Capítulo 11

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No era él mismo cuando estaba junto a Regina Cervantes. Esa mujer lo enloquecía en todos los sentidos, se olvidaba de ser una persona amable y atenta y atendía a su animal interior ese que lo hacía comportarse como un completo idiota, un segundo quería vengarse de ella, darle una lección y al siguiente se imaginaba con ella en su regazo y el culo expuesto para tratarla como la niña malcriada que era, imágenes de ella siento azotada por él ¿Desde cuando le iba el castigo como método de placer?

Gruñó arreglándose la ropa, Regina estaba haciendo lo mismo, ni siquiera se miraron, eran dos adolescentes apresurándose a acomodar botones y faldas.

—Dámelas —el sonido apenas logró llegar a sus oídos.

—¿Darte qué?

—Sabes de lo que hablo, dámelas.

—No lo entiendo.

Le había arrancado las bragas en un acto de pasión, las tenía dentro de su bolsillo, intentó no echarse a reír. Sí, definitivamente estaba perdiendo la cabeza, odiaba a Regina Cervantes, pero había disfrutado cada segundo de ella derritiéndose en sus dedos. De su placer líquido bañándole la palma y de guardar para sí mismo la expresión de la morena al llegar al orgasmo, al suplicarle con la mirada que no parece incluso cuando sus labios habían dicho lo contrario.

Esa no era la forma de castigo que quería para ella, pero su adolescente interior estaba disfrutando cada segundo, atesoraría esas bragas como un maldito enfermo. Quizás eso era, todo el castigo que podía darle.

Negó para sus adentros, no se convertiría en esa clase de persona. Le demostraría a ella, a todos que era mejor, mejor que la Regina del pesado, mejor que Marco Cervantes, mejor que su propio padre.

Y entonces, si ahora había decido llevar la paz con ella. ¿Por qué sentía ese hueco en el fondo del estómago? El vacío en su corazón.

Era el desasosiego después de un orgasmo, si comenzaba a tratarla completamente bien después de esto, sabía lo que ella diría, lo que sentiría, puede que conociera a Regina más de lo que él pudiera admitir, si era completamente amable con ella, se sentiría como una puta.

—Rafael —masculló, mirándolo a los ojos. Tuvo que contenerse para no lanzarse sobre ella. Diez años de planeación se estaban yendo por el caño. Diez años de intentar devolverle un poco del mal rato.

Pero no era tonto como para negárselo. Siempre había estado enloquecido por Regina y ahora que la había probado, que todavía tenía su sabor en la boca. Cerró los ojos.

—Están rotas y no te sirven, tenemos que volver —no dejó que ella protestara, los empujo a los dos fuera del cuarto de baño, por el pasillo hasta la sala de conferencias.

—¿Quieres dejar de sonreír así?

No se había dado cuenta.

—¿Así como?

—Como si te acabaran de coger —susurró ella.

—No me cogiste.

—Como si te acabaran de hacer una jodida puñeta —protestó, él se echó a reír ligeramente y Regina sintió un cosquilleo en el vientre. Era la primera vez que ella lo hacía reír así, aunque también era la primera vez que se había dejado llevar por sus instintos frente a Rafael.

Podía sentir todavía la humedad del orgasmo cada vez que caminaba y eso era una tortura, él parecía darse cuenta porque sonreía a cada paso que ella daba.

—No puedes entrar sonriendo, te tiré café caliente encima y si entras así nos van a descubrir.

—Deja de preocuparte por el café, realmente estaba helado.

Quiéreme, Sandunga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora