PRÓLOGO:

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Todo comenzó cuando tenía dieciséis años.

Sí, a esa edad abrí los ojos y la mentira en la que había vivido durante bastante tiempo me golpeó en el rostro.

¿Quién dijo que no debía preocuparme por mi apariencia, ya que lo que más importaba era lo que había en mi interior?

¿Fue mamá? ¿Papá?

Pues ambos eran unos mentirosos.

—Mirenla, ni siquiera puede recoger sus cosas del suelo.

Se burlaba Chloé, la chica probablemente más cruel que en mi vida he conocido, junto con sus amigas frente a mí.

Con la vista baja me arrodillé finalmente a recoger mis cosas que ella había tirado de mi mochila.

—Probecilla, ahora no podrá levantarse.

Otra de sus amigas se burló, y seguido las demás rompieron en carcajadas.

—Bueno ahora ya saben que si comen cómo ella, serán así de ridículas.

Reconocí la voz de Chloé, y aunque me había esforzado mucho en hacer caso omiso a sus palabras eso no quitaba el hecho de que fueran dolorosas.

Me levanté del suelo, abrazando mi mochila, vacilando sobre cómo alejarme teniendo muy en claro que no me lo permitirían fácilmente.

—¿Por qué te ensañas conmigo Chloé? Yo nunca te he hecho nada.

Cómo quisiera que Alya no se hubiera ido de vacaciones adelantadas con sus padres y que estuviera aquí, defendiendome cómo siempre aunque eso le causara problemas.

—¿No? ¿Acaso olvidaste que por tu culpa Adrien se molesto conmigo?

—No era esa mi intención, lo juro—

Ella tiró de mi cabello hacía atrás, sin embargo mordí mis labios para no causar algún ruido.

—Solo dije la verdad, alguien tan desagradable cómo tu no debería estar en uno de los mejores institutos, le quita prestigio —sus palabras destilaban desagrado, la mirada de sus amigas hacía mi también. —Pero ahora Adrien no está y la tonta de tu amiga tampoco, es una pena.

—Suéltame Chloé, por favor.

—Tus padres tienen dinero, deberían invertirlo en ti para que dejaras de dar asco.

Al finalizar de hablar, me empujo hacía enfrente, otra chica que estaba delante de mí también me empujo y termine cayendo hacía atrás. No pude levantarme gracias a que Chloé colocó su pie sobre mi pecho.

—No creo que todo el dinero del mundo le ayude, necesitaría un milagro para eso.

—Tienes razón, tu única solución Marinette sería quedarte en casa el resto de tu vida para no darle asco a los demás, así también dejarías de darle lastima a Adrien y él no se vería obligado a ser amable contigo.

—Adrien no es así —murmuré en voz baja.

Él era una de las personas más amables que he tenido la suerte de conocer, por algo me enamoré de él desde el inicio aunque solo me vea cómo una amiga.

—Que no te lo diga no significa que no sea así, si finge ser su amigo es porque fuiste la primera persona que le habló al llegar aquí y sintió tanta lástima por ti que no pudo alejarse, esa es tu realidad, acéptala.

¿Mi realidad?

Yo sabía que tener sobrepeso era algo que llamaba la atención, más porque en mi instituto la apariencia parecía ser lo más importante para los demás estudiantes.

Era consciente de las miradas sobre mí, de los comentarios a mis espaldas de los cuales me convencia que no debían ser negativos necesariamente.

Pero si así era, mi percepción había cambiado completamente.

—Nadie te va a querer, o dime, ¿quién querría a una obesa cómo tú?

Ya estaba, las lágrimas que tanto había contenido comenzaban a salir, mi autoestima había sido pisoteada por Chloé cómo yo estaba en ese momento.

—¡Chloé! ¿Qué diablos haces?

Esa voz la conocía.

Chloé quitó su pie de encima y se alejó al encuentro de la persona que había intervenido, las ví hablar antes de que la rubia y su grupo salieran del gimnasio, un lugar donde pensé que podría almorzar en paz y fue una terrible idea.

—¿Estás bien Marinette?

Kagami Tsurugi, una chica linda, capitana de varios equipos deportivos femeninos, con excelentes notas y que, además, Adrien no le era indiferente.

Ese era el tipo de chicas que le gustaban a Adrien y yo no estaba en él.

Me levanté lo más rápido que pude, ignorándola cómo también sus llamados a mis espaldas. No me detuve hasta llegar a casa, que estaba a un costado de la escuela, no sé si para fortuna o desgracia.

Obviamente mis padres se preocuparon al verme, y en esta ocasión no callé, les dije todo lo que había ocurrido, todo lo que Chloé me había hecho con anterioridad, y mientras se los decía no podria evitar soltar en llanto, cómo muchas veces lo hacía en el interior de mi habitación.

Papá estaba furioso, salió soltando maldiciones hacía el instituto.

Mamá quería detenerlo, pero tampoco quería dejarme sola y agradecía que se quedara a mí lado en ese momento.

No obstante, no estaba lista para el regreso de mi padre, aún más enfadado que cómo se había ido, maldiciendo una y mil veces al alcalde de París, padre de Chloé.

—¡Nos vamos de aquí!

BELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora