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Narrador Omnisciente.

Hoy era el día en que Piero De Lucca  anunciaría, su compromiso con Chiara Rinaldi, en su enorme mansión ubicada en la costa italiana Sestri Levante. El clima era perfecto, cientos de mesas adornadas con lazos rojos descansaban sobre el césped, habían contratado al personal más cualificado para la ocasión. Digamos que la prometida era un poco perfeccionista y molesta.

Piero estaba muy lejos de amar a esa mujer, se casaban por negocios y pequeños beneficios.

Por los pasillos de la enorme mansión se escuchaban numerosos gemidos, pero aun así nadie se atrevía a entrar en la habitación y enfrentarlo.

¿Por qué?

Porque todos le tenían miedo.

Nadie en su sano juicio le diría al diablo cómo gobernar su infierno.

El mayor de los De Lucca; piel tatuada, de espalda ancha, músculos definidos, cuerpo perfecto y trasero deseable, media más de un metro ochenta. 

La mujer que gemía —no sé su nombre, seguro que Piero tampoco— debe ser alguna del personal o una pobre joven que cayó en sus manos.

Los jeans negro estaban más abajo de sus rodillas junto a su bóxer. No lleva camisa, la morena está inclinada sobre un escritorio, Piero tira de su pelo y la embestía con todas sus fuerzas, tanto que parecía que quería partirla por la mitad. Como si fuera un animal.

Seguía con su movimiento de caderas una y otra vez, entrando y saliendo como si no hubiera un mañana hasta que la puerta se abrió, para dejarnos ver a otro monumento un poco más joven.

— ¡Vístete ahora! — gritó nervioso Luigi.

—¿Por qué debería, hermanito? — habló Piero con la voz entrecortada sin dejar de moverse en el interior de la chica.

— Es Chiara, ella… viene... ya está aquí —anunció, era el más noble de los tres, siempre cuidaba la espalda de sus hermanos a pesar de ser el menor.

— No necesito presentación —los tacones resonaron en aquella habitación cuando la futura señora De Lucca hizo su entrada — ¿Tienes una idea de lo que puede suceder si mi hermano te ve? Le pondría fin a este compromiso.

— Yo mejor me voy —comentó apenado Luigi.

— Me importa un carajo tu hermano —bufó Piero—, la única que no se entera eres tú. Ahora por favor, ¿te puedes salir, Chiara?

— ¿Para que? —gritó casi llorando—. ¿Para terminar de follártela?

— Obviamente, Chiara.

— Juro que me las vas a pagar todas —se marchó cerrando la puerta de golpe.

— Bien, ¿tú y yo por dónde íbamos? —suspiró aliviado.

— Me engañaste —repicó la chica, aún con la mejilla pegada a la madera del escritorio—, me dijiste que quien se casaba era tu hermano.

— Felicidades, Chiara y tú me han quitado las ganas de follar.— Salió de su interior con brusquedad y se sacó lo que le quedaba de ropa—, ahora si me disculpas tengo una pedida de mano esperando por mí.

— Espera un momento — ella se incorporó y caminó hasta él para besar sus labios, pero la rechazó.

— No confundas sexo con sentimientos —reclamó—. Es patético.

Caminó desnudo hasta su habitación, para luego dejarse llevar unas largas horas bajo la ducha. Cada día su boda estaba más cerca y no tenía cómo escapar de ello. 

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora