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El sentimiento de que aún las seguían desapareció en cuanto subieron al dirigible, pero Kayssa no volvió a estar tranquila hasta que aterrizaron al amanecer en Álferel, junto a Melora y Friea. Regresaron a la posada en la que se habían alojado el primer día y se encerraron en la habitación.

—Tenemos que hablar con Vidrel cuanto antes —dijo Kayssa.

—Deberíamos descansar un poco. Sea lo que sea lo que viste, lo hemos dejado atrás. Durmamos un rato, iremos a verle cuando despertemos, ¿de acuerdo?

—No creo que pueda dormir.

—Yo te ayudo.

Yasani le puso una mano en el hombro y Kayssa notó cómo el corazón se le relajaba. Los párpados comenzaron a pesarle y bostezó.

—Qué maravilla... —dijo echándose en la cama.

—Lo sé —respondió Yasani sonriente—. Me lo enseñó el maestro Ogge. Ralentiza un poco las constantes vitales, aunque no dura mucho.

—Es... Suficiente.

Despertó pasado el mediodía de un sueño reparador y sin sobresaltos. Se estiró con cuidado y dejó a Yasani y a Mizzi descansar tranquilas. Se calzó y se dirigió directamente a la cabaña de Vidrel.

El jardín trasero tenía mejor aspecto que la última vez. Las plantas habían recibido algo de atención y las ventanas descolgadas se encontraban ahora en su sitio. Kayssa llamó a la puerta y esperó, pero no abrió nadie. Se asomó al interior y no vio a Vidrel por ningún lado. Rodeó la cabaña y, sin rendirse, fue a buscar a la maestra Siela en su torre para preguntarle por él.

—A veces sale y no regresa en varios días —contestó Siela levantando la vista de un gran cuaderno que tenía sobre las rodillas—. Pero otras solo está unas horas fuera. ¿Has averiguado algo nuevo?

Kayssa le puso al corriente hasta lo ocurrido la noche anterior. Siela la miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada.

—Qué extraño... Vidrel nunca me ha hablado de ningún grupo de gente sin luz. Ten mucho cuidado, Kayssa, por favor.

Le aseguró que lo tendría y se despidió de ella. Recordó entonces que aún no se había detenido frente al lienzo que Alzer le había regalado con la atención que merecía y decidió ponerle remedio. Sentía que de algún modo se lo debía a Siela y, de todas formas, tenía que esperar a que Vidrel regresara. Se apartó hacia un callejón poco transitado, cerca de la torre de los Artistas, y sacó el lienzo de la bolsa de tela. Se sentó en el suelo apoyada contra la pared y fijó la vista en el paisaje frente a ella. 

La hierba del prado, de pronto, cobró vida y comenzó a sacudirse en débiles olas verdosas. El agua del río saltaba entre las piedras y su chapoteo se oía claro. Kayssa notó un soplo de aire en la cara y un zumbido, cada vez más alto, en los oídos. El callejón a su alrededor empezó a desdibujarse y con él se mezclaron los verdes y azules del cielo, el agua y el campo del cuadro. Cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos Álferel había desaparecido por completo. Ya no se encontraba en un callejón apartado, sino de pie junto al puente. Apoyó la mano sobre él y palpó la rugosidad de la piedra sin poder articular palabra. La hierba húmeda le acarició los tobillos y el sol le calentó la piel. Sonrió con el pecho desbordado de alegría, como si se encontrara dentro de un sueño de los que no se olvidan. Jamás se había sentido así. Recorrió un trecho del campo y se dio cuenta de que, alcanzado cierto punto, no avanzaba a pesar de que seguía caminando. Se entretuvo buscando los límites invisibles del cuadro y cuando se cansó miró al cielo, de un azul puro. Se preguntó cómo salir de allí y por un momento se agobió al no encontrar nada que la llevara se vuelta a Álferel. Atravesó una vez más el paisaje poniendo atención a cualquier detalle y empezó a temer que se hubiera quedado atrapada para siempre.

Los colores de ValasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora