CAPÍTULO IX.

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EL RESTO NO ME LLENA.

Volvió a guardar su celular y miró el edificio atrás de él, ¿y si cambiaba de opinión? No, ahora no le quería dar gusto a Conway. Estaba cuestionando sus acciones hasta que Michelle se le apareció por un lado.

—No se puede hablar con ese hombre —se quejaba en voz baja—, siempre quiere tener la razón.

—Así es él —apoyó el ruso.

—Ni siquiera me dejó hablar cómodamente contigo.

—¿Quería decirme algo más?

La mujer parecía dudar hasta que finalmente habló:

—El chico estaba en las puertas del hospital a diario —Volkov le puso atención—, nunca entró, o al menos nadie lo vio hacerlo. Me preguntaba por ti cuando podía, pero las últimas semanas ya no se apareció y luego todo fue un caos, cuando despertaste la cosa estaba tranquila, lo mejor era apartarte de la catástrofe y te elegí a ti para ir a Marbella.

—¿A qué se refiere con todo esto?

—Quizá interrumpí su historia y cometí un error al separarlos.

—¿A Gustabo y a Horacio? —No terminaba de captar su mensaje, lo mejor para Horacio era separarlo de aquel rubio perverso, es que incluso a su casi hermano lo torturó y lastimó tan descaradamente.

Gustabo no merecía la pena, aún así lo buscaban y él se incluía en eso.

—A ti y a Horacio —le corrigió Michelle—, si pudiera verle quisiera decirle tantas cosas que le ocultan —Miró a Volkov—, tendrás que decírselo por mí, hay un enorme informe sobre él en tu escritorio del CNI, cuando pases por ahí, míralo.

Con eso se fue luego de darle una palmada en la espalda al ruso, se perdió de nuevo en aquel edificio que parecía ser su cárcel, ella seguía ahí porque nunca hubo justicia para su querida hermana, y sabía que no descansaría hasta lograrlo, así tuviera que morir al final, ella le diría a Julia Evanz que la había vengado.

Porque The Union cayó, pero el que mató a su sobrina y a su hermana seguía vivo por ahí; muy bien escondido el infeliz.

Poco después salió Conway y ni lo miró, se subió a su auto y se marchó. Suponía que a casa, porque tampoco tenía un mando en la comisaría, también había vuelto al mismo tiempo que Volkov, pero a diferencia suya, él sí culminó su misión.

Miró de nuevo su teléfono, tal vez no sería tan malo darse esa oportunidad. Marcó a Horacio.

A los dos timbrazos le contestó.

—¿Hola? —Oyó al chico acelerado.

—Horacio —dijo su nombre a modo de saludo—, ¿se encuentra bien?

—Eh, sí, sí, ¿y tú, todo en orden? —El claxon de un auto le hizo saber que iba manejando.

—Sí, quería verle —Y se arrepintió al instante—, ya sabe, le debía una respuesta para el puesto del FBI.

—¿Aceptas? —Horacio tenía una sonrisa mientras maniobraba el volante de su vehículo en una tensa persecución con un ladrón de casas. Daba igual la circunstancia, el tiempo para Volkov no se tocaba.

—Preferiría que habláramos en persona cuando tenga tiempo.

—Bien, nos vemos en dos horas.

Horacio colgó para poder concentrarse en su labor y Volkov se quedó de piedra. Iba muy rápido, pensaba verlo en unos días ya que se hubiera acostumbrado a la idea de un nuevo estilo de vida.

Aún indeciso se subió a su coche y manejó a casa de Horacio para esperarlo, suponía que se verían ahí porque no le dio otras indicaciones ni Volkov le contó que estaba en la sede del CNI.

Ya llevaba hora y media esperando y caminando como león enjaulado. Molesto con el pasado, confundido por sus actuales pensamientos. Estaba emocionado y asustado.

Finalmente Horacio abrió la puerta y se dejó ver con su cresta blanca y unas gafas oscuras, aún traía el uniforme del FBI y parecía haberse dado prisa porque cumplió las dos horas exactas.

—Llegaste —dijo Volkov al verlo y sentir sus nervios incrementar.

—¿Qué pasa? —Horacio caminó lentamente a él y se detuvo a unos pasos.

—Entraré al FBI —confesó.

El agente se quedó estatico unos segundos, abrió la boca y luego la cerró. No creyó jamás que el ruso daría ese paso.

—¿Por mí?

Lo pensó. Realmente no lo hacía por nadie más, volvió años después a Los Santos solo por él, estaba dispuesto a dejar el CNI también, y era capaz de otras cosas pero todavía no lo descubría, lo que sí sabía es que nada tendría sentido sin Horacio.

Aunque él hubiera entregado a los Gambino o hubiese acudido a la misión de Jack, no sería lo mismo, le faltaba algo y parecía hallarlo ahí con él. Sintió un escalofrío por toda la espalda.

¿Se estaba enamorando? ¿Podía hacer eso? Saber que tenía esa capacidad lo asombró, pues creía que esas cosas ya no le iban a pasar, sin embargo estaba enredado en aquella situación.

Carraspeó para que sus palabras se oyeran con firmeza.

—Sí, Horacio, por ti.

Antes y después de ti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora