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Antonella Lombardi.

Meterme en donde no me llamaban se me estaba haciendo costumbre, por segunda vez en el día estaba espiando a los De Lucca. Los escuché discutir, realizar llamadas y en su tono de voz se notaba la desesperación.

Sentí sus pasos y me alejé rápidamente. Piero salió hablando por teléfono y Valentino abrió los ojos como platos al verme.

— Nuevamente nos vemos — susurró con coquetería para que solo yo lo escuchara. 

—¿Te molesta, Valentino? —fingí una sonrisa cuando la vista de Piero cayó sobre mí.

—En realidad me encanta —Soltó sin más, antes de desaparecer.

Piero colgó la llamada y se volteó a verme.

—¿Qué quería mi hermano?

—Solo saludaba —le resté importancia—¿A dónde vamos?

—No princesa, uno de mis hombres va a llevarte a casa. No puedes ir conmigo.

—¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe?

—De lo único que estoy seguro es de que si vas conmigo no voy a concentrarme y terminaré follándote —dijó. 

Tragué en seco.

—Visto así —abrí la boca y la volví a cerrar—, es tentador, pero tienes razón debes enfocarte en buscar a Luigi. Toma mi número.

Le entregué una tarjeta que guardó en uno de sus bolsillos.

—En el jardín tienes un auto esperándote —se acercó—. Ya nos veremos Antonella.

Lo siguiente que ocurrió me sorprendió tanto a mí, como a él.

Me dió un casto beso en la frente y frunciendo el entrecejo por su acción, salió sin decir una palabra

¿Qué fue eso?

Mirando por la ventanilla del auto, camino al departamento, no dejaba de pensar en él.

Piero.

Lo subestimé, creí que esto sería fácil y resultaba que ahora me daba miedo perderme en el camino. Podía asesinar sin que me temblara la mano, pero no era una máquina de destrucción sin sentimientos.

Su postura de hombre fuerte no me la creía, uno no nacía siendo frívolo. Los golpes de la vida y las malas decisiones te arrastraban a la oscuridad.

El mayor de los De Lucca estaba roto por dentro y no costaba destruir a un hombre que no deseaba vivir.

Piero De Lucca.

Llegué a la mansión de los Rinaldi, azoté la puerta una y otra vez, me recibió la empleada de la casa con los ojos hinchados.

—¡¿Dónde está Donato?!—espeté furioso.

—Baje la voz, Piero —sollozó—, el señorito Donato y la niña Chiara están en el hospital.

Adictiva Perdición ✓ [Próximamente en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora