados en el agua-. Pero me pides demasiado, Esteban.

-¿Qué necesitas para convencerte?

Despacio, María se giró hacia él. Su expresión era más sombría que nunca.

-Háblame de Héctor San Román.

-¿Qué tiene que ver él con nosotros? -preguntó Esteban, conmocionado al oír el nombre.

María se encogió de hombros.

-Necesito comprenderte antes de comprometerme contigo.

Esteban trató de mantener la calma. Si contarle la historia de su padre ayudaba a que ella se convenciera de firmar el acuerdo, ¿por qué no hacerlo?

-Pensábamos que era mi padre. Luego, descubrimos que no. Él se puso furioso porque mi madre lo había engañado y le había hecho criar al hijo de otro -recordó él, reviviendo la angustia que había sentido entonces-. Me echó de su casa y no he vuelto a verlo.

Héctor había estado tan furioso ese día que había sujetado a Esteban de los hombros y había intentado echarlo él mismo por la puerta. Esteban, dolido y enfadado, había perdido el equilibrio y se había estrellado contra el suelo de piedra. El viejo había cerrado la puerta tan rápido que, probablemente, no se había dado ni cuenta de que Esteban se había hecho daño.

María lo tomó de la mano, sacándolo de sus recuerdos, y lo miró con ojos llenos de empatía.

-Debió de ser horrible. ¿Pero no quieres volver a verlo? Después de todo, te crió como un padre. Debió de sentirse muy traicionado. Tal vez, se arrepiente de cómo se comportó contigo.

Esteban se fijó en la mano de ella. Temblaba, como si estuviera nerviosa ¿Pero por qué?

-No tengo interés en volver a verlo. Me desheredó. Me prohibió ver a mis hermanos. Perdí a mi prometida por su causa -replicó él. Aunque la última parte, lo relacionado con su prometida, había sido una bendición en realidad. Se había librado de una mujer que solo lo había querido por su dinero.

ATADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora