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Antonella De Lucca.

El helicóptero nos había trasladado hasta un aeropuerto clandestino perteneciente a la familia De Lucca. Donde nos subimos en un avión y terminamos en París.

Adivinen quién folló en la Torre Eiffel.

Pues sí, yo. En la torre, en el hotel, en el avión y no me pregunten cómo, pero hasta en la azotea terminamos follando bajo la luz de la luna.

Aún recuerdo nuestra primera noche de casados:

Flashback.

Habíamos decidido quedarnos en el hotel y salir en la mañana para París. Piero se había dado algún que otro trago y entre caricias y apretones inocentes, ya la temperatura estaba bastante caliente.

— Al fin casados —me daba besos en el cuello— Pensé que este día nunca llegaría.

—Dime alguien que no ha caído a tus encantos —le susurré.

— Tú —confesó—. Hiciste que te amara como parte de tu venganza y luego me pegaste un tiro. 

— No me guardes rencor querido —me burlé—. Si te sirve de consuelo yo también te amaba, pero era necesario. 

— Claro, claro —sonrió de lado—. Es entendible. ¿Quieres un trago?

— No tengo deseos de tomar —puse mi boca en una línea fina.

No podía ingerir alcohol.

Me intenté quitar el vestido de novia. Piero me detuvo.

— Permíteme —quitó el velo dejando que mi cabello cayera desenfrenado.

Sus manos acariciaron lentamente mi espalda mientras bajaba la tela de encaje que me cubría la piel. Me quedé solo con ropa interior.

— Te tendría que haber traído entre mis brazos. Así como las parejas en las películas románticas.

Enarqué una ceja.

— ¿Estás viendo películas románticas? —solté una carcajada.

No me imaginaba a este hombre viendo películas románticas frente a una tele. Con todo el drama, los llantos y las alegrías de los protagonistas.

— Un poco sí —confesó avergonzado.

— ¿Aprendiste algo romántico, que quieras enseñarme?

— Duro sí, romántico no mucho —me miró con descaro y mordí mis labios. Con la idea.

Di un paso hasta él.

— ¿Quieres probar? —volvió a hablar y dio un paso colocándose a centímetros de mi boca.

— Puede ser —le provoqué, acariciando lentamente la tela sobre su pantalón: donde ya crecía su erección.

Me acorraló contra la pared, tomó mis manos y las puso sobre mi cabeza haciendo presión con las suyas.

— Te lo voy a volver a preguntar —me comió el cuello y succionó mi piel— No estoy jugando, Antonella ¿Quieres probar?

— Sí quiero —me soltó, quitó mi sostén y rompió mis bragas.

Dejándome sola empezó a caminar por la enorme habitación. Iba arrojando su ropa al suelo, quedó desnudo en menos de nada y se fue hasta la mesa donde se encontraba una cubitera que contenía una botella.

Se sirvió un trago y volvió a mí.

— Acuéstate —me pide dándole un largo trago.

Mi espalda tocó el colchón y Piero se colocó entre mis piernas, me besó en la boca y dejó que el líquido que había tomado escapara y terminara deslizándose por mi mandíbula.

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora