CAPÍTULO 1

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—Hola, ¿me pones un café Latte para llevar, por favor? —Dijo la joven de pelo castaño claro largo, ojos marrones y piel blanquecina. Mediría alrededor de uno setenta y no pasaría los veintiséis años de edad. Su estilo de vestir era muy boho chic por lo que había podido ver en estos días atrás. En esta ocasión había mezclado unos pantalones de campana a la cintura grises claros con bolsillos con un crop top blanco, encima una blazer gris de una tonalidad más oscura y unas Nike Air Force one blancas con plataforma. En el cuello llevaba un collar de color oro no tan grueso ni tan fino. Y para entrar al establecimiento se había subido las gafas de sol negras a la cabeza.

—¡Marchando! ¿Su nombre, por favor?

—¿No lo recuerdas? Vengo aquí todas las mañanas...—Sonrió.

—Disculpa, es que atiendo a tanta gente a lo largo de la mañana que me es imposible recordar todos los nombres...—Forcé la sonrisa en señal de amabilidad.

—Está bien. —Sonrió de nuevo. Me llamo Gabriela. Pero me puedes llamar Gaby.

—Vale, Gaby. Son 3,20€ por favor. —Gaby mete la mano en su bolsillo y acto seguido deja un billete de cinco euros en el mostrador. Inmediatamente agarro el dinero y la cobro.—

—Aquí tiene. —Le devuelvo el cambio junto con el ticket de pedido— Gracias por confiar en Skygood. Siguiente por favor.

La chica se fue a esperar su pedido como de costumbre. No era la primera vez que un cliente me decía lo mismo que ella. Ósea, ¿Cuántas personas pueden venir a lo largo de un turno? ¿400? ¿¡Cómo voy a acordarme de todos los nombres!? Aunque en realidad, le había mentido. A pesar de todas las personas que frecuentan diario mi lugar de trabajo, sí me acordaba del suyo. Recuerdo que el primer día que vino a por su café Latte y me dijo su nombre pensé: <<¿Gabriela? No te pega. Tienes más cara de Lucía.>> Pero claro estaba que no le iba a comentar aquella ocurrencia que mis neuronas habían tenido sin mi permiso. Haría una semana desde su llegada a Skygood. Por lo que me parecía un poco pronto para reprocharme por no recordar su nombre. Pero bueno, después de aquella reprimenda por parte de Gaby, la jornada laboral transcurrió con normalidad, siempre había algún que otro adolescente que me pedía el número. Se había convertido en mi pan de cada día, supongo que por eso ya ni le prestaba atención. No te voy a mentir, sé que había conseguido aquel trabajo por enchufe, ya que el dueño era uno de los hermanos de uno de los abogados del bufete de mamá. El tipo se lo había montado bien. Era una franquicia muy similar a Starbucks con productos parecidos. Solo que ésta se llamaba "Skygood" Y el logotipo no estaba muy currado pero tampoco era cutre. Era una S y una G al revés. De la punta de la S salían tres rayas que emulaba el humo de la cafetera y justo debajo había un vaso que estaba posado en la raya de la G como si estuviera posado sobre una mesa. Y debajo de esto ponía en mayúscula el nombre de la franquicia. No se había roto mucho la cabeza pero era la idea era bastante original. Y como era de esperar, todo buen enchufe cuenta con privilegios. El mío era trabajar solo en turno de mañana. Tenía la suerte de no hacerlos rotativos. Y aunque mis compañeros de trabajo me odiaban por ello, yo estaba tan feliz de la vida. Otro día más, por fin había acabado el turno. Regresaba a casa con el uniforme, excepto la gorra, esa siempre la metía en la mochila tras acabar el turno. No me gustaba nada. Y odiaba que me obligaran a ponérmela, pero era lo que tocaba si quería seguir trabajando allí. Hubiese estado bien que todos los días a la hora de la salida Tony me esperara afuera, pero no podía ser. Aquello no era una película, era la vida real. Necesitaba conseguir dinero para la universidad, así que cuando no trabajaba de camarero en un restaurante que solían frecuentar la gente de un status social más alto, estaba dando clases particulares a niños que iban a empezar el instituto. Con la llegada de Mateo mamá había cogido la baja por maternidad, pero claro, esa baja no es eterna. Así que lo que había hecho era reducirse la jornada y en la medida de lo posible trabajar desde casa. Y cuando yo terminaba mi jornada laboral como dependienta, sabía que empezaba mi trabajo como hermana. Una vez que comía y dormía una siesta de veinte minutos, me llevaba a Mateo de paseo. Y siempre aprovechaba ese tiempo para ver a Aída. Ella trabajaba en un puesto ambulante de helados en el parque. Y aunque no siempre me apetecía ir a ese parque, porque digamos que no estaba muy cerca precisamente, siempre iba por ella. Y justo aquel día Aída me reveló que Tony tenía una sorpresa. Pero que no le podía decir nada. Y que me iba a encantar. Me pregunté si ella que me conocía tan bien le había dado la idea. No podía esperar a que llegara el Domingo. ¡Me moría de ganas por saber qué me había preparado! Y lo peor que todavía era Martes.

Felices ¿para siempre?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora