Capítulo 5: Feng Xin, Mu Qing y el Sagrado Pabellón Real

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El tiempo pasó y mis horizontes se ampliaron. Al cumplir 11 años me presentaron al hijo del duque Feng, Feng Xin. Era un muchacho desgarbado, algo más mayor que yo, de cabello castaño y ojos chocolate. Sus rasgos eran algo toscos, pero no dejaba de ser objetivamente guapo. Estaba segura de que cuando creciera le lloverían las propuestas.

(¿Por qué la ratio de belleza en mi entorno es tan absurdamente alta? Entiendo que es que la gente en palacio cuida mucho su apariencia, pero realmente parece que soy una oruga entre un montón de mariposas.)

El encuentro fue un bastante formal, con mi padre y el duque observándonos. Traté de ser amistosa pero el pobre adolescente estaba más tenso que la cuerda de su arco, lo cual decía mucho.

Por lo que me enseñaron en las lecciones de historia, la familia Feng ha sido uno de los pilares del reino desde la fundación de Xian Le. El primer duque recibió del rey fundador un arco con el propósito de que siempre cuidase su espalda. Desde entonces, ha sido tradición que cada duque Feng se convirtiese en el arco del rey, protegiéndolo y siendo su principal apoyo.

En otras palabras, dicho encuentro estaba destinado en convertirse en una amistad política.

(Me pregunto cuáles serán las expectativas del zagal al respecto)

Nos dejaron solos para que pudiésemos conocernos mejor, así que aproveché para dar un paseo con los jardines

(Cómo no. Tampoco es que tuviese muchas opciones para elegir.)

Traté de entablar conversación preguntando cosas básicas, edad, aficiones, estudios... pero sus respuestas eran tan secas que tan pronto contestaba, moría la plática. Él por su parte no se atrevía a iniciar el diálogo.

(Dioses, qué incómodo. ¿Puedo llorar? Esta vida no está hecha para mí.)

-Esto... ¿Ya empezó a su entrenamiento formal, joven maestro Feng?

(Bien, maldita sociedad. Por supuesto que tenernos que regir por un sistema de cortesía y lenguaje formal ayuda a las relaciones interpersonales)

-Efectivamente, Su Alteza.

Esperé a ver si continuaba.

Nada.

-Con su arco supongo.

-Sí.

(...)

(Socorro. ¿Puedo llorar?)

-¿Bajo qué secta o escuela se entrena?

-Monte Xuandu (1), la secta externa del Pabellón Real en el Monte TaiCang, Su Alteza.

-¿Allí cultivan?

-Solo algunos, la mayoría nos dedicamos al entrenamiento marcial.

-Y... ¿qué tal es?

-Estricto.

-...

(Las ganas de pegarme cabezazos contra la pared más cercana son muy reales.

¿Es que acaso me odia? ¿Simplemente es alguien de pocas palabras? ¿El duque lo intimidó antes del encuentro y ahora no se atreve a hablar por miedo a ser grosero? Por el amor del cielo, ¿qué hago?)

Continuamos en silencio. Yo, con una sonrisa idiota pegada al rostro (era eso o llorar) y el otro, más callado que una tumba. Menudo par.

Me resigné a pasar el resto del día en una situación incómoda. Por fortuna mi predicción falló. No tuve en cuenta al huracán y creador de problemas número dos de Xian Le, Qi Jing.

La Emperatriz Marcial de las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora