Capítulo 10

24 2 18
                                    


Él estaba enojado. Regina corrió de un lado a otro toda la mañana ultimando los detalles de una junta que se había planeado a ultima hora del día anterior, y como era de esperar Rafael no cooperaba en lo absoluto, cuando la llevo a su departamento después del vergonzoso episodio de la ventanilla creyó que se habían acercado, aunque fuese un poco, después de todo lo que habían tenido que pasar con Pedro.

La respuesta correcta era que no, Rafael seguía determinado a hacerle la vida imposible, la visita de Bernardo a los almacenes no lo tenía demasiado contento, él supuso que podrían cerrar el trato allí mismo y concluir con un nuevo cliente la noche.

En cambio, Bernardo no había hecho más que mirarle las piernas a Regina y preguntar tonterías sobre la capacidad de almacenamiento y la velocidad con la que trabajarían para ahorrarse estadías.

La culpaba por distraer a Bernardo cada vez que se posaba frente a sus ojos como si fuera culpa suya que el tipo fuera un idiota mezquino que solo buscaba picarle las costillas.

Lo que creyó que se convertiría en algo liberal fuera de la oficina fue toda una tortura, pero ella misma había dejado al machito de lado cuando lo encandiló para convencerlo de otorgarles otra reunión.

Así que ahora corría con las impresiones de una presentación que de todos modos se vería en una gran pantalla de proyector pero que Rafael había insistido en que todos tuvieran a la mano por si necesitaba hacer anotaciones.

Malabareo los cafés trayéndolos a la mesa silenciosamente mientras Clara hablaba sobre las beneficiosas cifras.

No podía prestar atención, pues su mente viaja una y otra vez al día anterior, cuando Rafael la había llevado de vuelta a su departamento después de dejar a Bernardo en su hotel.

—Ese tipo es un asno —se quejó ella todo el camino.

—Pagara las cuentas.

—No dirías lo mismo si él te hubiese mirado el trasero todo el tiempo, te juro que podía sentir su respiración cada vez que caminábamos por las bodegas —se quejó. Rafael apretó la mandíbula, se lo veía enojado —. Creo que el karma me pega fuerte por ser una bastarda ¿no?

Una risita amarga salió de su boca, se miró las manos temblorosas sintiendo el paulatino cese del auto deteniéndose frente a su edificio.

—¿De qué hablas?

—De ti, de mí de todos. No dejas de recordarme lo imbécil que fui contigo cuando éramos más jóvenes y lo mucho que quieres hacerme pagar por ello. Como si Marco no hubiese hecho ya lo suficiente. Todo ese odio hacía a mí, es como si lo hubiera insertado con un chip a cada hombre que me rodea —explotó por fin. Tragó saliva — tú me odias, Pedro me odiaba sin razón aparente, incluso mi esposo me dejó por otra que si pudo darle hijos la primera vez que le abrió las piernas y luego este idiota se ha pasado todo el tiempo intentando coquetearme y se ha enojado como un niño pequeño porque no alcanzó el dulce de la encimera.

Estaba temblando, no hacía frío y ella estaba temblando de rabia, comprendía que había sido un día intenso para ella, Pedro acusándola de ser una cualquiera, el episodio en el auto con su claustrofobia.

—Lo siento.

—¿Por qué? Tú no le dijiste que fuera un idiota.

—Pero tampoco lo detuve, no debí llevarte con nosotros, quería que salieras de la oficina y te distrajeras por lo ocurrido en la mañana y ahora me pones en la lista de los peores hombres de tu vida.

Quiéreme, Sandunga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora