Capítulo 12

8 2 2
                                    

AlinaEncerrada en el baño, trato de controlar mi errática inhalación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Alina

Encerrada en el baño, trato de controlar mi errática inhalación. Mi cuerpo tiembla de ira y mis manos forman puños tan tensos que cortan la circulación de mis dedos. Lo que acabo de escuchar no puede ser cierto. Algo así no puede haberle ocurrido a Sebastián, no a él, el hombre perfecto. No puede ser posible. Katy... su madrastra. Recuerdo haberla conocido cuando Sebastián celebraba sus diecisiete años. Él ya me había mencionado un poco sobre ella, ya que su padre había tomado la decisión de dejar entrar nuevamente el romance en su vida. La verdad nunca tuve una opinión formada sobre ella porque las interacciones que tuvimos hace casi una década fueron pocas y superficiales. Sí, pude percibir que era mucho más joven que Albert, pero nunca he sido persona de juzgar la vida ajena. Además, siempre que tuve una conversación con ella fue cordial y amistosa.
Cierro mis ojos fuertemente y me pellizco el brazo para ver si quizá soñé con la sesión, si tuve una pesadilla.
Al abrirlos, luego de unos minutos, sigo en el mismo lugar. Esperando despertar. Aguardando que se haga de noche o, tal vez, de día. O quizás esperando palabras nuevas que traigan explicaciones.

La puerta de la habitación en la que me encuentro se abre poco después. Escucho pasos firmes y, enfadada, me asomo fuera del pequeño baño privado para ver quién interrumpe mi soledad.
Sentado en una esquina de la cama se encuentra Sebastián, sus ojos asombrados al verme. Yo estoy igual.

—¿Qué diablos haces aquí? —la pregunta sale de mi boca a gritos.
«¿Estoy enfadada con él?», me pregunto, confundida. No logro explicar mi reacción.
Este cuarto es utilizado solo por el personal de Horizonte. Bonni y Balaster lo decidieron así ya que, en muchas ocasiones, el staff de enfermería ha tenido que cambiarse el uniforme luego de alguna emergencia ocurrida con algún paciente.
—¿A qué te refieres?

Su contestación es una pregunta estúpida que hace que mi sangre hierva. Camino hacia él para sacarlo de la habitación. Cuando agarro su brazo, él se para de la cama y se queda quieto. Su muscular físico indudablemente está en forma porque intento arrastrarlo varias veces y nada da resultado.

—Alina... no me vas a poder sacar de mi lugar —su voz sale con humor y, en un instante, comienzo a mirar con detalle mis alrededores.
El cuarto es simple, vacío. Las margaritas que compro una vez a la semana para adornar la habitación y hacerla más cálida no están por ningún lado. No entiendo...

—¿Qué haces en mi habitación? —Sebastián me alerta.
Mi mano suelta su brazo y mi cabeza declina porque estoy avergonzada. No tengo idea de cómo llegué aquí. ¿En qué estaba pensando?

—¿Qué haces aquí, Alina? —insiste él.
No sé cómo contestar. No tengo ni idea de cómo llegué a su habitación o por qué vine hacia aquí.
Sebastián parece frustrado ante mi silencio. Me gustaría explicarle muchas cosas, pero no puedo. No puedo...

—¿Alina? —llama mi nombre.
Doy unos pasos hacia atrás. Él me agarra por LA cintura cuando ya estoy por salir corriendo
—No huyas —pide.

Cuidarte el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora