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Kayssa les contó a sus compañeros de viaje lo que había averiguado de aquella falsa Alquimista, aunque no expuso sus dudas. Vidrel negó con la cabeza e hizo alusión a la locura de la mujer, lo que arrancó a Alzer un gesto irónico. A pesar de todo, ninguno de ellos creía que las desapariciones fueran obra de los maestros.

Los dos siguientes días transcurrieron en calma. Alzer a menudo desaparecía en los claros o entre los humedales del paraje de Erus durante un par de horas y luego regresaba jadeante y con el cabello agitado. El resto del tiempo charlaban sobre el viaje y, a excepción de Alzer, compartían sus expectativas incluso con Vidrel, que parecía haberse hecho un hueco entre ellos. La tercera noche después de dejar la posada se vieron obligados a detener la marcha de nuevo para que su vehículo, fiel y silencioso, tomase un respiro.

Se encontraban en el corazón del bosque de Erus, el mayor y más frondoso de todos los bosques de Esthenia. La mayoría de los árboles tenían troncos tan gruesos que ni los cinco a la vez podían abarcarlos. Había inseparables también y arbolitos más endebles a la sombra de los grandes. El cielo apenas era visible, pues el follaje, de colores que variaban entre el amarillo, verde, rosado y azul intenso, lo cubría casi todo. De vez en cuando se dejaban ver criaturas que solo vivían allí, como los largartos cornudos de tres colas o los mustros, unos animalitos pequeños y rápidos con bigotes y patas finas y elásticas. Alzer respiró hondo y se impregnó del bosque y sus susurros. Kayssa, en cambio, le dedicó una mirada inquieta. No le hacía ninguna gracia tener que pasar la noche allí, pero aún tardarían otro par de días en abandonar el bosque y, desde luego, ahí no había posadas.

El carro se echó en el suelo bajo una cúpula de hojas en un rincón apartado y recogió las patas. El leve zumbido que desprendía se apagó,  aunque ni siquiera así parecía un montón de chatarra inerte. Había algo  en él, una chispa de vida que incluso Kayssa, sin luz verde en su cristal, podía apreciar. Vidrel cubrió el carro y los alrededores de la zona de hechizos vigilantes y de protección. Intentó crear un glifo en el suelo que activase un pequeño vendaval si algún ser extraño lo pisaba, pero solo consiguió medio signo tras muchos sudores y frustración.

—Ya os dije que estaba algo oxidado —se excusó.

Kayssa pidió a Alzer, a Meiren y a Yasani que informaran sobre las criaturas que los rodeaban.

—Esto está lleno de vida —dijo Meiren fascinado.

—Hay seres y bestias por todas partes. ¡Y creo que puedo vincularme con algunas! —exclamó Alzer emocionado.

—¿Pero son peligrosos? —preguntó Kayssa.

—No lo sé. Tal vez. Iré a echar un vistazo.

Alzer se escurrió entre dos gruesos troncos y su luz dorada se desvaneció en la oscuridad.

—Podemos cerrar la zona un poco más —propuso Yasani—. Con ramas y más árboles. Eso nos protegerá un poco.

—Buena idea —aprobó Meiren.

Al instante ambos se pusieron a trabajar codo con codo. Con las rodillas ligeramente flexionadas alzaron las manos con las palmas hacia arriba por encima de sus cabezas y después las cerraron. Murmuraron un par de palabras y entonces unos tiernos tallos brotaron de la tierra envueltos en luz verde. Repitieron el proceso y los tallos se engrosaron hasta convertirse en troncos y ramas que formaron un entramado al que Yasani y Meiren guiaron con las manos en una especie de danza.

—Vaya —murmuró Kayssa admirada—. Hacéis muy buen equipo.

—Es verdad —corroboró Meiren—. Aún así será mejor que entremos en la cabina. Estaremos más seguros.

Alzer regresó media hora después sin demasiada información. Se tumbó junto a Kayssa y cerró los ojos, cansado.

—¿Sabéis? Esto necesita un poco de decoración —dijo Yasani.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2022 ⏰

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