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Piero De Lucca.

Agarré el paño blanco que estaba sobre la mesa, limpié mis antebrazos cubiertos de sangre, me desnudé, arrojé mi ropa manchada al suelo y salí del viejo almacén solamente en bóxer.

— Limpia ese desastre —ordené al guardia de la puerta.

— Claro Don —respondió cruzado de brazos—. No quedará prueba de que usted pasó por aquí.

Caminé hasta mi auto, me vestí con la prenda de ropa que llevaba en la cajuela y marqué rumbo fijo a la ciudad.

— ¡¿Qué quieres?! —contesté de mala gana cuando mi teléfono comenzó a sonar.

— Don, investigué sobre la chica...

— ¡¿Y?!

— Antonella Mancini existe desde hace solo cinco días.

— ¿Estás seguro?

— Sí, Don —agregó— llegó a Génova hace unos días y no hay ninguna información sobre ella. No encontré ningún familiar, una amiga llamada Daphne Ricci y es con quien vive.

— Entiendo —colgué la llamada.

¿Antonella Mancini quién diablos eres?

Era toda una joyita mi princesa.

Cambié el rumbo y terminé en la consulta de Naomi Santoro, llevaba siendo mi terapeuta desde hacía unos siete años cuando mi vida se derrumbó.

— Creí que nunca volvería a ver ese cuerpo perfecto, que me encanta —cruzó las piernas y se llevó el boli a la boca.

— Tenemos un problema —me dejé caer en el sofá que conocía tan bien.

— ¿Lo volviste a hacer, Piero?

— Dilo Nao —solté un largo suspiro— he vuelto a matar por diversión.

— ¿Por qué Piero? — comenzó a apuntar en su libreta— creí que ya no me necesitabas. ¿Un mes desde tu última visita?

— Sí, por eso no había venido. Hace un mes que no mataba.

— ¿Qué te está molestando? Escuché que tu compromiso terminó.

— Chiara es una zorra...

Asintió.

—Pero no es por ella, conocí a una mujer y me molesta que sea tan segura de sí, no se intimida ante mi presencia.

— ¿Solo por eso estás de cacería nuevamente?

— No... bueno, no lo sé.

— ¿Quieres hablar de Beatrice y Guido?

— Quiero sexo.

— ¿Ahora?

— Sí.

— Ok desnúdate, luego terminamos con la terapia.

Después de que te folle.

Retiramos toda nuestra ropa al mismo tiempo. Acorté la distancia que nos separaba, acuné su trasero en mis manos y la alcé para luego depositarla sobre el escritorio, tumbando algunas cosas al suelo.

No era la primera vez que me acostaba con mi terapeuta. Aunque lo consideraba estrictamente profesional, debido a que ella conocía todos mis secretos, me sentía cómodo siendo yo mismo.

...

Rodeó mi rostro con las palmas de sus manos, trazo con las yemas de sus dedos suaves círculos sobre mi piel, me miro directo a los ojos y remojó sus labios con su lengua.

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora