CAPÍTULO VII.

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SI TE TENGO A MI LADO TODO ESTARÁ BIEN.

No fue tan fácil.

Primero le dieron largas los de arriba y Volkov prefirió estar mientras en la policía, no era oficial que se integraba a la ahora LSPD pero tenía miedo de que un día sí lo fuera.

Luego Volkov se rehusaba a tener contacto con él a pesar de que vivían en la misma casa, pues el ruso llegó apenas con una maleta y sin ningún techo. No le quedó de otra.

Ya llevaban así unas semanas.

Al menos no era tan caótico como antes. Encontrar los abrigos de Volkov en el perchero le ponía de buen humor, o hallar un plato en el microondas con la porción de comida que le dejó su inquilino.

Aquella mañana llegó temprano por la llamada de su jefa, por el camino iba acumulando paciencia y pensaba cosas tiernas para no tirarle el café encima a esa mujer en cuanto pudiera.

Al estacionarse vio de lejos el auto de los jefes de su jefa. Tragó saliva. Más mierda.

En la cafetería tampoco había nadie. Algunas luces hasta estaban apagadas, eran las seis y algo, bostezó antes de cruzar las puertas de la sala de reuniones.

—Horacio, querido —saludó de inmediato la Directora Maia mientras se levantaba—, siéntate, te estábamos esperando.

La otra mujer ni siquiera separó la mirada de las hojas en la mesa, ni se acordaba de su nombre pero sabía que era la cabecilla mayor.

—Pues ya estoy aquí —dijo como quien no quiere la cosa y se acomodó en su lugar.

Finalmente aquella señora le puso atención.

—Tu amigo tiene un historial impecable —comenzó a decir dando leves asentimientos—, muy dedicado a su trabajo —Luego sus oscuros ojos lo miraron seriamente a punto de soltar la sentencia—: ha sido aceptado exitosamente, pero tiene que comprometerse por completo con el FBI, así que esa organización secreta se acabó; está aquí o está allá.

—¿Tiene que dejar el CNI? —Horacio se alarmó, quizá Volkov no querría alejarse de ellos, a lo mejor lo mandaba a la mierda con sus términos innecesarios, porque al final, Volkov no estaba para soportarlo.

—Ellos han rechazado relacionarse con el FBI, no necesitamos que él facilite información.

—Horacio —interrumpió Maia—, ¿realmente quieres esto? Digo, yo podría transferir a agentes totalmente capacitados para ti.

—Él es muy profesional —aseguró firmemente—, le diré las condiciones, aceptará —No estaba seguro pero lo dijo para cerrarle la boca a ambas—. Si eso es todo debo ir a trabajar.

—Una última cosa, Horacio —menciona la mujer hojeando el cúmulo de páginas en el folder—, si falla no nos haremos cargo de las consecuencias. —Entonces se levantó—, Maia, te dejo lo demás a ti. Supongo que sabes fichar agentes.

Salió primero que todos mientras seguía farfullando por el trabajo extra que le ocasionaban.

—Insoportable —refunfuñó el agente.

—Es verdad, Horacio, trabajar extra es molesto —Y también se fue Maia.

Sí, todavía las detestaba por ser tan… ellas. Sintió un escalofrío y finalmente abandonó la sala, pasó a los vestidores y se uniformó, luego buscó algún coche para ir por la ciudad siendo un héroe.

Volkov ya no estaba de servicio con los policías, probablemente se encontraba en casa pensando en qué momento se iría a rentar su propio departamento. Horacio esperaba que nunca quisiese irse, sería volver a estar solo, lo único que no quería.

Todo estaba relativamente tranquilo, la mayoría de agentes estaban de servicio así que prefirió marcharse hasta que lo necesitaran. Manejó a casa en el coche que debía dejar en el aparcamiento del FBI, pero él era uno de los jefes, no podían decirle nada.

Entró cansado y quitándose la chaqueta con grandes letras amarillas en la espalda. Se encontró a Volkov pegado a la estufa.

—Horacio —Lo saludó al verlo, serio como siempre—, estoy preparando un platillo típico de Rusia. Me iré luego de cenar.

—¿Hay espacio para mí? —preguntó parado en la mitad de la sala inclinando la cabeza ligeramente al lado.

—Por supuesto, es tu casa.

Al fin podían compartir una comida en la misma mesa. Horacio estaba feliz, Viktor nervioso. Apenas dijeron algunas cosas hasta que acabaron. Era hora de decirlo.

—Tu ficha está lista —informó de la nada—, pero hay un problema que no depende de mí.

—¿Qué pasa? —Lo miró a los ojos un poco preocupado de sus siguientes palabras.

—Tienes que dejar el CNI.

Lo pensó. No había avisado que se iba del caso Gambino, solo tomó sus maletas y llegó con Horacio. Michelle seguramente ya sabía dónde estaba porque ni lo llamó. Y ella igual recidía ahí. Pero llevaba media vida metido en esas aguas turbulentas.

—Lo pensaré —contestó ahora mirando la mesa.

Estar en constante peligro en el CNI le había hecho ver normal eso de arriesgar el pellejo a diario. También a verle la cara a Conway todo el tiempo. Y parar de pronto para ahora familiarizarse con Horacio y hacer las mismas cosas pero casi enamorado seria más difícil.

Antes y después de ti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora