Capítulo 4

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La semana fue un sube y baja de emociones, le encantaba compartir con Verónica el departamento que siempre le había parecido demasiado grande para ella sola, disfrutaban de platicas entretenidas durante la cena después de que ambas llegasen molidas del trabajo, su amiga había conseguido un buen empleo meses atrás el mismo en el que conoció a Ricardo y ella se había quedado como mesera en un pequeño restaurante cerca del malecón en donde ambas se conocieron y que siempre estaba abarrotado de gente recibiendo poca propina y un salario que apenas le alcanzaba para pagar los servicios, decidió que ahorraría los depósitos de su amiga para comenzar a pagar los mantenimientos atrasados que debía; y tenía que seguir buscando un trabajo para intentar ahorrar y conseguir pagar las cuotas de la hipoteca que ya no podía pagar por que el dinero que había conseguido vendiendo el auto que le había pertenecido a su madre se había esfumado con los gastos funerarios y las cuotas pasadas, estaba hasta el tope de deudas, apenas había comido y dormido durante la semana y comenzaba a odiar a su padre por haberla sumido en la miseria económica y emocional.

El dolor que sintió en las caderas al sentarse dio paso al placer de recibir un poco de descanso después de haber estado todo el día parada caminando de un lado a otro del restaurante cargando bandejas con comida, pero tan pronto saboreo los segundos de descanso con el restaurante prácticamente vació alguien entró por la puerta, se le cortó la respiración solo con verlo, Rafael iba vestido con una camisa blanca de polo que se amoldaba a su torso y unos pantalones de mezclilla que distaban mucho del traje que lo vio usar en la oficina la semana pasada, parecía poco descansado y aun así lucía impío y fresco.

¿Qué hacía él ahí? Sus miradas se encontraron cuando buscó una mesa cercana y ella tuvo que levantarse obligada de su asiento para dirigirse a él con paso poco decidido demasiado lento esperando que algún otro mesero le ganase la carrera por un buen cliente, pero en ese momento nadie acudió al llamado y ella se vio parada frente a él, dudaba que fuera ahí por el servicio nunca lo había visto entrar a ese lugar, Rafael ya estaría acostumbrado a lo que el dinero puede comprar ¿por qué estaba ahí?

Las miradas parecían mantener una lucha de poder, no iba a flaquear ni por un segundo y cuando la comisura derecha de sus labios se alzó en una sonrisa arrogante, Regina contuvo la necesidad de tomar un salero y arrojárselo directo a la cabeza.

—¿Qué haces aquí?

—Creí que no tenías trabajo —Su respuesta fue tan cortante como la pregunta que ella había lanzado, no, ella se había presentado frente a él pidiendo un puesto en su empresa para deshacerse del trabajo como mesera esperando ganar un poco más por la mitad del tiempo y esfuerzo, prefería cansarse la mente antes que el cuerpo. —Si así atiendes a todos los clientes...

—¿Qué vas a ordenar?

Otra vez lo preguntó con brusquedad no hacía falta que él dijera algo reconocía esa mirada, aquel restaurante no era lujoso ni por asomo, pero estaba acostumbrada a los clientes maleducados que le hacían menos solo por brindar un servicio, en la mirada de Rafael se reflejaba la superioridad, el cambio de papeles en aquella relación truculenta que siempre habían llevado y aunque algo en su interior le decía que se lo merecía, que merecía un poco de humillación para nivelar el peso de la balanza su orgullo se imponía como una fiera, así que se irguió tanto como pudo y le miró desde su posición desafiante recordándole quién tenía las riendas en las manos.

—¿Y cómo lo voy a saber si no eres capaz de traerme la carta?

Él ya no se amedrentaba fácilmente y hasta cierto punto la mujer reconoció que quizás nunca lo había hecho. Antes de que él pudiera decir algo más la morena le dio la espalda, sintiéndose completamente torpe por primera vez en mucho tiempo y aquella sensación no le gusto en lo absoluto, ya había permitido que su propio padre mermara la confianza que sentía por ella e incluso con eso trabajó demasiado duro para demostrarle que era tan capaz como él para algún día poder dirigir una empresa o simplemente aspirar a ser algo más que una pasante, ni siquiera Marco le hizo sentir así y aquí estaba él convirtiéndola en un manojo de nervios y torpeza.

Quiéreme, Sandunga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora