La amistad les venía muy bien. O, al menos, así lo fingieron durante un tiempo. El aire se despejó entre ellas, unidas en un propósito común sin la culpa y la traición opresivas que pendían peligrosamente sobre ellas como una presencia constante, las cosas parecían más fáciles, la tensión en su relación se suavizó en algo parecido a la afabilidad temprana de su amistad.
Y, sin embargo, ambas anhelaban más. Sin hablar y sin querer hacerlo, ninguna de las dos tentaba el destino de su recién descubierta amistad, pero era obvio en las miradas fugaces y en los toques suaves y persistentes que ambas querían más. Obvio, es decir, para ellas mismos, pero nunca para la otra.
En las largas tardes en las que Lena hojeaba libros para bebés mientras Kara amasaba los músculos doloridos de la espalda de Lena, o en las mañanas perezosas en las que Lena era recibida con huevos revueltos y gofres, y su cara se iluminaba con un deleite agradecido, o incluso en sus paseos diarios por el jardín mientras el invierno se arrastraba, marchitaba las plantas y daba un frío al aire, permitiendo que Lena se librara de su ardiente fiebre, de la mano de Kara mientras su estómago crecía y crecía y sus pasos se convertían en meros contoneos, nunca adivinaron los pensamientos de la otra, manteniéndolos en secreto y cerca mientras vivían en una fantasía, sin darse cuenta de lo cerca que estaba la realidad, justo fuera del alcance de sus dedos. Todo lo que habría hecho falta era un salto de fe, un momento de valor para confesar la verdad, y aun así, ambas dudaban.
Mientras Lena se volvía más redonda, llena, más sana y más fuerte de lo que nunca había estado; la sangre de Kara en su organismo se prolongaba y disminuía, y los meses que quedaban hasta la fecha prevista para el parto se reducían a semanas, su futuro juntas seguía siendo incierto. Lo único seguro era su hija. Una hija que les uniera de alguna manera, aunque no saliera nada más. Y, sin embargo, seguían dando vueltas al tema de lo que vendría después.
Tal vez fuera una tontería no mirar más allá de la fecha de parto, no tener planes de custodia o de dónde residirían -si el departamento de Kara era adecuado o si Lena planeaba volver a su ático-, ni hablar de nombres ni de artículos para el bebé en la mansión, pero Lena tenía miedo de hablar de ello, como si fuera a romper el frágil sueño al que se había entregado. Y Kara parecía estar demasiado dispuesta a obedecer, sin abordar nunca el tema mientras se movía alrededor de Lena como una atenta compañera de piso, siempre a su lado antes de que ella supiera que había algo que necesitaba o algo que decir.
Era un frío día de diciembre, a punto de anochecer, difuminando los bordes y alargando las sombras en el día más corto del año, cuando decidieron dar una vuelta por el extenso jardín para tomar el aire. El encierro en aquella casa hacía tiempo que había empezado a inquietar e irritar a Lena, y el aire fresco era un bálsamo para su piel enrojecida. Con nada más que una fina camisa y unos pantalones cortos, caminó del brazo con Kara, pisando hojas y hierba seca bajo sus pies mientras pasaban por parterres marchitos que se aferraban al suave invierno californiano.
—Es extraño —reflexionó Lena—, nunca había pasado un invierno en esta casa. Siempre solíamos pasar las Navidades en Suiza, Colorado o Canadá esquiando. Siempre nevaba.
—No sabía que supieras esquiar —dijo Kara con una diversión apenas disimulada.
Erizándose ligeramente, Lena le lanzó una mirada altiva de reojo, con la boca tirando ligeramente de las comisuras.
—Se me daba muy bien, la verdad.
—No lo dudo —replicó Kara de forma apaciguadora, observándola con una mirada tierna—. ¿Extrañas la nieve?
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Semideus [Supercorp]
Fanfiction"-Análisis completo. Los resultados muestran niveles elevados de hCG. -No, no, no -murmuró Lena, con un miedo gélido deslizándose por su columna vertebral y enroscándose en su estómago mientras una sacudida de pánico la recorría-. Eso no puede ser c...