Capítulo 13

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Sebastián

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Sebastián

Pensé que ya tenía el corazón roto, pero lo que Alina me acaba de decir me confirma que no era así. Escucho mi órgano principal convertirse en pólvora ante su confesión. El coraje es tan grande que mis ojos me duelen luego de tener los parpados fuertemente cerrados por varios segundos.

«¿Cómo es posible que esto le haya sucedido a ella? ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo contó en ese entonces?», mi mente se llena de miles de preguntas.

Trato de enfocarme en los hermosos años que pasé con ella cuando éramos niños porque no entiendo cómo el hombre que conocí en la casa de Alina, y que había prometido convertirse en un padre para ella, ha cometido semejante aberración.

—Sebastián, háblame. Necesito que digas algo

La voz temblorosa de Alina hace que lleve mis ojos a su rostro. La recuerdo cuando ella solo tenía diecisiete años. Aquella adolescente no está frente a mí. La mujer que captura mi visión dejó de ser inocente para poder sobrevivir dentro y fuera del lugar en el que debía estar más protegida.

—¿Por qué no me lo dijiste en ese momento? —mis palabras salen rudas ya que pienso que ella no confiaba lo suficiente en mí. Aunque, si vamos al caso, yo tampoco hablé con ella sobre mi situación familiar cuando estábamos saliendo. Estoy siendo hipócrita, y lo sé.

—Hablé con mamá luego de la primera vez que ocurrió... y ella no me creyó. Me dijo que estaba loca. —El sollozo que sale de su boca hace que mis brazos la atrapen.

«Dios, no es posible...».

Ambos hemos estado en situaciones similares y seguimos vivos. Con nuestras almas rotas.

—Pequeña A, estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti. Nunca lo dudes —prometo.

Sus manos agarran fuerte el delantal que ella me puso hace solo varios minutos. La escucho llorar contra mi pecho; supongo que necesitaba desahogar esa verdad que la estaba asfixiando desde la adolescencia.

Ramona y Tais nos ven desde una esquina de la cocina sin saber que está sucediendo. Les señalo que todo está bien, que tengo esto bajo control.

Alina llora por unos minutos más. No la suelto hasta que ella decide tomar un descanso. Mis dedos van a su rostro y, poco a poco, seco sus mejillas rosadas. El maquillaje que llevaba se ha diluido... y me encanta lo que veo. Ella se ve vulnerable y triste, pero sigue siendo lo más hermoso que he visto en mi vida.

—Eres la única persona que me llama pequeña A. ¡Te extrañé! No sabes cuánto —afirma.

Sin pensarlo, mis labios caen en los suyos y, al abrir mi boca para obtener más de ella, no tengo que pedir su permiso. El calentón del beso se comienza a transmitir por el resto de mi cuerpo y, si fuese un descarado, haría lo que fuese por tenerla desnuda encima de la mesa junto a todos los panes. Pero no soy así, y menos con ella. Alejo mi boca de la suya lentamente para no perder el control.

Cuidarte el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora