Capítulo 8

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Sebastián

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Sebastián

Una voz llama mi nombre: «Seba, Seba, Seba...».
El olor de su perfume a lavanda penetra por mi nariz hasta asfixiarme. Siento el piso bajo mis pies, helado y de cemento. Lubrico mis labios y camino ligero para abrir la puerta y permitirle entrar. Su voz sensual me llama otra vez: «Seba, Seba, Seba...».
La oscuridad de la noche ya no me aterra, se ha vuelto costumbre. Al final, el deseo pudo más que la aprensión. Los nervios se convirtieron en excitación.
Con solo abrir la puerta de mi habitación dará inicio otro momento que deberé guardar en secreto.
Me apresuro a dejarla entrar antes de que vuelva a mencionar mi nombre. Aunque sé que lo que está sucediendo es erróneo, mi alma dejó de luchar hace mucho tiempo.

Despierto de la misma pesadilla que me acecha todas las noches. Recostado en el medio del baño, siento que las losas frías que se pegan a mi cuerpo me ayudan un poco con la fiebre, aunque de vez en cuando los escalofríos regresan y debo correr hacia la cama para arroparme de pies a cabeza. No tengo idea de cuántos días o noches llevo en esta maldita angustia.
Cierro los ojos por unos segundos y dejo que el frío consuma mi cuerpo. No sé exactamente qué hora es, deseo dormir... dormir y dormir.
Mis pensamientos van hacia mi padre. No hablo con él desde antes de llegar a Horizonte y, como era de esperarse, mi celular está bajo llave en algún lugar del edificio.
«Debe estar preocupado por mí», supongo.
Papá siempre me sugirió que buscara ayuda; él mismo intentó recluirme en un centro de rehabilitación en el pasado. Para ese entonces, yo no estaba preparado. Día y noche él ha estado al pendiente de mi salud, de mi bienestar y de mi vida entera. Pronto tendré que comunicarme con él, aunque estoy seguro de que mi mejor amigo y socio, Damián, habrá hablado con él.
Esa idea me relaja, así que vuelvo a cerrar los ojos.

Cuando vuelvo a observar lo que me rodea, encuentro a Alina. Está sentada en una esquina del baño, profundamente dormida. En una de sus manos tiene una pequeña toalla mojada que creo que ha utilizado sobre mí para bajar la fiebre. Mi cuerpo se siente débil y creo que todavía el sol no ha comenzado a salir. La cabeza me sigue retumbando, pero ver el sereno rostro de Alina me hace pensar en el futuro y en que las cosas mejorarán.
Levantándome silenciosamente del piso, llevo mis brazos al cuerpo de ella para cargarla y dejarla descansar en mi cama. La acomodo sobre el pequeño colchón y la observo con más detenimiento. Su vestimenta es igual que en los pasados días, excepto que esta vez ella lleva puesto un abrigo en cuero negro parecido a los que yo siempre he utilizado desde que tenía dieciséis años. Mi boca forma una sonrisa, porque estoy seguro de que me pertenece y que ella lo tomo del armario de la habitación en medio de la noche, cuando sintió frío.
Desde la última vez que la vi, luego de haber participado en nuestra graduación, hace nueve años, su cuerpo ha cambiado. El jean negro ajustado que lleva puesto hace resaltar sus caderas, las cuales han formado una increíble curva. Su cintura y senos no se quedan atrás. La chica que fue mi primer amor se ha transformado en una increíble sirena.
«La deseo. Dios, cómo la deseo». Peleo con mi subconsciente porque este no es el mejor lugar ni tampoco el momento correcto para tener este tipo de pensamientos.
Toco su mejilla izquierda con suavidad. Puedo escuchar su respiración calmada, aunque noto la aflicción con la que carga. Desde que la volví a ver tengo la sensación de que los años que ella desapareció la hicieron crecer rápidamente y le arrebataron la sonrisa angelical que siempre la acompañaba.
Examino lo único que ha quedado intacto de ella: su cabello rojizo, el cual estuve buscando por mucho tiempo en las calles de Arlington. Verlo me hace recordar la angustia que me agobió durante los días grises que siguieron a la graduación, al no saber nada de ella. Esto hace que mi sangre hierva. Solo quiero saber qué demonios sucedió con ella en este tiempo. ¿Por qué desapareció? ¿Por qué no intentó contactarme?
De repente, siento que necesito una ducha de agua fría, así que me alejo de Alina y entro al baño otra vez. Me desnudo, abro el grifo y permito que el agua helada caiga por mi cuerpo. Esto ayuda a calmar mis músculos adoloridos y los pensamientos agitados.
Mi mente regresa a la primera cita que tuve con Alina. Mis nervios eran tantos que recuerdo haber vomitado quince minutos antes de llegar a la puerta de su hogar. Su madre, Dania, y su hermana, Catalina, fueron las que me recibieron. Con grandes sonrisas en sus rostros, ambas me abrazaron calurosamente dándome la bienvenida a su hogar, aunque yo ya había estado en esa casa muchas veces.
Ese día era diferente.
Por primera vez el mundo se enteró de que nuestra primera cita no fue solo ir al cine y luego a un restaurante. Fue el momento en el que llegamos a la realización de que la admiración que sentíamos mutuamente se había convertido en algo más. Desde que la vi bajar las escaleras en un traje de verano color cielo y sandalias nuevas, mi cuerpo y mi mente la desearon. Y ella, con su enorme pero nerviosa sonrisa, me dio a demostrar que sentía lo mismo. Esa noche traté de ser el perfecto novio, romántico y paciente, pero cuando mis labios cayeron en los suyos mientras veíamos la luna, su respuesta no fue lo que esperaba. Llegue a besar otras chicas antes que a Alina, y todas al principio titubearon. Ella, por el contrario, abrió sus labios para recibirme de inmediato. Esa noche, perdimos la virginidad en el asiento trasero del Chevrolet del 64' que mi padre me acababa de regalar.
Después de esa mágica cita ella se convirtió en mi obsesión. Incluso hoy en día, a pesar de que he estado con otras mujeres, puedo decir que Alina Torre nunca ha abandonado mis pensamientos o mi corazón.
Salgo del baño algunos minutos más tarde y encuentro a la chica de mis sueños sentada en una esquina de la cama, con la mochila desgastada sobre falda y una libreta abierta. Está tan sumergida en lo que hace que no se da cuenta cuando llego a su lado y, para que despierte del trance, aclaro mi garganta formando un eco en la habitación. Su cabeza sube. La noto preocupada, como si algo estuviese mal.
—Son las cinco de la madrugada- —Su voz es fuerte y, a la vez, suena sorprendida de la hora que marca el pequeño reloj que se cuelga de una de las cuatro paredes del cuarto.
—No entiendo —expreso curioso, quizás así ella pueda hablarme sobre sí misma.
Su mirada vuelve a la libreta por unos segundos para luego regresar a mi rostro.
—Disculpa, pero ¿podrías ponerte una camisa? —pide.
Veo la incomodidad en su gesto. Por un momento, supongo que está avergonzada. Pronto noto, sin embargo, que sus ojos me muestran lo contrario: deseo.
Hago lo que ella me pide, no sin antes ser sincero al respecto.
—Pensé que mi presencia no te hacía ningún efecto, pero parece que estaba equivocado. —Su boca se abre para objetar, pero cambio la técnica de inmediato y continúo hablando—. ¿Tienes que ir a trabajar hoy?
—No... pero se suponía que la alarma de mi celular iba a sonar a las cuatro —responde ella, sacando un libro de su mochila—. Siempre dedico tiempo para estudiar en la madrugada y después puedo usar el resto del día para las labores que me corresponden.
Su respuesta capta mi completa atención, así que decido proseguir con el interrogatorio.
—¿Qué estás estudiando?
—Enfermería.
La chica con carácter fuerte que he visto desde que llegué a Horizonte no está frente a mí en este momento. Su rostro cambia cuando habla de lo que está logrando en su vida, incluso intenta formar una sonrisa.
—Waooo... increíble. Me enorgullece saber que te has convertido en una mujer realizada —digo, sentándome a su lado.
—No tienes que burlarte de mí. Bastante recibo con el resto de los pacientes. Además, no estoy aquí para hablar de mi vida personal contigo. Estoy aquí por obligación. Debo ayudar en lo que sea necesario.
Sus palabras me hacen enojar porque no puedo creer que ella piense que me estoy mofando de sus logros.
—Nunca me compares con un maldito bully que se alimenta del sufrimiento de otras personas. Me conoces bien, Alina. Me conoces mejor que nadie. Nunca me burlaría de ti. Por Dios, soy yo: Sebastián —grito, enfurecido.
Ella reacciona. Sus ojos se humedecen y dejan caer lágrimas que ruedan por sus mejillas. Trago con dificultad porque, por primera vez desde que llegue aquí, veo su vulnerabilidad.
—Sebastián, yo...
No la dejo terminar la frase. Mis brazos rodean su cuerpo, que se tensa como si el simple gesto la aterrorizara.
—¡Joder! Lo siento, no quise lastimarte. No debí haber hablado de esa manera —susurro cerca de su cuello.
Noto que mi respiración hace que su piel se vuelva sensible y me obligo a contener algunas emociones que comienzan a asfixiarme.
La dejo llorar en mis brazos hasta que su cuerpo se separa del mío. Lo mejor es esperar a que ella hable nuevamente, en lugar de bombardearla con preguntas.
Sus dedos secan su rostro y se levanta de la cama. Camina lentamente hacia el baño. Entra y deja la puerta abierta.
—Alina, ¿estás bien? —Hago caso omiso a mi última decisión y suelto la pregunta porque estoy preocupado.
—Dame un minuto —responde ella, dejándome saber que las líneas de comunicación están abiertas entre nosotros.


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Gracias a todos los que han considerado leer la historia de Sebastián y Alina. 🪶

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Cuidarte el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora