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Antonella Lombardi.

Las palabras de Piero me golpearon lentamente una a una, yo no quería dejarlo ir, pero no se puede destruir lo que amas. Por eso había decidido poner distancia y enfocarme solo en mi plan. Si todo salía bien, me iría dentro de una semana. Ya no tenía más tiempo.

«Huyendo de mis sentimientos, parece chiste».

Su confesión me dejó impactada, no podía creer que mi padre fuera capaz de tal cosa.

Lo de ayer en la noche en su auto, fue un momento de debilidad, momentos que no me podía permitir. 

Terminé de arreglarme, recogí mi cartera y guardé en mi brassier el pequeño frasco que había recibido en la mañana.

—¿Estás segura? —preguntó Daphne desde mi cama.

Era a la misma hora, dos citas, dos lugares separados, dos intenciones diferentes, con dos De Lucca muy distintos.

Piero De Lucca.

Alessandro De Lucca.

—Sí —asentí—, ya no hay vuelta atrás.

—Puedes mandar todo a la mierda y guiarte por tus sentimientos. Después de todo, esta guerra no es tuya.

—Si me guío por mis sentimientos terminaré con... Esa no es una opción.

—No dudes en llamarme si algo se complica.

—No va a pasar nada.

Llegué a la dirección que me había mandado papi De Lucca, un edificio, enorme ostentoso y muy moderno. Para alguien que supuestamente estaba muerto, le gustaba llamar bastante la atención.

Las puertas del ascensor se abrieron y toqué el timbre una sola vez.

—Llegas puntual nena —saludó comiéndome con la vista.

—No soy de las que se hacen de rogar —coqueteé, entrando en el departamento.— me gusta este lugar,  tienes buen gusto.

—Esta es nuestra segunda cita —lo sentí hablar en mi nuca y me produjo arcadas.

Me recordaba cómo le había propuesto sexo en aquel club.

—¿Tienes algo para beber?

—¿Un vinito te parece bien?

—Me parece fantástico.

Caminó hasta la isla, donde se encontraba un pequeño minibar y sirvió un poco de vino en unas copas.

Me adelanté y lo abracé por la espalda.

—¿Puedes poner un poco de música? —susurré en su oído.

—Tus deseos son órdenes.

Se alejó hasta un tocadiscos que ví al llegar y se pone a rebuscar. Aproveché la oportunidad y saqué el frasco, dejando caer algunas gotas de Dexedrine en su bebida.

Lo volví a esconder entre mis pechos, luego agarré mi copa para no confundirme. Rodeé la isla, tomando asiento en unos de los taburetes y encendí el grabador de audio de mi teléfono.

Necesitaba que hablara.

La música clásica se escuchaba  poco a poco y Alessandro se sentó frente a mí.

—Cuéntame de ti —di un trago y remojé mis labios.

—¿Qué quieres saber de mí?

Hablamos unos minutos de cosas irrelevantes hasta que la droga comenzó a hacer efecto en su sistema e intenté sacarle información.

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora