Capítulo 1

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El lugar le parecía aún más grande desde la última vez que había estado ahí, quizás se debía a la manera en que la pintura blanca y reluciente de las paredes hacía juego con las luces que entraban por los ventanales, la gran inscripción que rezaba RM Logística Comercial o la decoración moderna que gritaba a todas luces que la empresa pertenecía a alguien más joven, alguien que no era Marco Cervantes.

Todo había cambiado, desde el color azul de las paredes hasta los viejos muebles que pertenecían a su padre que se vieron reemplazados por nuevos ejemplares hechos de madera barata y metal de un triste color gris unidos unos con otros en cubículos insípidos para separar a los ejecutivos, haciendo lucir todo más aburrido y pulcro, menos sofisticado para su gusto.

El aroma de las flores también fue reemplazado por el color antiséptico del limpiador de pisos y aquello más que una oficina parecía la sala siempre pulcra de un hospital privado. Si su padre viera lo que habían hecho con sus oficinas hubiera muerto de nuevo.

El verdadero golpe se lo llevó al entrar a la oficina principal. Tragó saliva ruidosamente, no pudo ocultar su expresión de terror al ver el desastre en que se había convertido. Todo estaba perfectamente ordenado, sí, pero el hermoso y enorme escritorio de roble no adornaba el centro de la habitación, los libreros caoba de su padre no estaban ahí sosteniendo los tomos que le gustaba leer cuando Marco no se daba cuenta, el aire se fue de sus pulmones cuando buscó en la pared el enorme retrato de su madre que Marco había dejado colgado incluso después de su muerte como un recuerdo de lo mucho que el amor que sentía por ella había mutado al odio.

Le picaron los ojos por las lágrimas. No pudo percibir el aroma fresco de la madera mezclada con la colonia de Marco y ese olor a menta que bañaba la habitación y le golpeaba en la cara cuando entraba refrescándole los sentidos. Dio un paso hacia delante como animándose a adentrarse en un mundo completamente desconocido, las sillas de madera tampoco estaban, ni la pintura del Quijote de la Mancha que adornaba la pared este de la habitación o la foto de su hermano menor en el regazo de su padre que se encontraba en su escritorio, nada de aquello estaba ahí, también se lo habían arrebatado. Las paredes de madera que hacían parecer la oficina una cabaña lujosa fueron remplazadas por paredes de vidrio reforzado, un castillo de cristal que albergaba a un príncipe de hielo.

—Parece que has visto un fantasma—. Rafael Carmona le habló, su voz era inconfundible con ese timbre ronco y suave que le acarició la piel. Volvió a tragar saliva, se había sumergido tanto en el escrutinio del lugar que pasó por alto al hombre sentado detrás del escritorio, escondido detrás del computador, tan pequeño a comparación con su complexión física. —¿Y entonces? —él alzó una ceja, Regina se sintió acusada, negó un poco antes de dar un paso más hacia al frente porque sabía que mientras ella observaba el lugar también estaba siendo observada.

—En realidad, yo diría que he visto demasiados fantasmas por aquí desde que llegué —confesó con la voz ronca por la falta de aliento, con la melancolía de los recuerdos abrazándose a su corazón. Sentía la mirada de Rafael puesta sobre ella, le quemaba en cada parte del cuerpo como lo habían hecho los rayos solares en su camino a la empresa —Pero tú eres el peor de todos ellos.

—Las cosas han cambiado desde que te fuiste, Regina. Esto ya no te pertenece ¿Qué esperabas? — La ligera pulla le dolió apenas un poco, en realidad, todo aquello nunca le había pertenecido y lo sabía, la morena decidió tomar asiento en las sillas de fibra de cristal poco cómodas frente a su escritorio con la espalda siempre recta, no le había invitado a sentarse, poco le importaba, se encogió de hombros echándole un último vistazo a la oficina que era demasiado extraña, demasiado fría y brillante casi cegadora, era como si Rafael quisiera que todos al entrar se sintiesen deslumbrados, la luz violaba cada parte de la instancia y él era lo único que podías ver sin sentirte sofocado a pesar de todo eso, Regina prefería observar el ventanal y relajarse con la vista del mar antes que verlo a él, no obstante, no podía hacerlo tenía que enfrentarlo.

Quiéreme, Sandunga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora