Capítulo 2

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Caminé a su lado en completo silencio. Aún se veía temeroso; esa mezcla de miedo y tristeza en su mirada no se desvanecía, aunque algo en su expresión indicaba una ligera calma, tal vez porque sabía que yo estaba allí, dispuesto a protegerlo.

Al cabo de un rato, distinguí la casa de la que había salido. En ese momento, mi mente estaba en blanco; las innumerables preguntas que se habían acumulado en mi cabeza no tenían fuerza para hacerse escuchar.

¿Qué había sido todo aquello? ¿Por qué se comportó de esa manera? ¿Quién era él realmente? ¿De quién o de qué estaba huyendo? ¿Por qué había caminado hasta ese lugar solo para regresar luego?

A pesar de todas esas dudas, solo anhelaba pasar unos minutos más a su lado. Cuando llegamos a su casa, me hizo una reverencia en señal de agradecimiento y desapareció en su interior. Me quedé allí, inmóvil, no sé por cuánto tiempo, intentando procesar lo que había sucedido. No estaba seguro de si lo que había vivido era un sueño o si él realmente existía.

De camino a casa, no pude apartar a Gun de mis pensamientos. Fue entonces, solo entonces, cuando permití que mi mente me bombardeara con las preguntas que antes había reprimido.

Después de repasar todo en mi cabeza, me di cuenta de que no tenía respuestas, y si quería encontrarlas, tendría que volver a verlo. Me recriminé a mí mismo por no haber intentado obtener más información, aunque, en el fondo, sabía que, incluso si lo hubiera intentado, no habría logrado mucho más.

Al menos tenía algo más que su nombre: sabía dónde vivía. Y si conocía su dirección, entonces podía encontrarlo de nuevo. Al llegar a mi edificio, el sol ya comenzaba a asomar. Subí las escaleras, entré en mi apartamento, me dirigí a mi habitación y me desplomé en la cama. Decidí no ir a trabajar ese día; fingiría estar enfermo. Curiosamente, faltar ya no me importaba tanto como hacía unas horas.

Caí en un sueño profundo, como hacía mucho que no lograba. Y soñé con él, con Gun. Vi su mirada, escuché su voz melódica, contemplé esa silueta que me hacía estremecer, y anhelé su presencia con una intensidad que jamás había experimentado.

Cuando abrí los ojos, los rayos del sol que se filtraban por la ventana me cegaron momentáneamente. Pero en cuanto me acostumbré a la luz, lo primero que hice fue buscar mi móvil en el buró junto a la cama para llamar al trabajo y decirles que no iría ese día.

Por suerte, me creyeron. Tras escuchar una reprimenda de mi jefe por avisar tan tarde y advertirme que no me pagarían el día, colgué la llamada. Me levanté y me dirigí al baño, donde me cepillé los dientes y tomé una ducha. Al salir, me sequé cuidadosamente y me vestí con un pants cómodo y una camiseta deportiva. Aunque ya era mediodía, fui a la cocina a preparar algo para desayunar. Me sentía mejor que nunca, como si de pronto hubiera recuperado todas mis energías, y eso era exactamente lo que necesitaba para ir a ver a Gun.

El recuerdo de su mirada, llena de temor, me provocó una punzada en el corazón. Me prometí a mí mismo que debía ayudarlo de alguna manera. Aunque no me lo había dicho, sabía que estaba en problemas, y sospechaba que esos problemas estaban relacionados con su familia. La forma en que se negó a que los llamara fue extrañamente reveladora.

Tenía que saber más de él, tenía que volver a verlo. Mi corazón lo exigía con una intensidad que no podía ignorar. Nada más importaba.

Estaba preparando el desayuno cuando mi celular sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Miré la pantalla y vi el nombre de Tay. Tay Tawan, mi mejor amigo y compañero de trabajo. Nos conocimos hace un par de años, cuando dejé el orfanato al cumplir la mayoría de edad. Aunque había ahorrado algo de dinero gracias a trabajos esporádicos, no fue suficiente. Sin un empleo estable, el dinero se agotó y no pude seguir pagando el lugar donde vivía, terminando así en la calle.

Pasé varios días durmiendo en un parque, hasta que un día él apareció, cargando dos bolsas de comestibles. Se dirigía a su casa, pero al verme, se detuvo, se acercó y me preguntó mi nombre y qué hacía allí. Le conté mi historia, y con una amabilidad que no esperaba, me invitó a quedarme en su apartamento el tiempo que necesitara. A sus 20 años, ya era completamente independiente.

Al principio, me negué. No entendía por qué querría ayudarme, considerando que éramos completos desconocidos. Pero él insistió, diciendo que tenía la certeza de que yo era una buena persona, que algo en su interior se lo decía, y que si podía ayudarme, lo haría sin dudarlo.

Gracias a Tay, logré salir de las calles y encontrar el trabajo que tengo ahora. Cuando supo que había perdido mi empleo anterior y que mi falta de estudios me impedía conseguir otro, no dudó en mover cielo y tierra para que me dieran una oportunidad en su lugar de trabajo.

Contesté la llamada, sabiendo que seguramente quería saber la verdadera razón por la que no había ido a trabajar. Él conocía bien mi ética laboral; sabía que jamás faltaría, sin importar qué tan mal me sintiera.

—¡Jumpoooool!— Su grito casi me hizo tirar el teléfono.

—¿Me puedes explicar por qué no te presentaste? El restaurante está a reventar— Tay y yo trabajábamos en un restaurante de comida tailandesa, él como recepcionista y yo como mesero.

—¡Mierda, Tay, casi me dejas sordo!— le reproché.

—Ya te lo habrán dicho: estoy enfermo y no pude ir—sabía que no se tragaba esa excusa, pero tenía que intentarlo.

—No digas tonterías. Sé perfectamente que eso no es verdad—me respondió, cortante—. Jamás has faltado desde que conseguiste este empleo. Así que más vale que me expliques por qué justo hoy, que es uno de los días más ajetreados, decidiste faltar—se notaba que estaba al borde de la frustración.

—Es la verdad, Tay. Hoy realmente me sentía muy mal—insistí, porque no iba a confesarle la verdadera razón. Aunque era mi mejor amigo, dudaba que lo entendiera. Probablemente me llamaría loco por faltar al trabajo solo para buscar a un chico que conocí hace unas horas.

Un chico del que apenas sabía su nombre y que, además, se comportaba de manera extraña. Pero Gun era mi secreto, algo solo mío. No podía compartirlo con nadie, al menos no hasta que volviera a verlo, hasta que pudiera acercarme a él, conocerlo mejor, y ayudarlo si realmente estaba en problemas.

—No te creo ni una palabra. ¿O acaso sigues teniendo insomnio y no me lo has dicho?—me preguntó, claramente irritado.

—Ya no tengo insomnio, Tay. Te lo dije, no tienes por qué preocuparte. Solo me dio una fuerte gripe— No podía confesarle que en realidad esta semana apenas había dormido. Lo conozco demasiado bien, se preocuparía más de lo necesario. Aunque, después de esta mañana, esperaba que eso cambiara.

—Off, si me entero de que estás mintiendo, te mataré. Sabes que debes cuidarte para conservar este trabajo. Tienes que mejorar tu rendimiento—. La llamada se estaba prolongando más de lo que había anticipado.

—Cálmate, Tay. Por un día que no vaya, no va a pasar nada. Además, si el restaurante está a reventar, no deberías estar perdiendo el tiempo hablando conmigo—

—No estoy perdiendo el tiempo. Estoy en mi hora de almuerzo, soy un ser humano y tengo que comer, Off—

—Está bien, está bien, pero igual estás desperdiciando tu tiempo de almuerzo. Come y ya cuando salgas de trabajar hablamos, ¿ok?—. Traté de calmarlo para poder cortar la llamada.

—Está bien, pero más te vale que me lo cuentes todo después. Te conozco, sé que algo escondes—. ¡Diablos! No se le escapaba nada.

—Sí, sí, como digas. Hablamos después. ¡Adiós, eres el mejor!—. Y antes de que pudiera responder, colgué la llamada.

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Espero no aburrirlos con este capítulo, quise dar un poco de contexto sobre la vida de Off y su amistad con Tay.

The mirage of GunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora