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—¡No me puedo creer que estemos aquí! —exclamó Yasani asomada a la ventana del dirigible.

—¡Mira, ahí va otro fénix mensajero! Son enormes —dijo Kayssa a su lado—. Me pregunto a dónde irá...

Yasani se introdujo del todo en la cabina del dirigible y se sentó en uno de los asientos tapizados a rayas. Kayssa la imitó y se sentó colocó frente a ella. Las separaba una mesa de metal que parecía brotar del mismo suelo y que, aparte de un armarito en la parte derecha de la cabina, componía todo el mobiliario del vehículo. Mizzi se sentó sobre la mesa entre ambas.

—¿Crees que Alzer se molestó por lo que dije del fénix mensajero? —preguntó Yasani.

—Creo que se siente un poco frustrado. Seguramente le gustaría ser mejor Domador.

Yasani suspiró y echó un vistazo al interior del dirigible.

—Pero a todos nos queda mucho por aprender...

—Tú hiciste brotar una Fortunea —recordó Kayssa.

—Y lo mío me costó... Puede que Alzer solo necesite un poco de tiempo.

Pasaron unos minutos en silencio hasta que Kayssa sacó de su bolsa una cantimplora llena de agua.

—¿Podrías... hacer eso que haces con el agua? —pidió Kayssa con una sonrisa.

Los Vitalistas controlaban libremente el agua y la tierra, porque en ellas estaba la vida, pero ningún otro elemento más. El fuego y el aire era terreno de los Magos. Yasani le devolvió la sonrisa y destapó la cantimplora. Alzó una mano despacio con la palma hacia arriba y el agua que contenía la cantimplora ascendió en tres esferas que quedaron suspendidas en el aire frente a ella. Kayssa abrió la boca y Yasani dirigió la esfera más pequeña hacia ella. La engulló y Yasani volvió a dejar el agua en su sitio bajo la atenta mirada de Mizzi.

—Me encanta eso —confesó Kayssa fascinada.

—¿Te gustaría ser Vitalista? 

—No lo sé... Todas las ramas tienen algo que, a su modo, me llama la atención. No sabría decidirme.

—En realidad, si lo piensas, todas están bastante relacionadas entre sí. Los Vitalistas tenemos un aprecio especial por la vida en general, pero los Domadores lo tienen hacia los animales y otras criaturas. Los Artistas son capaces de capturar con sus obras esas relaciones y ese aprecio especial que muestran los demás, y los Metamorfos se transforman en cualquier elemento que alguien podría necesitar.

—¿Qué hay de los Guerreros y los Alquimistas? —preguntó Kayssa.

—Los Alquimistas crean pócimas e inventos que potencian las demás ramas y, a veces, replican sus habilidades. Con menor efecto, eso sí. Y los Guerreros se encargan de defender la paz y el equilibrio entre todos.

—Supongo que tienes razón.

—¿Sabes...? Con el dirigible vamos a tardar menos de lo que pensábamos en llegar a Libos. Podemos quedarnos con mis tíos cuando hayamos encontrado lo que buscamos.

—Si te digo la verdad, no sé qué buscamos exactamente —contestó Kayssa—. Según la maestra Siela, Vidrel viajó hasta allí siguiendo la pista de esas... bestias negras, pero no sé ni por dónde empezar.

—De momento disfrutemos del viaje. ¿No te parece increíble que esto ahora esté vivo? —preguntó Yasani colocando una mano con suavidad sobre la fría pared.

—Desde luego. Y que sea tan silencioso.

Kayssa volvió a asomarse por la ventana y contempló el paisaje que pasaba bajo ella. El dirigible no volaba muy lejos del suelo, pero sí lo bastante como para dejar ver los campos, aldeas y ciudades lejanas. Libos aún no estaba a la vista, aunque al ritmo al que iban no tardarían en alcanzarla. Unas horas más tarde, el dirigible redujo la marcha y descendió hasta aterrizar en un descampado a diez minutos de la ciudad. Bajaron de él y de inmediato el vehículo volvió a elevarse hasta perderse en el cielo.

Los colores de ValasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora