CAPÍTULO IV.

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QUÉ MALA SUERTE, FUISTE MI ANALGÉSICO MORTÍFERO.

Horacio intentaba vivir a pesar de sumirse y sumirse en un pozo del cual no encontraba aún el fondo, había colegueado de más con los integrantes de la Cosa Nostra, mafia en la que ya llevaba también un buen rato, y a veces se mordía las uñas pensando que tenía que entregarlos.

Y luego estaba aquel sujeto: un militar que conoció en el FBI. Solo pasaba por ahí y terminó liándose una noche con algún consentido de Maia, su insoportable jefa. No pensó que llegaría a tanto, es más, se asustó cuando recibió su llamada en la mañana, como si no hubiera entendido el mensaje de que al irse primero y tan temprano quería decir que no le apetecía volverlo a ver.

Sin embargo Horacio se sentía muy solo y el tipo le trataba justo como le gustaba: mal. Entonces fue muy fácil dejarse llevar y tratar de olvidar el sentimiento miserable de echar de menos algo, bueno, a alguien.

Su ánimo paulatinamente se iba disipando, la soledad no estaba fuera, claro, se hallaba en su pecho, no eran suficientes las caricias ajenas, se había roto y no sabía si existía forma para recuperarse, más bien parecía quebrarse en trozos aún más pequeños e irreparables.

—Es que eres muy sensible —le decía constantemente Dex, cuando todavía estaba en la milicia—, pero eso es una virtud, no te preocupes.

Dex no era exactamente un pasional y romántico, de vez en cuando tenía una labia que para H era excepcional, era tan fácil de impresionar que comenzaba a sentirse bien. Pero algunas veces su memoria regresaba al pasado: a Gustabo, a Conway y por supuesto a Volkov.

Se preguntaba si aún tenía ganas de verlos, pues parecía que eran imanes de la tragedia, ¿o el veneno más bien era otro?

Podría ser él un detonante a todas las aberraciones acontecidas a lo largo de los años y que si bien la mayoría lo involucraban y afectaban directamente, había otras en las cuales era participe sin saberlo y hacía daño sin siquiera desearlo.

Tampoco había necesidad de ser veneno pero estaba tan necesitado de un culpable que su opción más cercana fue él mismo. Así que asumió totalmente la responsabilidad creyendo que de esa forma se solucionaban sus problemas, aunque a decir verdad estaba creándose más.

Finalmente Dex se volvió importante para él; eran un amor intenso y violento, nunca hubo golpes pero sí gritos, empujones, tirones de ropa y luego besos sin cuidado, caricias toscas y un 'buenos días, cielo' al día siguiente.

Hasta que un día simplemente despareció sin despedida ni aviso, se esfumó como si hubiera sido un sueño. Su jefa Maia dijo que no sabía nada, y él quedó igual que al inicio.

Bueno, al menos su vida volvió a ser más tranquila y un tanto aburrida, eso si no contamos la actividad incesante del FBI y sus muy comunes arrestos u operativos suicidas. Aunque cuando salía a duras penas de un tiroteo seguía estando solo cuando despertaba en el hospital y eso le dolía más.

Maia incrementaba su presión, Gustabo seguía sin aparecer y las pistas se iban diluyendo rápidamente, lo había perdido todo y sin oportunidad de recuperarlo la vida ya lo estaba desterrando de nuevo. ¿Podía siquiera reponerse un momento antes de volver a correr?

—Si Gustabo no aparece —decía Maia— realmente no será tan importante.

No, no tenía derecho a un respiro. Se mordió la mejilla interna y salió de la oficina de su jefa, por el camino al estacionamiento iba tecleando el número de Dex, llamó una vez pero saltó el buzón de voz tal como venía ocurriendo semanas atrás.

¿Seguía teniendo el mismo número de teléfono? Se detuvo en la puerta de su auto, había cierto ruso que sin duda era del tipo conservador y sí que tenía el mismo número de teléfono que hace años, parecía hasta ridículo, tanto que rió al mirar que estaba en línea.

El infeliz que también desapareció como si nada seguía con vida.

Lo pensó, su dedo casi oprimía el botón de llamada pero el pitido de un auto lo detuvo, era su compañero Willy que lo invitaba a hacer la ronda rutinaria con él. Su descanso sería para otra ocasión, guardó el celular y continuó con su vida.

Quizás en otro futuro Dex lo llamaría de vuelta, o Volkov lo contactaría a él, ya se había cansado de ser quien se acercaba a hacer las pases. «Son tiempos de cambio», se decía inútilmente a sí mismo, pues el tiempo seguía pasando y su móvil nunca sonó.

Antes y después de ti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora