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Apenas eran las dos de la tarde, pero Luisita y Amelia ya estaban como para dormir hasta el día siguiente. Apenas se podía caminar por La Gran Vía en vísperas de Navidad, y habían elegido justo un sábado por la mañana para comprar los regalos, claramente una mala elección. Pensaban que se ahorrarían algo de estrés comprando los regalos navideños en Madrid para ya dejarlos directamente en casa de los Gómez, que es donde pasarían la Navidad, pero lejos de ser una mañana relajada, habían estado haciendo filas en los negocios y soportando la multitud y el bullicio por horas. Apenas terminaron se subieron al coche, apoyaron la cabeza en el asiento y cerraron los ojos unos segundos, lo único que deseaban era volver a su tranquilo chalet en Málaga para descansar, pero antes habían quedado con Manolita para ayudarla a comprar algunas cosas que necesitaba para su emprendimiento de pastelería, cosas que claramente no comprarían en La Gran Vía. Antes debían pasarla a buscar por una casa de té que quedaba en el barrio de Mirasierra, así que tenían de unos veinte a treinta minutos de viaje. Inés, una de las profesoras de un curso de pastelería que Manolita había terminado unos meses atrás, daría por única vez un seminario de media jornada en aquel lugar. Cuando llegaron a la casa de té, aparcaron el coche, y cuando miraron el reloj se dieron cuenta de que aún faltaba casi una hora para que la charla terminara, así que decidieron que sería buena idea comer algo y de paso relajarse un poco. Entraron al lugar y enseguida se sintieron como en casa, era una de esas cafeterías estilo alemana, toda en madera con flores en las ventanas y carteles con tipografía romántica. Apenas entrabas había un mostrador que debajo tenía una vitrina en la cual se podía ver una gran variedad de pastelería, muffins y macarones, todo perfectamente ordenado en sus respectivos platos y bandejas. Luisita, que tenía una importante obsesión con el orden y la limpieza, estaba maravillada con aquel lugar y hasta podía jurar que todo estaba ordenado de manera que los colores combinaran. Por supuesto que Amelia no le dio mucha importancia a eso, sin embargo, se sorprendió al ver las paredes con decoraciones de escritos y fotografías de varias de regiones de España. Era un sitio encantador, y como era mediados de diciembre y hacía mucho frío, eligieron una mesa cerca de una hermosa chimenea. El local estaba vacío y eso les llamó un poco la atención, un sitio que parecía salido de un cuento de los hermanos Grimm debería ser visitado por más gente, pero en vez de eso, todas las mesas estaban vacías. De repente oyeron una voz que se acercaba.

- Buenas tardes jovencitas, abrimos a las tres y media – dijo una señora de unos sesenta y pico mientras miraba su reloj de mano

- ¡Oh disculpe! Estaba abierto y por eso entramos, en realidad estamos esperando a mi madre que está en el seminario – explicó Luisita

- No os preocupéis que igualmente les pongo algo, hace frío para esperar afuera – dijo la señora amablemente

- Bueno si no importunamos... - dijo la rubia 

- ¡Claro que no! Es un gusto teneros aquí, ¿que os pongo? - 

 - Quisiera un café y un brownie, por favor – dijo Luisita

- Y yo otro café y una porción de esa tarta de chocolate con crema que tiene un pinta – dijo Amelia señalando uno de los pasteles de la vitrina – ¿Cocina usted? –

La señora terminó de apuntar el pedido en una libreta pequeña y levantó la vista para responder. – ¡No que va!, ni siquiera se cuanto azúcar llevan los bizcochos, yo solo preparo el café, mi esposa cocina, a ella se le da muy bien – dijo soltando una risa que hizo reír a la rubia y a la morena - Ya os traigo el pedido –

Unos minutos más tarde, llegaron a la mesa dos tazas humeantes junto a un brownie tibio y a una porción de tarta de chocolate con extra de crema. Sin decir palabra empezaron a comer, estaban famélicas.

Te amaré por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora