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- ¡Ya lo veo!, ¡vamos Amelia!, ¡puja una vez más cariño! – exclamó la obstetra

- ¡No puedo más! ¡no puedo! – se quejó la morena

- Amor, puedes, puedes hacerlo, aprieta mi mano, vamos, solo una vez más – la animó Luisita dulcemente mientras sostenía su mano con fuerza

Amelia pujó una vez más pero el bebé aún no salía.

- No puedo cariño, no puedo... - seguía quejándose

- Amelia, necesito que pujes más fuerte esta vez, te prometo que será la última – dijo la obstetra 

- Amelia, mi amor, contamos hasta tres, ¿vale? - dijo Luisita - 1, 2, 3, vamos, ahora - 

La morena inspiró profundamente, apretó aún más la mano de la rubia y pujó con todas sus fuerzas. Sintió, entonces, como el bebé salía rápidamente de ella y se dejó caer en la camilla. Luego de unos segundos de silencio absoluto, se oyó un llanto ensordecedor.

- ¡Felicidades madres, es una niña preciosa! – exclamó la doctora con una amplia sonrisa antes de envolverla para llevarla a revisión

- Lo hiciste, amor – dijo la rubia entre lágrimas de alegría y le besó la frente Amelia, que yacía exhausta en la cama 

La morena sonrió y comenzó a llorar, liberándose de la tensión acumulada. Se sentía completamente sin fuerzas, pero aún seguía tomada de la mano de Luisita, quién no la había soltado desde que habían entrado a la sala de parto, como si pudiera transmitirle energía a través de la piel. Se miraron y se dieron un rápido beso que fue interrumpido por una de las enfermeras.

- Hay alguien que os quiere conocer – dijo en un español algo retorcido

Y ahí la vieron por primera vez, y sintieron unas ganas irrefrenables de congelar aquel momento para siempre. Amelia tomó a la niña entre sus brazos, que ya estaba tranquila y había abierto los ojos, y al sentir su pequeña mano contra su piel, se sintió superada por la emoción. Entre el bajón de hormonas del parto y el cansancio, lo único que podía hacer era sonreír y llorar al mismo tiempo. Luisita no se quedó atrás y soltó varias lágrimas mientras observaban cada movimiento de Mercè, cualquier cosa que hiciera era completamente nuevo para ellas. Al cabo de unas horas, la morena ya estaba descansando luego de amamantarla, y Luisita hacía llamadas a la familia y amigos, a la vez que les enviaba fotografías de la nueva integrante. Más allá de la felicidad que no le cabía en el pecho, no podía evitar la preocupación al no saber cómo iban a afrontar aquella semana en París antes de volver a casa, y esperaba resolverlo antes de que Amelia despertara porque no quería cargarla con aquello. Fue Benigna quien, inesperadamente, le dio la solución que le trajo el alivio que tanto estaba buscando desde hacía horas.

- Escúchame Luisita, la hija de mi prima Susana vive en las afueras de París y tiene un piso muy pequeño en algún lugar cerca del centro, que tengo entendido no está rentado. Tú tranquila niña, que yo arreglo todo y te envío la dirección –

- Benigna, no sabes cuándo me tranquilizas con esta noticia, de verdad que nos ayudarías si consigues que la hija de tu prima nos rente el piso por una semana, la única opción que hemos considerado es volver al hotel pero no es apropiado con una niña recién nacida... - explicó la rubia

- Tranquila cariño, tú déjame a mí, te mantendré informada, ¿vale? – dijo Benigna intentando traer calma a Luisita, quién por el tono de voz se notaba que estaba algo desbordada por la situación

- Gracias Benigna, de verdad no sé cómo vamos a pagarte este enorme favor... Recuérdale a mi madre que gire el dinero a la cuenta de Amelia, que yo lo buscaré apenas tenga un momento –

Te amaré por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora