CAPÍTULO VI.

32 6 0
                                    

AHORA TENGO UN MOTIVO PARA SEGUIR ADELANTE.

Llegó en la mañana a Los Santos, le mandó un mensaje a Horacio y él le dejó una dirección para verse. Ambos estaban muy nerviosos.

La cita fue en un barco, cuando Volkov llegó al muelle puso cara malhumorada, ¿que no estaba deprimido? ¿No era mejor verse en su departamento?

A regañadientes se dirigió al interior de aquel barco, sorprendentemente ya tenía una reservación en una de las mesas con mejores vistas, Horacio le estaba dando una gran bienvenida.

Esperó paciente a que el susodicho apareciera, escuchó el motor de un helicoptero y muy extrañado miró a uno aterrizar ahí mismo frente a él. ¿Tanto así?

Horacio, al contrario de lo que esperaba, bajó vestido totalmente de negro. Miró a su al rededor y cuando lo encontró sonrió ampliamente y comenzó a caminar hacia él.

—¿En helicóptero? —le pregunta Volkov una vez que lo tiene enfrente.

—Se me hacia tarde.

Se excusó, pues en realidad sí quería impresionarlo. Volkov asintió lentamente y se levantó de su lugar, iba a estrechar la mano de Horacio a modo de saludo, y decir algo como 'vaya, colega, años sin vernos', solo que Horacio tomó su brazo y lo jaló para abrazarlo, el ruso se sorprendió pero se dejó hacer, correspondió al abrazo y hasta recargó la mejilla en su hombro, el chico olía bien.

El abrazo duro un poco más de lo esperado, fue el propio Horacio quien se separó por, según él, no querer incomodar al ruso.

—La cena ya está pedida —informó Hache mientras se sentaba y Volkov lo imitaba—, espero que no te moleste el menú.

El tema romántico fue el protagonista, había velas y un jazz suave, elegante, en algún momento perdió el agobio de estar frente a Horacio en una cena que hasta para los meseros era íntima, parecía un reencuentro muy esperado. Significativo.

—Cuéntame qué ha pasado —preguntó Volkov de pronto. A Horacio le vinieron miles de recuerdos desde su tiempo con sobrepeso por depresión hasta el progreso como director del FBI.

—He cambiado —confesó. Volkov lo notaba, era el mismo chico pero con más experiencia. Si su vida había sido cruel, ahora parecía haberlo sido el doble—, pero no es por eso que te llamé.

—¿Entonces por qué?

—Gustabo desapareció —confesó por fin poniéndose serio.

Volkov apretó los labios. Lo esperaba de él, no le sorprendería nada que viniera de Gustabo y su desquiciada mente. Entonces recordó que Michelle le dijo sobre el ascenso de inspectores a agentes del FBI.

—¿No era tu compañero? —preguntó sabiendo la respuesta.

—Se comenzó a alejar de todos y un día simplemente dejó de contestar mis llamadas —Se acomodó en su asiento—, lo busqué, pero ahora puedes ver que no encontré ni su sombra.

—¿Me pediste venir para buscarlo? —Quizás era que la idea le indignaba por lo que le hizo antaño el rubio, su pecho punzó en una sensación de decepción.

—No, Volkov, te pedí venir porque te necesito. Tú sueles ser —Buscó qué palabras decir sin incomodarlo más— un buen guía, apoyo emocional, no sé realmente qué esperaba.

Estaba por levantarse cuando vio que un mesero traía un gran ramo de rosas, cerró los ojos deseando desaparecer y que al abrirlos apareciera en Dubai tomado un Martini. Pero no, se encontró con un ruso confundido recibiendo cien flores perfumadas.

—¿Y esto por qué? —Su mirada pasó de Horacio al camarero y de regreso a Horacio.

—Bienvenido —Encogió los hombros, se aseguró de que aquel anillo siguiera en su bolsillo y se felicitó por no haber hecho lo que planeó realmente.

Si ya había fallado una vez, claro que la segunda podría salir peor y más cuando estaba tan melancólico buscando alguna forma de sentirse querido. Porque claro que él sí lo quería tantísimo que de saber a dónde diablos había ido, hubiese acudido como apoyo. Solo que a Volkov no le hubiera dado gusto.

Se felicitó no haber dado ese anillo como agradecimiento. Tampoco iba a pedirle matrimonio sabiendo que a Volkov le daba miedo todo eso del amor.

—Gracias, Horacio —tartamudea Viktor y aparta el ramo, se sonrojó ligeramente y carraspeó—. Entonces debemos ponernos manos a la obra con esa investigación.

Oh, no. Volkov y el trabajo embonaban tan bien que no se soltaban una vez empezaban a relacionarse, y sabía que esa sería la nueva excusa para alejarse. No lo iba a permitir.

—Para eso deberías entrar al FBI y no a la policía —informó con una sonrisa de triunfo—, ¿y sabes qué? Soy el jefe, así que mañana mismo te pones el uniforme del FBI.

—¿Eres el qué? —cuestionó Viktor con el ceño fruncido sin creer lo que escuchó.

—Te presento al Director General del FBI —Y se señaló a sí mismo.

El ruso farfulló algo en su idioma natal y suspiró.

—Muy bien —Fue todo lo que dijo el resto de la cena.

Antes y después de ti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora