CAPÍTULO 15 - (Final)

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Esteban estaba nervioso. Por primera vez en su vida, temía que su plan no funcionara.

Respiró hondo para calmarse y entró en la galería de arte londinense.

La primera sala estaba vacía. La exposición no empezaría hasta dentro de una hora y, técnicamente, la galería estaba cerrada. Entró en las salas adyacentes, sin apenas fijarse en los retratos que colgaban de las paredes. Hacía unas horas, cuando había ido allí a hablar con Felipe, los cuadros de la madre de María lo habían conmovido hondamente. El retrato de su marido, con las mangas enrolladas y el pelo revuelto, era uno de los más emotivos, pues irradiaba calidez y amor.

Ese era el mundo que María había habitado de niña. No era raro que ella se negara a firmar ese maldito contrato, pensó.

De pronto, oyó su voz. El corazón le dio un salto en el pecho. Aunque solo había pasado una semana desde que ella se había ido de Grecia, a él le parecían siglos.

-Ah, señor San Román, me alegro de verlo -saludó Felipe, el dueño de la galería.

Esteban observó el rostro perplejo de María. Estaba bellísima.

-¿Qué haces aquí?

-Le dije a Felipe que quería ver la exposición antes de la inauguración - informó Esteban. Felipe había estado contento de concertar ese encuentro con María sin decirle nada a ella, y de hacer migas con un coleccionista tan influyente como él-. Necesitaba verte -confesó.

-Ya está todo hablado -le espetó ella, tocándose el medallón de ópalo con la mano como si fuera una especie de talismán-. Es hora de dejarle el resto a los abogados -añadió con ojos empañados por la emoción de verlo de forma tan inesperada.

-Nada de abogados -repuso él, ansiando tomarla entre sus brazos. Quería asegurarle que todo saldría bien, que no tenía por qué preocuparse. Pero estaba muerto de miedo.

-¿Cómo?

-Lo que hay entre nosotros no es cosa de abogados. Ella se puso pálida y apretó los labios.

-Lo siento, Esteban. No puedo hablar de esto aquí, ahora -indicó ella, señalando a los retratos de su madre.

-Imagino que esto es difícil para ti. Pero es maravilloso también. Los cuadros de tu madre son impresionantes. Tenía mucho talento. Igual que tú.

Sin poder resistirse, Esteban le tocó el brazo desnudo. Los dos contuvieron la respiración. Su contacto se convirtió en una caricia, suave como una pluma. Sintió cómo ella se estremecía.

-Tienes razón -murmuró él, inhalando el dulce aroma a azahar y a María que tanto había echado de menos-. Este no es el sitio apropiado -admitió y tiró de ella con suavidad para llevarla a la última sala de la exposición-. Hay algo que quiero que veas, por favor.

Ella no se negó. Entraron en una sala donde la iluminación se dirigía al único cuadro que había en las paredes. Un exquisito retrato de una madre con su hijo.

-¿Cómo? Felipe no me habló de esto -dijo ella, petrificada, con la vista clavada en el cuadro.

-Fue una decisión de última hora -repuso él, sin dejar de mirarla mientras a ella se le pintaba el rostro de emoción-. Espero que te guste verlo otra vez...

-¿Ha sido cosa tuya? -preguntó ella, perpleja.

-Llevo semanas negociando para comprarlo. Quería dártelo cuando aceptaras quedarte conmigo.

María parpadeó. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Es un gesto muy bonito.

María contempló el rostro de Esteban, perfectamente afeitado, tenso, con un brillo de inseguridad en los ojos. Nunca lo había visto tan vulnerable.

ATADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora