Capítulo 04

235 45 63
                                    

La noche se hizo presente de manera paulatina, devorando todo rastro de luz

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La noche se hizo presente de manera paulatina, devorando todo rastro de luz. Las estrellas decoraban el cielo con su brillo, parecían tener una historia que contar, ser parte de un conjunto.

Un conjunto del que no era parte el pequeño Anthony.

Hoy fue su primer día de clases, todos sus compañeros se burlaron de él. Le decían viejo por usar palabras extrañas y hasta la maestra lo regañó por imprudente.

Para rematar sus padres siempre peleaban. Cuando sus voces se escuchaban por los alrededores, y los gritos se hacían más dolorosos los monstruos no paraban de perseguirlo.

Él se escondió debajo de su cama y se tapó los oídos.

Un frío inaguantable producto del miedo paralizó su cuerpo. Sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos, logrando que reprimiera una mueca de dolor. En medio de su desesperación recordó los demonios de sus pesadillas y se asustó más.

Los ruidos le molestaban demasiado y allá afuera todo sonaba como si las criaturas fueran reales. El niño entraba en crisis cuando vivía una situación negativa. Se movía desesperado hacia adelante y atrás, y acurrucaba la cara en sus rodillas.

«Quiero arrancarme los oídos» le reclamó su cabeza, era un bucle que se repetía una y otra vez.

En estos momentos, lo único que podía hacer el infante era llorar desconsolado hasta quedarse dormido.

Cuando terminaba la semana Anthony iba al parque que estaba cerca de su casa, su madre lo acompañaba sin refutar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando terminaba la semana Anthony iba al parque que estaba cerca de su casa, su madre lo acompañaba sin refutar. Capaz porque se sentía culpable de que su hijo de nueve años tuviera que sufrir las consecuencias de sus malas decisiones.

El niño tenía un ritual, le fascinaba sentarse en una banca que se ubicaba al lado de los árboles. Ahí se dedicaba a colorear los dibujos de constelaciones que ya estaban impresos.

Ese día fue muy importante para él.

¿Por qué?

Ese día hizo su primer amigo.

Un señor como de setenta años se recostó en la banca y comentó:

—¿Te gustan las estrellas?

—Sí, son muy bonitas —opinó, concentrado en el coloreado —. No debería hablar con usted, mi mamá me dijo que no converse con extraños.

El señor carcajeó.

—Tu madre es muy sabia.

Él asintió, y eligió otro color de su cartuchera para continuar con la tarea que tanto le apasionaba.

—No te preocupes, soy el vecino —se excusó.

—No te creo, mi mamá también me dijo que los secuestradores suelen mentir. Solo falta que me ofrezca caramelos.

—Qué elocuente eres, muchacho —las risas del mayor no paraban —. También me gustan mucho las estrellas, de ellas salen historias muy interesantes que tienen que ver con la mitología griega y la filosofía.

El infante cerró su cuaderno con brusquedad y guardó sus cosas volando.

—¿Por qué me sigue hablando, señor?, lo siento, pero si no es un secuestrador demuestra todo lo contrario.

—Lo lamento, mijo —le dedicó una sonrisa triste —. Es que me hiciste acordar a mi nieto, hoy es su cumpleaños número diez —señaló a un niño de tez oscura que estaba jugando en los columpios con su amigo.

Los dos tenían el cabello azabache y la piel tostada. Con la diferencia que el segundo poseía una tez más clara, su cabellera era larga y lucía un vestido floreado muy bonito, junto a unos converse rojos que hacían juego. Por un segundo, Anthony dudó si era un muchacho.

—Me gusta llevar a mi nieto a este parque cuando se deprime —comentó para sacarlo de su embelesamiento.

—¿Cómo puede estar triste el día de su cumpleaños? —dijo con lástima.

—Más tarde le voy a picar una torta con su amiguito Paul.

—¿Y sus otros amigos?

—No hay más, quiero mucho a mi nieto, pero tiene su carácter. Pobre de la novia que le toque —el señor rió de nuevo, y apuntó a su cuaderno para cambiar de tema —. ¿Por qué te gustan las estrellas?

—Son las únicas que me acompañan, yo no tengo ni un amigo.

—Ya veo...—al hombre le impresionó lo familiar que era la situación. Ahí lo comprendió. Su objeto más preciado no podía estar en mejores manos que en ese niño. Rebuscó en su bolso hasta que le mostró un libro y se lo dio.

—No entiendo.

—Cuando me sentía solo siempre leía este manuscrito, no te preocupes. No es complicado, tal vez leerlo haga que te gusten más las estrellas.

El niño no supo por qué lo recibió, pero gracias a esa pequeña acción descubrió cuánto amaba la filosofía.

La vida es muy irónica.

¿Quién lo diría?

Un instante marcó la carrera que quería estudiar.

Un instante marcó la carrera que quería estudiar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pequeñas casualidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora