Capítulo 3

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Terminé de desayunar lo más rápido que pude, consciente del tiempo que había perdido con la llamada de Tay. Lavé los platos, agarré las llaves y salí del departamento con el corazón latiendo a mil por hora.

El nerviosismo se apoderó de mí mientras pensaba en cómo justificar mi presencia cuando Gun me preguntara qué hacía ahí. ¿Qué le diría? Quizás lo mejor sería ser honesto: admitir que estaba preocupado por lo ocurrido hace unas horas y que quería asegurarme de que estuviera bien. Aunque, claro, lo más probable era que me dijera que no era asunto mío y que no me metiera en su vida. Pero tenía que intentarlo. Al menos podría pedirle su número y, con algo de suerte, tal vez aceptaría salir conmigo en algún momento. Eso me daría la oportunidad de conocerlo mejor y descubrir si realmente estaba en problemas.

Solo esperaba que, por lo menos, Gun tuviera algún interés en los hombres, y claro, que no estuviera comprometido con nadie.

Salí del edificio y llamé a un taxi, deseando llegar lo más pronto posible. Al llegar a la dirección, pagué al conductor y bajé, sintiendo una mezcla de anticipación y ansiedad. Me acerqué a la puerta y, con el corazón en la garganta, toqué. Esperé un momento, pero al no recibir respuesta, volví a tocar, esta vez con más insistencia.

—Mierda, parece que no hay nadie—murmuré, sintiendo una punzada de frustración. Había estado tan seguro de que lo vería hoy mismo.
—¿Y ahora qué hago?—me quedé unos instantes pensando en mis opciones, cuando noté que una señora salía de la casa de enfrente. Sin pensarlo dos veces, crucé la calle para interceptarla. Al llegar frente a ella, la saludé con una sonrisa, tratando de parecer despreocupado, y le pregunté por Gun.

—Disculpe, señora, ¿sabe si el chico que vive en frente está o cuándo volverá?— Pregunté, tratando de sonar casual, aunque por dentro estaba lleno de incertidumbre.

La mujer me miró con extrañeza, como si hubiera dicho algo absurdo. Por un momento, pensé que no me había escuchado, pero entonces ella respondió.

—Perdón, joven, pero no sé a quién se refiere. Nunca he visto a nadie viviendo en esa casa—

¿Qué? ¿Había escuchado bien? ¿Cómo era posible que nadie viviera en esa casa? Yo mismo había visto a Gun salir de ahí.

Tal vez la señora estaba equivocada. Quizás Gun trabajaba o estudiaba y simplemente no coincidían los horarios. Sí, eso debía ser. No quería ni considerar la posibilidad de que no viviera realmente ahí. Si eso fuera cierto, podría no volver a verlo nunca más, y en una ciudad tan grande, no tendría idea de por dónde empezar a buscarlo.

—¿Está segura?—insistí, con la esperanza de que hubiera algún malentendido.

—Sí, estoy completamente segura—replicó con una firmeza que dejó poco espacio para dudas.

Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que me acababa de decir. No tenía sentido, pero no quería presionar más. Tal vez simplemente no lo había visto antes.

—Entiendo. Muchas gracias, señora. Disculpe las molestias—le dije, asintiendo ligeramente antes de verla marcharse.

Me quedé un rato más frente a la casa, esperando inútilmente algún indicio de vida, pero nada ocurrió. Finalmente, decidí que lo mejor sería regresar más tarde, quizás por la noche. Estaba convencido de que para entonces Gun ya estaría en casa.

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La noche había caído, y después de haber cumplido con algunas tareas pendientes, como limpiar el departamento, me dispuse a prepararme para buscar a Gun nuevamente. Me dirigí al baño para tomar una ducha, ya que el calor del día me había dejado empapado en sudor.

Al salir, me vestí con un pantalón de mezclilla, una camisa azul, y zapatos negros, listo para enfrentar la noche. Justo cuando estaba por agarrar las llaves, alguien tocó la puerta con insistencia.

—¡Off! ¡Soy yo, Tay! ¡Ábreme! —escuché la voz de mi amigo desde el otro lado. Solté un suspiro de frustración involuntario.

No es que no me alegrara de verlo, pero en ese momento, lo único en lo que podía pensar era en salir y encontrar a Gun. Su nombre, su rostro, habían estado girando en mi mente todo el día, como una melodía persistente que no podía sacarme de la cabeza. Sabía que empezaba a obsesionarme, pero eso era lo de menos en este instante.

—¡Ya voy! —le grité mientras me dirigía hacia la puerta.

Al abrirla, me encontré con Tay, cargando unas bolsas llenas de comida y medicinas. Entramos en el departamento, dejamos las cosas sobre la mesa de la sala, y nos acomodamos en uno de los sofás.

—Parece que ya estás mucho mejor, ¿verdad? —dijo Tay, con una mirada que me recordó la mentira que le había contado para justificar mi ausencia en el trabajo. ¡Maldición! ¡Había olvidado por completo que fingí estar enfermo!

—Sí, ya me siento mucho mejor. Estuve en cama todo el día y tomé algunas medicinas —le respondí, tratando de sonar convincente.

Tay me miró con desconfianza, pero finalmente asintió.

—Me alegra escucharlo. Aun así, traje comida y más medicinas. New me dijo que era mi deber, como tu mejor amigo, asegurarme de que estuvieras bien —comentó Tay, encogiéndose de hombros.

—Eso suena exactamente como algo que diría New —dije, sonriendo al recordar al novio de Tay.

Se habían conocido hace un año, y la química entre ellos había sido tan fuerte que, a los pocos días, ya eran novios.

—Entonces, ¿mañana sí vas a trabajar? —preguntó Tay, con un tono que no dejaba lugar a excusas.

—Sí, no puedo permitirme perder más tiempo—

—Sabes, estaba decidido a venir y obligarte a que me dijeras qué escondías, pero New me convenció de que no fuera tan paranoico. Dijo que, después de lo mal que habías dormido y aun así seguir trabajando sin descanso, era normal que te enfermaras y te comportaras de manera extraña —Tay parecía más relajado ahora, y yo agradecía a New por haberlo calmado, evitando así un interrogatorio más profundo. No es que hubiera mucho que contar de todos modos; no había logrado encontrar a Gun.

De repente, una idea irracional se coló en mi mente. ¿Y si iba a buscar a Gun a la misma hora en que lo vi salir de la casa?

No, eso era una locura. ¿Quién en su sano juicio buscaría a alguien a las dos y media de la mañana? Pero, por otro lado, ¿qué tenía que perder? Después de todo, él había salido de su casa a esa hora, ¿verdad?

Mientras estas ideas se arremolinaban en mi cabeza, supe que, quizás, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por verlo de nuevo.

Sí, lo haría. Esperaría a que se acercaran las 2 de la madrugada y volvería a esa casa, sin importar lo irracional que pudiera parecer.

—¿Oye, estás bien? —La voz de Tay me sacó de mis pensamientos.

—Sí, estoy bien —respondí, forzando una sonrisa.
—Y me alegra que ya no pienses que te escondo algo, porque no lo hago—

—Bien, pero si algo llegara a pasar, me lo dirías, ¿verdad? —Sentí una punzada de culpa ante su sinceridad, pero me obligué a responder con calma.

—Claro, te lo diría—

Después de esa conversación, cenamos y pusimos una película de terror para relajarnos un poco. Sin embargo, a mitad de la película, Tay se quedó dormido, dejándome solo para terminar de verla. Lo entendí perfectamente; el día debió de haber sido agotador, y era lógico que estuviera exhausto.

Cuando la película terminó, lo desperté suavemente. Tay se despidió de mí rápidamente, mencionando que necesitaba dormir y que nos veríamos mañana. Luego, salió del departamento y se fue en su auto.

Una vez solo, recogí la basura que habíamos dejado, me lavé los dientes y me cambié a ropa más cómoda. Me recosté en la cama, decidido a dormir un poco antes de que llegara la hora de salir. Ajusté la alarma y, para mi alivio, me quedé dormido casi de inmediato, con la esperanza de que el tiempo pasara rápido y pronto pudiera dirigirme de nuevo a aquella misteriosa casa.

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The mirage of GunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora