Caspoint

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Lebanon, Kansas. 20 de mayo, 1923.

Dentro de una hermosa casa en los suburbios, un diligente hombre preparaba a su hijo para su primero día de excursión. El pequeño Jack, de 19 años iría junto con unos amigos a acampar al bosque. Se probarían como hombres y regresarían al día siguiente con algo que ellos mismos cazaron.

— ¿Metiste todo dentro del bolso? ¿Sleeping?

— Sí.

— ¿Linterna? ¿Mantas dobles? En la noche hace demasiado frío y no quiero...

— ¿Que me enferme? Sabes que no puedo enfermarme.

— Pero ellos no tienen que saberlo. Hablo en serio, Jack. — Castiel, miró directamente a Jack a los ojos, con una severidad que pocas veces tenía. La voz de su padre, aunque grave, siempre sonaba diligente. Jack pensaba que su padre se imaginaba a su madre reprendiéndolo detrás de él, porque cuando se molestaba, siempre miraba a su lado derecho, donde ella siempre estuvo.

— No te preocupes, sé... sé lidiar con esto. Mi vida entera he fingido ser normal, podré hacerlo en el bosque.

No sabía la razón, pero Jack veía a su padre aún más inquieto que de costumbre. Veía el reloj demasiadas veces, luego al cielo y más tarde, al noticiero de la televisión. Parecía estar esperando algo, y a juzgar por su ceño fruncido, debía ser algo realmente malo.

— Bien, entonces, cuídalos, por favor.

— ¿Vas a ir a Chicago?

— S... sí. Necesito... bueno, tengo algunas cosas que hacer.

— Okey. Espero que llegues a la cena. Si no... supongo que puedo pedir pizza. — Jack le sonrió a su padre, quien casi a regañadientes, aceptó. Eso era un lujo, pero dada su ausencia, quizás era una compensación.

Castiel, vio a Jack salir por el frente y entrar, sumamente entusiasmado dentro del auto de uno de sus amigos. Prendieron los faroles, sonaron el cláxon y desaparecieron sobre el camino.

Cuando se vio solo, apenas comenzaba a preparar sus cosas cuando un fuerte estruendo sonó fuera de su casa. También un sonido eléctrico lo cuál lo sobresaltó. De inmediato se puso de pie de su cama y salió velozmente hacia afuera. A media acera, contra un poste de luz, se encontraba un hombre de chaqueta café y sombrero negro, sacudiendo éste contra el humo que se precipitaba sobre su rostro.

El hombre alzó su mirada y al ver al hombre de aquella casa frente a la que había chocado su lindo auto, se aprestó a caminar hacia él con una sonrisa. El ojiazul pareció asustado y después de gritar "¡Cuidado!", saltó encima de él, quitándolo del paso de un enorme cable que cayó del poste vecino y tambaleaba de un lado a otro con una descarga eléctrica que podía verse en la oscuridad.

Los vecinos comenzaron a asomarse por las ventanas, a salir y murmurar preguntas unos a otros pero nadie se atrevía a acercarse al par de hombres tirados en el suelo. Castiel se incorporó un poco solo para ver de cerca un par de ojos boscosos y un rostro repleto de pecas.

— Me salvó la vida. — El hombre sonrió y Castiel, con cara de pocos amigos se puso de pie, sacudiéndose y farfullando.

— ¿Quién se estrella contra un poste en una zona de baja velocidad?

— ¡Tranquilos! ¡Soy policía! Lamento las molestias. — El hombre carismático, mostró hacia todos lados su placa, que Castiel sospechó, podría ser falsa.

— Con que policía, ¿Eh?

— Detective, de hecho. Detective Dean Winchester. Un gusto.

Castiel tragó saliva e intentó por todos los medios no ponerse nervioso, estrechando la mano de Dean y soltándola tan rápido como pudo.

— Lamento... lo ocurrido. Yo venía... — Señaló con el pulgar detrás de él, pero de inmediato apretó los labios y negó. — Bueno, no puedo decirle, pero era conducir velozmente o morir. No quiero morir, no aún.

— ¿Puedo ayudarlo? — Cortó la conversación, notoriamente molesto, pero también, sumamente extraño

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— ¿Puedo ayudarlo? — Cortó la conversación, notoriamente molesto, pero también, sumamente extraño. No veía a los ojos al oficial, algo que, en experiencia del mismo, significaba que había problemas. Quizás, sin querer, se había topado con un delincuente. Aunque no lo parecía: Cabello bien peinado, de traje y con una hermosa casa.

— Si me permite su teléfono para hacer una llamada a la estación y quizás... un té, se lo agradecería mucho.

— ¿Qué tal si en lugar de té, le doy una cerveza?

La sonrisa de Dean no pudo ser más grande.

— Eso suena mucho mejor. Gracias.

Ambos entraron a la ordenada casa. El televisor estaba encendido en el noticiero, había una maleta en la entrada y una nota en el lujoso refrigerador, donde se leía un recado para un tal Jack. El oficial se detuvo en un bello cuadro, donde estaba aquel hombre, una mujer castaña y un chico.

— ¿Su familia? — Preguntó Dean, pero la respuesta fue una afirmación con una sonrisa apagada.

— Mi mujer que, falleció hace poco y mi hijo. Jack.

Dean sonrió y volvió a dejar el retrato en su lugar.

— Iba a salir de viaje, ¿Lo interrumpí? Porque podría... — Caminó hacia la puerta y Castiel lo detuvo.

— No, no, no. Yo... Bueno, en realidad, sí. Tengo un viaje pendiente, pero... puede esperar un poco.

Lo guio hasta donde se encontraba el teléfono, colgado a la pared y dejó que hiciera la llamada. La mirada verdosa del oficial de policía le hizo ver que no debía estar ahí ni escuchar lo que estaba por decir, pero no se iba a quedar con la duda. Castiel agudizó su oído y escuchó.

— El maldito Reinaldo se dio cuenta de todo, casi me atrapa. Pero... estoy bien. Solo... me estrellé en una zona de las buenas. Así que necesito que lo reparen, mi auto también y luego, volveré por ese hijo de perra.

— Reinaldo no es el problema hoy, Dean...

— Yo creo que sí, si llega a California, va a contarle todo a Colosimo.

— Escucha. No quiero que te alteres pero, llamaron del condado de Jackson. Tu hermano escapó.

Eso fue suficiente para que Dean colgara la llamada, viendo la cercanía de Castiel, se sobresaltó y sus fosas nasales se hincharon. Pero entonces vio en el rostro contrario, un gesto que le hizo bajar inmediatamente todos sus escudos. Escudos que cuidó y forjó por años. Castiel encorvó sus cejas y ladeó su cabeza.

— ¿El condado Jackson?

— Si, bueno, tuvo un par de crisis, pero no es nada grave. Mi hermano no está loco si eso cree.

— Yo no dije eso.

— Gracias por su hospitalidad, pero debo irme.

El oficial se puso su sombrero y dejó la bonita casa en un parpadeo. Cuando Castiel se sintió solo, se dejó caer sobre el sofá, cubriendo su rostro con ambas manos.

— No, no, no, no, no, no... esto no era lo que quería. No era lo que quería... Perdóname, Dean, Sam... no era mi intención hacer su vida añicos...

Inspiró profundamente y enderezó su espalda. Sus ojos parecían irritados pero se le veía decidido.

— Pero es por el bien de Jack.

Son como niños. [EDITANDO] [SamXJack✓] [Destiel✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora