11

6K 569 80
                                    

Narrador Omnisciente.

"Son el uno para el otro porque el destino los separa pero el diablo los junta y cuando se cruza la línea de lo que está bien con lo que está mal un caos se desata"

— Cuéntame lo ocurrido Piero —la terapeuta se tocó el puente de su nariz—¿Ahora por qué mataste?

— Estoy perdido, Nao —resopló aquel hombre—, no fue una víctima más. Está vez tendrá sus consecuencias.

—¿Estás asustado o arrepentido?

—No —respondió el mayor de los De Lucca y era verdad, le daba igual a quién había matado. Su problema era otro—. No estoy arrepentido. Saúl Bein la tocó y yo lo maté.

En este mundo de la mafia un error tan grande como la ejecución despiadada del miembro de una de las familias más importantes, como lo eran los Bein, traería sus fatídicas consecuencias.

—Creí que nunca conocías a tus víctimas —la doctora apuntaba todo en su libreta.

— Y así era, pero hoy cuando le pedí a mis hombres que quería a cualquiera en el almacén —respondió por lo bajo— Nunca llegué.

—Continúa.

—Volví al club, esperé que saliera y luego...

—¿Luego?

—Le corté las manos, dejé que se desangrara y admiré cómo su alma abandonó su cuerpo.

—¿Sabes que su familia irá a por ti y le pondrán precio a tu cabeza?

—No imaginas  la cantidad de veces que mi cabeza ha tenido precio.

—¿Dices que todo esto fue por una mujer?

—Sí —asintió rápidamente.

—¿Me puedes decir su nombre?

— Antonella Mancini...por ella volví a matar.

—¿Te enamoraste de ella?

Ni él sabía esa respuesta.

La terapia continuó tranquila, no tuvieron sexo como en las otras ocasiones porque Piero rechazó su insinuación, su cabeza estaba en otro lugar.

No hacía falta tener dos dedos de frente para saber dónde.

La noche fue larga, permíteme y hago un resumen; club, retos, sexo, trío, una pequeña muerte para acabar en una terapia y yo...yo la disfruté con un bol de palomitas.

El hombre que entraba en la mansión de los De Lucca con el sol en el horizonte y sin dormir en toda la noche encontró una pequeña caja en la puerta con su nombre escrito en grande:

«PIERO»

Cómo era para él, la cogió en brazos, emanaba un olor tan asqueroso, pero igual estaba adaptado a ello y no le importó.

Entró en su despacho, la tiró al suelo y se inclinó para abrirla.

"Bingo"

Unas manos.

Menudo regalo, el olor tan asqueroso era sangre seca y las manos no sabemos a quién le pertenecían, pero había una pequeña hoja de papel manchada de ese líquido rojo.

«Tú matas a uno de nosotros y nosotros iremos a por tu familia».

Piero pensó primero en sus hermanos pero luego continuó leyendo y sus músculos se relajaron:

Tienes a un hombre menos.

Si el muerto era uno de sus hombres a Piero le daba igual, su única preocupación era sus hermanos y ahora esa chica que apareció gritando como loca en el despacho justo en el momento en que iba a mencionarla.

—¿Pero que cojones pasa contigo?

—Esa boca princesa —se burló Piero porque no sabía el motivo de su enojo. Mientras tanto, intentaba esconder la caja en su espalda.

La mano de la joven impactó contra su mejilla de este y su boca se curvó en una sonrisa.

—Estamos bravita —canturreó.

—No me da ninguna gracia —bufó— ¿Cuando pensabas decirme? 

—Si me dices de qué hablas sería mejor.

—De tu compromiso con Chiara y su embarazo.

Su boca se abrió en una enorme "O" y no tenía escapatoria.

—Pensaba decírtelo.

—¿Cuándo? ¿Cuando estuviéramos follando? ¿O cuando tu hijo naciera?

—No lo sé —se pasó ambas manos por su cabello— será mejor que te vayas, no es un buen momento.

—Resulta que ahora Piero de Lucca no es lo suficientemente valiente para decir qué cojones siente.

—¡Vete! —gritó

—¡No! —gritó aún más fuerte— admite que yo nunca te importé. 

— ¿Crees que si no me importaras hubiera matado por ti?

Tomó la caja y la tiró al suelo con fuerza. Las manos salieron a la vista, Antonella abrió su boca formando una enorme O.

—¿Qué hiciste?

—Yo dije que si alguien te tocaba le cortaría las manos y fue lo que hice.

—¿Esto es una prueba de amor para ti?

— No sé. Yo dejé de amar hace siete años, Antonella. Y sí, expreso lo que siento matando, porque me gusta ver la agonía y el sufrimiento de las personas.

—Eres un maldito enfermo Piero De Lucca —chilló— y no quiero que una persona tan retorcida como tú, con el alma tan oscura sea el hombre que despierte a mi lado cada mañana, con el que adopte un cachorro, el padre de mis hijos y lo último que vean mis ojos antes de irme a dormir.

Eso princesa, has dicho lo que Piero quería escuchar, ahora sal por esa puerta y no vuelvas.

Después de todo Piero no sabía, pero yo sí. Tu serás su ruina, aunque para eso tendremos que esperar un poquito...pero tiene su mérito, le dijiste cosas hermosas.

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora