Capítulo 4

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SebastiánMi primer día en Horizonte se ha vuelto una completa pesadilla

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Sebastián

Mi primer día en Horizonte se ha vuelto una completa pesadilla. Llevo varias sesiones de terapia grupal que han dirigido a varios de los pacientes al borde de las lágrimas y, para completar, he tenido la mala dicha de ser perseguido por varios enfermeros para poder suministrarme medicamentos. El suero me ayudó por solo unas horas y ahora estoy sentado, esperando la última sesión del día. El cansancio me asecha. Ver a Alina otra vez luego de tantos años, de esta manera, en estas circunstancias... me genera ansiedad. Tengo sentimientos encontrados. Deseo hallar las respuestas a las preguntas que por mi mente están corriendo. Debo esperar, sin embargo. Tomar el tiempo con calma. Dejar pasar las manecillas del reloj.
Cierro mis parpados intentando descansar, aunque me encuentre en medio de varias personas. Por primera vez desde que llegue aquí, tengo miedo. Es algo que he sentido muy pocas veces en mi vida, pero sé exactamente cuáles son los síntomas que delatan el sentimiento. Los guardo cada vez que el temor se asoma entre las nubes grises que me persiguen. Llevo mi mente a viajar por mi pasado, a recordar algunos instantes que fueron acompañados por ese sentimiento. Pero lo único que llego a visualizar es la última vez que mis ojos estaban puestos en Alina.

Entre jubilosos gritos, anunciaban el gran momento que todos esperábamos: «¡Felicidades a la clase graduanda de 2011!».
Yo estaba parado en el podio luego de ofrecer el discurso como valedictorian, título que a mi entender no merecía. A mi alrededor, los otros alumnos reflejaban sus emociones. Los birretes azules se elevaron hasta tocar el techo del anfiteatro. La alegría resplandecía en cada esquina. Mis ojos buscaron a Alina entre la multitud, porque éramos los únicos (al menos, dentro de lo que sabíamos) que llevaban cargando tristezas ininterrumpidas en sus vidas. Ambos ocultábamos lo que realmente sucedía con nuestras familias y ninguno de los dos había dado el paso de delatar lo que escondían nuestras almas.
Ese sería el día en el que estaba dispuesto a confesar mis demonios. Convencido de que, cuando lo hiciera, ella me diría lo que sucedía con su vida.
Durante mis palabras, recuerdo con exactitud el especio en el que ella se encontraba sentada. Tercera fila, asiento número siete. En el mar de birretes, concentré mi vista para atraparla entre mis ojos, pero la silla estaba vacía de repente.
El mar de togas azules cubrió mi visión mientras buscaba su cabello cobrizo en la multitud. Poco a poco, sin embargo, el anfiteatro se fue vaciando, hasta que me quedé en un mar de completa soledad.

Abro los ojos al escuchar que alguien llama mi nombre. En el salón, el resto de los pacientes tienen sus miradas puestas en mí, pero a la única que observo es a la persona que se encuentra en el medio del círculo.
—Sebastián, ¿te gustaría participar? —La sonrisa sincera de la terapista capta mi atención y, aunque no hubiese querido ser parte del grupo en estos momentos, su rostro me llena de paz y de seguridad.
Asiento con mi rostro varias veces, y ella me indica que me ponga de pie y que camine hasta el centro del círculo. Sigo sus instrucciones a plenitud, sin saber lo que me espera. Me posiciono junto a ella, frente a un pequeño sofá antiguo en cuero. La mujer sostiene en su mano derecha un bate de plástico color naranja, parecido a los que venden en la sesión de juguetes para niños.
—Inténtalo —sugiere mientras que me pasa el objeto.
Agarro el bate con ambas manos. La terapista lleva su mirada al sofá y sonríe. Creo que ella puede percibir en mi rostro la inseguridad porque me indica con exactitud lo que debo hacer, como si no fuese obvio.
—Lleva tu mente a las cosas sobre las que no tienes control y que desearías controlar en tu vida. Cuando las tengas bien identificadas, sácalas de tu boca y, con el bate, dale al sofá lo más fuerte que puedas.
Observo el mueble como si fuese mi mayor enemigo, alguien que conozco muy bien, pero que todavía no estoy preparado para nombrar.
—¿Control? Siempre estoy al mando de lo que me rodea —expreso molesto; no deseo participar en este tipo de terapia.
—Es posible que puedas controlar la mayor parte de tu existencia, pero debe haber algo que a veces te impida crecer en algún aspecto —expresa ella, levantando sus espejuelos que se encontraban ya en la punta de su nariz.
Trago el nudo que se forma en mi garganta y regresó mi vista al sofá. De inmediato, imagino el obstáculo más grande en mi diario vivir. Conecto el bate por primera vez con el sofá a la vez que exhalo con fuerza como si estuviese gritando. Saco fuerzas, giro el objeto que tengo en mis manos y hago que llegue al lugar destinado. No sé por qué, pero en este preciso momento es como si no tuviese nada ni nadie a mi alrededor. Me encuentro solo, intentando deshacerme de lo que siento, de los demonios que me persiguen mientras me ahogo en un mar de perdiciones. Mi cuerpo está agotado, como si hubiese sufrido un desgaste físico al haber peleado con un boxeador profesional. Perdí la cuenta de cuántas veces he llevado el bate a conectar con el sofá y, llegando a la realización de quien se ha convertido en el objeto frente a mí, caigo al suelo gritando mi nombre.

Han pasado varios minutos desde que concluyó la terapia y todavía sigo en el piso. Junto a mí está sentada la terapista, que estuvo esperando silenciosa hasta que yo saliera del trance en el que me encontraba.
—¿Estás bien?
Su pregunta capta mi atención. La respuesta no es algo que pueda ofrecerle verbalmente.
Mis parpados están cerrados y llevo mi cabeza de lado a lado para contestarle. Llevo muchos años escondiendo secretos y el haber llegado aquí ha hecho que comiencen a caer relámpagos a mi alrededor. ¡Dios! ¿Cómo pude perder el control de mi vida por tantos años, y de esta manera? Nunca pensé en convertirme en un cobarde, en dejar que mis errores me llevaran a desequilibrar la vida que creía perfecta cuando era un adolescente.
—No —contesto, desolado.
Es la primera vez que admito no tener mi vida bajo control. Siempre busqué algún tipo de excusa para dar a entender que vivo dentro de una burbuja ideal, pero la verdad es que no soy el tipo de adicto que se pasa pidiendo dinero en las calles. Soy dueño de una empresa y cargo en mis hombros la responsabilidad de más de doscientos empleados, así que muchos me ven como una persona normal y corriente.
—Este primer paso de aceptación es uno crucial —la escucho decir.
Observo a la mujer que está sentada en el suelo, frente a mí. Tiene unos cincuenta y cinco años, piel canela, cabello y ojos negros; de inmediato imagino a mi madre, que murió cuando yo era solo un niño; todavía llevo impregnado su recuerdo. Si ella estuviese viva, probablemente estaría desilusionada por algunas de mis decisiones. Mi padre se dedicó a mantener vivos los momentos que disfrutamos junto a ella, pero me entristece aceptar que hace mucho tiempo no pensaba en esa época. No sé cómo, pero la terapista hizo que mis pensamientos dieran un giro inesperado.
—Sebastián, ¿me escuchas? —vuelve a comunicarse conmigo.
—Sí —respondo, distraído.
—Todo esto es algo nuevo para ti, pero quiero que entiendas que tu participación en el día de hoy le da valor a tu recuperación. Muchos pacientes pasan días encerrados en sus habitaciones, no desean participar en absolutamente nada. Tú, por el contrario, llegaste aquí y, aunque noté que no prestaste atención en el comienzo, cuando te ofrecí la oportunidad, no la negaste. Le estás dando mérito y reconocimiento a lo que Horizonte tiene para ofrecerte. Habrá días y noches en las que querrás huir, escapar de esto. Pero, si te das la oportunidad de siempre mantenerte firme, verás cómo, cada vez que salga el sol, tu alma irá reconstruyéndose.
Mi enfoque en sus palabras me hace sentir protegido. Bonni Balaster —su nombre, según dice la etiqueta negra que lleva puesta en la camisa azul cielo— se ha convertido en alguien en el cual puedo confiar durante mi proceso de rehabilitación.
—¿Es usted la esposa del doctor Balaster? —pregunto, aunque creo saber la respuesta.
—Así mismo —contesta ella con una enorme sonrisa—. Ven, levántate del piso. Creo que es momento que vayas a descansar.
Conversamos unos minutos más, ya de pie. Luego, Bonni me indica dónde se encuentra su oficina por si en algún momento deseo hablar con ella. Estoy seguro de que en algún momento durante mi rehabilitación tendré que abrir la caja de Pandora y dar a conocer la verdad sobre mi vida. Revelar intimidades sobre mis pecados tal vez antes de llegar a Horizonte era algo que indudablemente no hubiese podido realizar. Ahora que estoy aquí, creo que podré otro paso importante para ayudarme a calmar los demonios, para así al final sacarlos de mi interior.


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Cuidarte el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora