Capítulo 7

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—Dijiste que no estaría aquí hasta el lunes —no quería sonar acusadora, su sola presencia le había puesto los nervios de punta planeaba disfrutar esa fiesta para hacerse de amigos, relacionarse después de todo sería ella quién ocuparía el puesto de Cristina, no obstante, Regina fue consciente de su presencia desde el momento en que traspasó la puerta y supo sin lugar a dudas que sus planes se habían ido a la basura.

—No, yo te dije que llegaría a la oficina hasta el lunes, también te dije que habría una fiesta ¿qué esperabas? ¿que no viniera? —la mujer le dio la espalda solo para acortar el espacio entre ella y Rafael, el abrazo que ambos compartieron le hizo sentir como una intrusa, una pervertida que espiaba de buenas a primeras, se dijo que la alteración a su respiración era provocada por el baile que tan solo un minuto atrás había compartido con Pedro, el chico del almacén central que había conocido en sus días de pasante para su padre y que le parecía además de guapo, demasiado divertido.

—Quieta— le dio una orden, supo reconocerla en el tono de su voz, estaban fuera de los horarios de trabajo, en una fiesta celebrada por el retiro de Cristina no estaba obligada a obedecer ninguno de sus mandatos y ¿si era así? Entonces ¿por qué se detuvo? —Bien, Cristina te ha instruido como esperaba.

—¿Qué crees que soy? ¿Un perro? ¿No puedes llamarme por mi nombre educadamente y decir que espere por ti? —se quejó ella dándose la vuelta para encararlo. Habían pasado solo días desde la última vez que se vieron, un par de días solamente desde el altercado en su oficina, mirarlo a los ojos avellana era peligroso, Regina sintió el roce de sus dedos recorriéndole la piel tierna de la muñeca, apretándola y acelerándole el pulso, la cuestión era que Rafael ni siquiera se había acercado lo suficiente a ella como para oler su colonia. Fue como si él también hubiera sentido lo mismo porque notó el gesto en su mandíbula cuadrada y la manera en que sus manos habían temblado antes de que decidiera muy disimuladamente meterlas dentro de los bolsillos de sus pantalones de vestir. —Comienza el fin de semana, el horario laboral terminó, si no te importa, no espera, a mi no me importa lo que pienses ahora, me iré a seguir disfrutando de la fiesta.

Y se alejó de él tan rápido como pudo antes que el calor abrasante que solía consumirla cuando estaba cerca de él le robara el aire de los pulmones, debía ser toda la ira contenida. No importaba cuántas veces se dijera que podía ser madura, cuánto había descubierto acerca de él en los últimos días, Rafael Carmona solo complicaba las cosas cuando ella deseaba ser la madura en todo aquel asunto.

—Nunca creí que la fiesta fuera en este lugar —Pedro se acercó a ella ofreciéndole una bebida, la morena se relajó al instante como esparciéndose las ascuas de un fuego recién extinto, tomó el vaso la frescura de la bebida se extendió por su garganta y más abajo apagando también el fuego en sus entrañas. —Conociendo a Rafael todos apostamos, Cristina se merece lo mejor, no es que no te queramos a ti, pero...

—No te preocupes, sé de lo que hablas, Cristina es como una madre para mí, ella es tan dulce que es una lastima que tenga que retirarse, siento que estoy pisando con unos zapatos que son demasiado grandes para mí. —Confesó por primera vez, Pedro le regaló una sonrisa radiante, su cabello crespo se le pegaba desordenado a las sienes, había en su mirada algo centelleante que contagiaba su buena vibra, esta vez extendió la mano hacía ella y cuando la morena la tomó se dio cuenta que no sintió el mismo calor que sentía junto a Rafael, que no había nada eléctrico traspasándose entre ellos; era como si su nuevo jefe le robase la energía con el contacto y la vez la llenara de una vitalidad tan extraña, algo que no había sentido nunca, demasiado inquietante.

Ambos se dirigieron a la pista de baile, y ella solo se río cuando el liquido se derramó en el suelo al dar una vuelta para nada estética. La música era movida, una salsa seductora que distaba mucho de toda la elegancia que rezumaba el lugar que Rafael había escogido para la fiesta. Nadie iba vestido de gala como él, ni siquiera la propia Cristina que había optado por un conjunto sencillo y fresco para una tarde calurosa, habían llegado todos al lugar después de la jornada laboral.

Quiéreme, Sandunga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora