𝖢𝖺𝗉í𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗍𝗋𝖾𝖼𝖾.

164 23 5
                                    

Una parte de ella esperaba que Levi apareciera otra vez en la puerta de su casa o que al menos fuera a la oficina, pero cuando transcurrió una hora y luego otra se dio cuenta de que tenía que aceptar la dura realidad. Le había pedido que se fuera y él le había tomado la palabra. Sabía que había tomado la decisión más inteligente, sabía que su relación había llegado a un final lógico, pero el corazón seguía doliéndole por lo que podía haber sido.

No, ni siquiera eso. El corazón le dolía por lo que imaginaba que podría haber sido.

A pesar de todo, Levi había sabido verla como nadie antes. Le había señalado las mentiras que ella se había dicho a sí misma para ocultar sus miedos más ocultos. Y si le amaba, lo menos que podía hacer era respetar lo bastante el recuerdo de su relación como para hacerle honor. Por eso estaba ahora aparcada en la calle frente a casa de Lena justo antes de mediodía. A tiempo para ver salir a Levi. Había reconocido su Lexus aparcado en la acera, y por eso ella había dejado su coche unas cuantas puertas más abajo.

Se acurrucó en el asiento y esperó. Se mordió el labio inferior y se llevó la mano a las gafas de sol al ver como Levi le estrechaba la mano a Udo. Luego se subió a su coche y se marchó de allí.

Hange esperó cinco minutos para que se deshiciera el nudo de la garganta y luego salió del coche para dirigirse a casa de Lena, maldiciendo su suerte por haberse encontrado con Levi. ¿Por qué había tenido que verle aquel día en el que se encontraba tan vulnerable emocionalmente?

Llamó a la puerta y Udo respondió al instante. Abrió los ojos de par en par sorprendido y miró hacia la calle para asegurarse de que Levi se hubiera ido.

—Hola, Hange, ¿cómo estás?

—Bien. ¿Está tu madre?

—Levi acaba de irse —dijo Udo en lugar de responder.

—Ya lo he visto —contestó ella.

Al parecer Udo le quería sacar más información.

—¿No quieres saber por qué ha venido? Quería despedirse. Regresa a Charleston.

Udo la miró de forma tan desafiante que no fue capaz de decir nada.

—Lo siento. Sé que te caía bien.

—Se marcha porque le has roto el corazón —la acusó Udo.

—¿Él te ha dicho eso?

—No ha hecho falta. No soy idiota.

—De acuerdo —ahora se sentía como la mala de la película—. ¿Está tu madre aquí o no?

En aquel momento se abrió la puerta del dormitorio y Lena apoyó el hombro en el quicio. Estaba en bata, tenía el pelo revuelto y el gesto hosco.

—¿Qué quieres? —le preguntó. El mensaje estaba claro: «Éste no es tu sitio».

—Sólo quería hablar contigo —se explicó Hange mirando fijamente a Udo, que captó la indirecta.

—Estaré en mi habitación, mamá —se excusó marchándose.

Cuando el chico se hubo ido, Lena torció el gesto todavía más.

—No tienes por qué mirarme así. He conseguido un trabajo en la empresa de limpieza de la fábrica. Por eso acabo de levantarme, no porque me haya pasado la noche de juerga.

Hange alzó las manos—. Yo no he dicho nada.

—Pero lo estabas pensando —la acusó Lena.

—Mira, Lena —Hange suspiró. No necesitaba empeorar las cosas—. Sé que no te caigo bien. Sé que crees que soy una niña mimada.

𝐍𝐨𝐭𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫; 𝐥𝐞𝐯𝐢𝐡𝐚𝐧 [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora