Segundo día de exploración: el sótano. Segundo día en el que me arrastra Will a otra de sus gilipolleces.
-Son las ocho de la mañana -me quejo-. He dormido tres horas y tenemos que ir al puto instituto.
-Cállate y ven conmigo -me agarra de la muñeca-. Prefiero bajar ahora y no por la noche, solo.
-Te acompañaré, lo juro.
-Si no lo haces, te rompo tus bragas favoritas.
-Eres un puto acosador.
Su madre nos llevó al nuevo instituto.
-No tengo ganas de estar aquí -dice Will-. ¿Y si nos vamos?
-Nos van a pillar. Todo el mundo está esperando a los hermanos Adams...
-¿Y si hacemos algo para que nos echen?
-Conmigo no cuentes. Paso de meterme en líos.
-Entonces lo haré solo.
Fuimos a la misma clase porque repitió curso dos veces. Por desgracia nos sentaron juntos. Él encajó al momento porque habló desde el minuto uno, pero yo terminé siendo la hermanastra rarita.
-Os presento a los hermanos Morgan -dice el profesor.
-Hermanastros -le corrijo.
El profesor comenzó la clase a la que nadie prestaba atención. Somos los hermanastros de la casa del crimen.
-Que suerte -le dice uno a Will-. Puedes tirártela cuando quieras.
-Ojalá -responde Will poniendo una mano sobre mi pierna.
Entonces le di un puñetazo en la nariz. Me expulsaron a dirección y llamaron a mi padre y a mi madrastra.
-Llevamos apenas dos horas de curso, pero me veo obligado a expulsarte -me dice el director.
-¿Y a él no? -pregunté.
-No hizo nada.
-No, solo intentó meterme mano sin mi consentimiento.
-¿Has hecho eso? -se asusta su madre.
-Solo quiere ser el centro de atención -dice mi padre sin darme importancia.
-Pandilla de gilipollas -cogí la mochila y salí de ahí.
Caminé hasta mi casa sin prisa. Cuando llegase me esperaba una buena bronca.
Al llegar al vecindario me fijé en las casas que rodeaban la mía. ¿En cuál viviría Tate? No creo que esté ahora mismo en casa, estamos en horas de clases. Lo único que me quedó fue entrar y enfrentarme a mi crudo destino.
-¡Por fin llegas! -dice mi padre-. A la cocina, ya.
En ella estaba mi madrastra y Will, con hielo puesto en la nariz, junto a una mujer que no conozco.
-Venga, dilo -dice mi madrastra mirando a Will.
-Lo siento -dice sin mirarme.
-Esta es Moira -dice mi padre orgulloso-, nuestra nueva asistenta. Es como parte de la familia, así que espero que la tratéis bien.
-Hemos conseguido que no os expulsaran, pero no debéis volver a hacer ningún escándalo -explica mi madrastra. Creo que nunca os dije su nombre. Se llama Martha.
-Moira se encargará de cuidaros mientras nosotros estamos en la oficina -explica mi padre.
Entonces ellos se fueron al trabajo, y Moira empezó su jornada laboral.
-Eres un cabrón -le dije a Will-. Podrías haber avisado de que ibas a hacer una gilipollez así.
-Ya te avisé y no quisiste colaborar.
-¡Casi me expulsan por tu culpa!
-Y tú casi me partes la nariz. Aún me duele.
-Te jodes.
Moira entró de nuevo a la cocina.
-¿Os preparo algo de comer? -preguntó.
-No, gracias -respondí-. Ya nos vamos. Así no te molestamos.
Moira es una señora mayor de lo más tierna. Parece la típica señora en la que puedes confiar si algún día tienes un problema.
Will y yo salimos de la cocina y decidimos hacer lo que nos quedó pendiente aquella mañana: bajar al sótano. Cogimos una linterna y abrimos la puerta.
-Sé que eres una chica -dice Will-, pero está buena, ¿eh?
-¿Quién?
-Moira. Tiene nombre de diablesa -se muerde el labio.
-Das asco.
Sabía que le gustaban mayores, pero no tanto...
-Lo que da asco es este sitio.
Está todo lleno de humedad, telarañas, muebles antiquísimos... y sangre seca en el suelo.
>>Vámonos de aquí.
-¿Estás asustado? -me burlo-. Ven -le sujeto por la muñeca y le quito la linterna-, vamos a ver qué hay ahí.
-Quiero irme.
-Shhh.
El sotano es enorme. En la pared del fondo encontré la puerta por donde entró Tate.
Escuchamos un ruido y una pelota rodó hasta nosotros. Me agaché a cogerla y un bicho se me echó encima. No me hizo daño porque Will le dio una patada en la cabeza y tiró de mi escaleras arriba.
>>¡¿Por qué has hecho eso?!
-¿Tú qué crees? ¿Es que no has visto ese monstruo?
-¡No le llames monstruo!
-¿Por qué le defiendes? ¡Estás loca!
-Porque no sabemos qué era. Pudo ser un mapache o un tejón o... yo qué sé.
-¿No viste su aspecto?
-Tal vez estaba enfermo. Un animal callejero. Con la patada que le diste no creo que esté vivo.
Nos quedamos toda la mañana en nuestras habitaciones hasta que llegaron los adultos a la hora de comer.
La comida fue silenciosa como siempre, pero especial, porque, cuando Moira sirvió el postre, timbraron.
Una mujer rubia entró en la cocina. A ella le seguía Tate, el chico rubio que últimamente no sale de mis pensamientos.
-Veo que llegamos justo a tiempo para el café -dijo la mujer sentándose a mi lado. La señora me acarició el pelo-. Tener hijos es una bendición.
-Disculpe -habla Martha-, pero ¿usted quién es?
-Constance -se sirve azucar-, y él es mi hijo, Tate.
-Encantados de conoceros -dijo mi padre con su falsa sonrisa.
-Está sonando mi teléfono -dije como excusa para levantarme.
-No creo que sea tan importante como para plantar esta comida -dice mi padre intentando no gritar.
-Seguro que es mamá.
-Deja que se diviertan -dice la vecina-. Los jóvenes necesitan privacidad.
Subí a mi habitación. Detrás mía subió Tate, y detrás, con desconfianza, Will.
Tate se paseó entre las cajas como hizo anoche, pero esta vez abrió una y comenzó a sacar libros y discos.
-Es muy rarito -susurra Will.
-Lo sé -respondo mirando a Tate con una sonrisa.
-¿Tienes juegos de mesa? -pregunta rebuscando en otra caja-. Podríamos entretenernos.
-¡Tate! -le llamó su madre desde abajo.
-O quizá otro día -sonríe-. Volveré.
Ojalá sea pronto.
-No me gusta nada -dice Will.
-Sé que eres un chico -sonrío-, pero está bueno, ¿eh?