Después de una hora, el fulgor se armó en el lugar, aumentado el nervio de los espectadores, incluyendo a Tony, que bajó de las gradas para animar a Dylan. Los resultados de los innings fueron desbastadores. El moreno no dejaba de apretar el bate de metal que tenía entre las manos.
Cuando el menor lo diviso trató de acercarse, pero él le respondió antes de que abriera la boca:
—No puedo hacerlo, ya te lo dije, no soy bueno en nada. Ni siquiera este estúpido juego es importante.
—Claro que lo es.
—Sí, ¿Por qué? — cuestionó, agresivo —. No es como si le tuviera que demostrar algo a Cristian.
—No quiero que le demuestres nada a nadie. Si no a ti mismo.
—Un juego no puede cambiar la situación.
—Tú, ¿Qué sabes? — lo vio decidido —, es simbólico. No es relevante si ganas o no. Lo crucial es que te levantes y lo intentes, ¿en serio estás haciendo tu mayor esfuerzo?
—Mira, quien habla. Él que casi me mata por quedarme dormido en el autobús.
—Sabes que no estoy realmente molesto por eso.
—¿Entonces?
—Es porque...
—Soy un imbécil — completó, apático.
Negó de manera tranquila.
Había un poco de lógica, pero no era la realidad. Odiaba darse cuenta de que él era el más imbécil por culpar a Dylan de sus sentimientos unilaterales.
Sí, era alguien egoísta, pero también muchas veces Anthony lo era con sus discursos de doble moral. ¿Por qué él tenía que priorizar su bienestar? No era como si fueran cercanos, no hace mucho eran extraños que los unían las casualidades desde que tienen memoria. Al fin de cuentas, Anthony solo conocía lo que observaba a lo lejos. Él era como los libros que leía. Al único papel al que podía aspirar era al de un simple espectador.
—Qué raro, pensé que era obvio —se rio de forma sarcástica —¿Cuál es la verdadera razón?
—No quiero que seamos hermanos —dijo cabizbajo. No era mentira, pero tampoco era una verdad completa.
—Ya somos dos, nuestros papás nos destrozaron la vida en un instante —se volvió a reír —. Pero, a pesar de todas las diferencias. No quiero que continuemos así.
Anthony se volteó, perplejo.
—Si, te odiaba, y a veces me sigues sacando de quicio, pero también me di cuenta de que te juzgué mal. Los dos estamos pasando por la misma mierda.
—Aunque no lo creas quiero ayudarte —se le salió a Anthony espontáneamente
—Lo sé, eso es lo que más me frustra; puedes darte cuenta de muchas cosas y confías en mí a pesar de que nadie lo hace, pero lo que más odio es no encontrar una razón a tu amabilidad.
ESTÁS LEYENDO
Pequeñas casualidades
Teen FictionDicen que еl tiempo todo lo cura, pero nadie les dijo que el dolor se iba tan lento. Su historia es como un cuento de hadas moderno, ellos tenían claro que se querían a destiempo. Es que es imposible olvidar las charlas y los besos interminables, al...