Claire se despidió del presidente de la nación con un firme apretón de manos. Ante él, se había mostrado dueña de sí misma y totalmente calmada. Sin embargo, sentía que el mundo se le había venido encima de golpe. Caminando tras el auxiliar a quien el presidente había ordenado que la condujese hasta el despacho de Leon, era como si todo a su alrededor se hubiese vuelto irreal, ajeno a ella.
Iba a casarse con Leon, nada más y nada menos que con Leon, su amigo desde hacía más de ocho años, el hombre que se empeñaba en tratarla como a sólo una niña, quien le había salvado la vida en varias ocasiones para luego hacerla sentirse menospreciada como la adulta que era y que él parecía despreciar.
¿Se suponía que ahora él iba a hacerla feliz? ¿Que era el destinado a hacerla vivir su propio cuento de hadas?
«Echa el freno, Redfield, tú no eres ninguna princesa de cuento que depende del príncipe cachas de turno y jamás has deseado serlo, no necesitas a ningún hombre para que te haga feliz», se reprochó indignada consigo misma. «Ya he escuchado al presidente: ha afirmado que va a ponerme a sus órdenes; a las suyas. Como él bien ha dicho, nuestro matrimonio no va a ser más que un maldito papel que no se ha negado a firmar por no sentirse culpable. Levanta las barreras de inmediato o ese rubiales chulito te lo va a hacer pasar mal, como siempre», se recordó vehemente.
Casi se topó con la espalda del asistente cuando él se detuvo para indicarle con un gesto de la mano una puerta cerrada. Avergonzada, le dio las gracias y el hombre se marchó sin dedicarle ni una sola palabra.
Alucinaba con cuánto Kennedy había prosperado en aquel santuario estadounidense. Tenía su propio despacho. A este paso, bien podría ser el próximo secretario de defensa, a juzgar por la estrecha relación que mantenía con el propio presidente.
«Seguro que está inaguantable», se dijo con firmeza sintiendo que sus férreas barreras la envolvían finalmente. Hizo sonar los nudillos contra la puerta y esta inmediatamente se abrió. El propio Leon la había abierto para ella y la observaba con cara de palo.
—Pasa, por favor —le indicó con un ademán de la mano apartándose al instante.
El despacho era pequeño, bastante pequeño. Pero estaba claro que tampoco él necesitaba más. Tan sólo había una mesa, una cómoda silla para él y otra para las visitas. Y un ordenador portátil de última generación con el que, sin duda, él había estado trabajando. Se sentó en su silla y la animó a que hiciese lo mismo con un gesto amable de la mano. Y la miró fijamente en silencio.
—Última oportunidad, Claire. Si tú y yo decidimos seguir con toda esta farsa, deberás mentir a tu hermano, a tus amigos, dejar a tu novio y, ante el mundo, fingir que me quieres, que has decidido dedicarme tu vida y tu amor —enunció con voz firme—. Sé que no soportas mi contacto, siquiera, que cada vez que te toco, aunque sea por necesidad o por error, mi mera proximidad te molesta. Me lo dejaste bien claro cuando te rescaté en el laboratorio de Wilson. Yo no pretendí nada contigo, nada en absoluto. Pero por el simple hecho de que la inercia del tirón te hizo caer sobre mí, me miraste como si yo fuera un maldito violador —le recordó visiblemente molesto—. Si te casas conmigo, no sólo te verás obligada a aguantar mi presencia, sino que en público deberás soportar mi contacto y mostrarte cariñosa conmigo. Yo no estoy para perder el tiempo, y sé que este a ti tampoco te sobra. Te lo repito: ¿estás dispuesta a casarte conmigo, con todas las implicaciones que hacerlo conlleva? —le preguntó clavando en sus ojos una mirada dura, de advertencia.
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R̴E̴S̴I̴D̴E̴N̴T̴ ̴E̴V̴I̴L̴ ̴-̴ ̴R̴E̴D̴E̴N̴C̴I̴Ó̴N̴
FanfictionLeon S. Kennedy ha entregado, por fin, el chip que obtuvo de Shen May al presidente Graham, quien inmediatamente decide confiar en él, y sólo en él, para guardar el secreto de lo que este contiene. Sin embargo, el presidente pronto se da cuenta de...