⏳ Capítulo diez ⏳

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Han pasado 26 días, desde la última vez que escribí. Pasaron muchas cosas y al mismo tiempo nada. Ahora puede sonar confusa esa frase, pero ya van a ir entendiendo…

Primero, debo ponerlos en contexto.

Actualmente, estoy en el mismo curso que él, lo veo a diario, lo escucho reír y enojarse. Sigo sin conocer su rostro por completo, ya que el cubre bocas sigue presente entre nosotros.

¿Cómo terminé en su curso, se preguntan? Bueno, en mi curso anterior éramos muy pocos alumnos, por lo que decidieron dividirnos en dos grupos y mandarnos a otros cursos de la misma división, tercero. Las opciones eran dos cursos, el suyo y otro en el que no conocía a nadie.

Ese día, me envían al salón en el que no conocía a nadie, pues así lo habían decidido desde la dirección.

Mi amiga me da la idea de pedir que nos cambien al salón de él, así lo veo todos los días. Esa idea me encanto, tanto que acepté casi sin pensar, pero con el paso de las horas, la duda, la inseguridad y los nervios me estaban agobiando. ¿Estaba yo, tomando la decisión correcta? Algo dentro de mí, clamaba que no. Las banderas rojas estaban por todas partes, señalando peligro. El destino había tomado una decisión, pero yo decidí forjar mi propio camino, dejar de ser tan cobarde y jugármela por lo que sentía.

Recuerdo que estuve dos horas en ese salón, teníamos geografía, y yo, no hacía más que desesperarme contando los minutos para poder escapar de ese pequeño infierno. Nada allí me gustaba, el aspecto del salón era nefasto, nada que ver con mi antiguo salón. Los compañeros y compañeras no me terminaban de convencer, sentía que si por casualidad, hacia contacto visual con alguna de las chicas, estas querrían golpearme. Además, el lugar era muy pequeño y el sol me estaba derritiendo. Todo esto, conjugado con mis ganas vehementes de estar en un mismo espacio con él, por cuatro horas, me llevó a asegurarme de que cambiarme a su curso, era sin dudas, la mejor opción.

Ajá, sí, claro.

Cuando la campana por fin sonó indicando el final de esas interminables dos horas de geografía, tomé mi mochila y salí, junto a mis dos amigas, Karen y Lola, en busca de la preceptora. Le preguntamos si podíamos cambiarnos de curso, ya que la mayoría de nuestros antiguos compañeros, se habían quedado en ese horrible salón. Ella soltó un rotundo: »NO« Tan contundente como un adoquín, destruyendo mis esperanzas, al mismo tiempo que hacía añicos todo mi interior. Me sentí tan deprimida, dije :

Listo, ya estoy sentenciada a pasar los últimos nueve meses en el inframundo —pues, así veía yo a ese curso, a ese salón. Pero, Lola estaba decidida a lograrlo, ella insistiría hasta convencerla. Aunque la preceptora no era fácil de convencer y se estaba comenzando a cansar de nosotras.

—Vayan al salón, yo después les aviso.

Estaba a la vista que eso no ocurriría, pero no nos quedaba más remedio que irnos. Caminamos lento, hacia nuestros compañeros “originales” por así decirlo.
Los minutos del recreo cada vez eran menos. El tiempo se agotaba.

Llegamos hasta ellos y descubrimos que había una chica que quería quedarse en ese salón del inframundo, pero la habían mandado al otro curso. En ese momento, recordé que allí, también había un chico que, por ley, debía también, irse del salón del inframundo pero no quería alejarse de sus amigos. Después de uno o dos minutos, nos organizamos, haríamos un intercambio de alumnos, dos por dos. De este modo la cantidad de alumnos trasferidos no se vería afectada. Sin embargo, al planteárselo a la preceptora, ella se negó, decía que era imposible. Porque nos habían dividido estratégicamente para que no hubiese problemas, pues existían dos personas que estaban peleadas y no podían convivir en un mismo aula. Aun así, no nos rendimos. Contraatacamos, alegando que ninguno de nosotros tenía problemas con nadie, todos habíamos empezado este año, y casi, no conocíamos a nadie, por lo que tal conflicto no existía con nosotros. Al verse rodeada de tantos alumnos con un mismo objetivo, ella decidió ceder, sólo por cansancio.

—Vayan a buscar a la preceptora que tienen ahora, si ella acepta. Se cambian.

Emocionados, salimos todos en dirección a la otra preceptora y le pedimos que viniera con nosotros. Una vez las juntamos, volvimos a explicar todo de nuevo.

—Está bien, pero ante el mínimo problema los devuelvo al salón contrario.¿Escucharon?—todos asentimos con unas enormes sonrisas victoriosas en nuestros rostros. Habíamos logrado una solución que nos beneficiaba a todos.

O eso creía…

Mientras caminamos de un lado a otro, había visto que él estaba en la institución y eso, volvía todo más emocionante, agravando también, mis nervios.

Una de mis amigas, Karen. ¿Recuerdan que era conocida de la amiga de él? Bueno, esa chica apareció en nuestro camino. Y le dijo a mis amigas a que salón debíamos ir. Yo me negaba a aceptar que era ese salón, pues yo sabía bien dónde quedaba el curso de él, y ese no era. Mientras yo insistía en que lo mejor era esperar a la preceptora para que ella nos guíe, la campana sonó indicando el final del recreo. Subimos las escaleras y vimos que la amiga de él, entraba a un salón diferente al que yo conocía. En ese instante la decepción me invadió.

Entonces no estaremos juntos, es otro salón, no sirvió de nada todo lo que rogamos —deduje angustiada. Yo deseaba mucho ver su cara al verme traspasar la puerta, como una especie de ínfima venganza tras rechazarme. Creía que se sentiría incómodo con mi presencia, pero la realidad siempre supera a la ficción.

Traspasé la puerta y lo vi, él estaba sentado en la segunda mesa de la primera fila. Como siempre, soslayé su mirada y corrí a buscar un lugar dónde sentarme junto a mis amigas.

Durante las dos horas que restaban, pude sentir su mirada en mí, me sentía feliz pero nerviosa. Nunca giré a verlo, sólo lo veía por el rabillo del ojo. Mis expectativas eran muy altas, creía que él se acercaría a hablarme, pero eso no ocurrió.
•••
Lógicamente, con el paso de los días, todos iban entrando más y más en confianza, menos yo.

Él pasaba mucho tiempo mirando en nuestra dirección, y digo »nuestra« porque nosotras cuatro, nos sentamos una al lado de la otra. Esto hizo que él comience a intercambiar miradas con una de mis amigas, ella tiene una mirada que puede prestarse a la confusión, pues tiene la costumbre de mirar a todo mundo con mala cara. Esto llevó a que los amigos de él se preguntaran por qué los miraba así, y automáticamente llegaron a la conclusión de que ellos dos, probablemente se gustaban.

»Los que se pelean se aman« dicen.

Toda esta situación los llevó a tener una especie de amistad, donde ella bromea con todos ellos, y ellos, con ella. Esto no me molestaba, sólo me resultaba algo incómodo, pues ahora él nos miraba aún más. Pero lo que creo que ocurre, es que él voltea a verme, pero como ella esta más cerca y siempre mirando al frente, sus miradas se juntan, porque ella siempre lo intercepta. Pero, como ella tiene novia, no le puede gustar él, ¿o sí? Me hago este cuestionamiento desde que ella me preguntó si él me seguía gustando, y yo, como estaba enojada con él, puse mi orgullo adelante, para luego responderle un rotundo : »NO« del cuál me arrepiento, creo que fue un error muy grande. Pero esperen al siguiente capítulo...
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