Verónica se pasó la punta de la lengua por los dientes, su sonrisa era cínica y por la manera en que alzó la ceja supo que tendría que explicarle muchas cosas, pero ¿qué iba a decirle? Si sentía la cabeza adormecida, como si en cualquier momento fuera a caérsele y rodar por el suelo.
—Ese tal Rafael podría encender una fogata solo con la mirada —la morena mostró una expresión de asco al escucharla, solo para no tener que admitir que era cierto, lo sentía cada vez que él le regalaba una de esas miradas suyas, las que no estaban hechas para amedrentarla. La forma en que provocaba que todo su cuerpo se calentase como si estuviera bajo el sol en pleno verano.
—¿Qué pasó? Me refiero a después, cuando me dejó en la cama.
—Creo que estaba demasiado enojado.
—No es novedad, él me odia.
—Bueno, sé un poco sobre la historia entre ustedes y creo que es momento de...
—No vengas tú también a decir que todo lo que sucede es por mi culpa —la interrumpió de inmediato estaba harta de todos— ¡Ya lo sé! Fui una gran pendeja con él cuando éramos más jóvenes y le pedí perdón ¿está bien?
—Pero ¿por qué te pones a la defensiva?
—Porque estoy harta de que la gente diga todo lo bueno que él es y me hace sentir como si yo fuera la mala del jodido cuento. Ese cabrón me quiere contra el piso de rodillas. No lo ha dicho, pero lo demuestra y lo sé.
—Para alguien que te quiere de rodillas se ha portado muy bien contigo, Regina. Te trajo a casa, te salvó de un depredador.
—¡Él es el depredador! — ser consciente de lo mucho que le debía a Rafael la abrumó, recordó pequeños episodios de la noche anterior en que se había sentido débil y mareada tan de repente, como él le había seguido fuera del salón de fiestas para asegurarse que estuviera a salvo. Le hizo vomitar y la llevó a casa, preguntándole todo el trayecto si se sentía mejor o debían ir directo al hospital. Regina se echó a llorar, se sentía vulnerable, estaba harta de los hombres y de la manera en que se aprovechaban de ella.
Marco arrebatándole su amor por una traición de la que ella no buscó ser parte, Sebastián pidiéndole el divorcio porque no podía darle lo que deseaba: un hijo. Como si su sueño de formar una familia propia no valiera la pena, como si ella no sufriera por saber que no podría nunca amar a alguien con tanta intensidad, necesitaba desesperadamente amar a alguien que buscaba en todas las personas algo a lo que aferrarse, incluso lo hacía con Rafael. Rafael, que buscaba vengarse de ella y no ocultaba ante nadie sus intenciones, recalcándole todo el tiempo lo mucho que él tenía el poder ahora, y como si todo eso no fuera suficiente estaba Pedro. Un hombre con el que coincidió en la fiesta, y que conocía de años atrás, que le había caído bien como para poder convivir con él más que una sola vez después del baile, como una tonta creyó que todo estaba bien con él, confió en aceptar la bebida que le ofrecía porque después de todo estaba en una fiesta en donde todos se conocían, era un ambiente seguro y él la había drogado ¿para qué? No hacía falta imaginarlo mucho. Traicionó como todos, la confianza que depositó en él. ¿Cuándo aprendería? Que no debía confiar, que todo en su vida era un desastre y que caminaba en campo minado.
—Vamos chula —odiaba que le tuvieran compasión, la pobre niña huérfana, rechazada por todo el mundo, la miraban como a un perro herido bajo el frío de la lluvia. Verónica la atrajo hacia su pecho, abrazándola con todas sus fuerzas, permitió que llorase tanto que le empapó la blusa. —Estás a salvo, estás aquí ¿sí? Todo estará bien. Rafael habló sobre denunciar y creo que eso es algo que deberías hacer.
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Quiéreme, Sandunga.
RomanceExiste una serie de eventos desafortunados que no han dado tregua a sus vidas, la tragedia parece formar parte de todo lo que tocan y aunque ambos intentan nadar a tierra firme pronto se darán cuenta que ellos mismos son las olas que arrastran al ot...