Capítulo 13: Una Cara de la Misma Moneda

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Capítulo 13: Una Cara de la Misma Moneda

Evangeline se encontraba en su habitación leyendo uno de los libros de la biblioteca del conde Phantomhive que Sebastian había encontrado durante su misión en la capital con varias especies de animales que estaban fuera de Gran Bretaña. Algunos eran peculiares, animales que jamás había visto en los libros que ya habían en la biblioteca del conde, otros ya conocía pero que aún eran una maravilla para ella ya que estaba segura de que nunca los vería en Inglaterra.

La vela que ayudaba a leer moviéndose por el aire que se colaba por la ventana, ayudándole a vagar más de lo que estaba. Su mente se enfocaba en los dibujos ilustrados en las hojas en lugar de los datos que estaban escritos.

No podía evitar pensar en su abuelo. Se aproximaba su tercer aniversario luctuoso, en esos días ella notaba su ausencia y era la primera vez que no iría a visitar su lugar favorito ni a llevarle flores al atardecer. Recordaba cómo sus ojos se cerraban para no volverse a abrir mientras sus viejas manos se quedaban sin fuerza y soltaban las suyas. Ese era el último recuerdo con él donde se veía en paz y tranquilo, pero con ella asustada y con el corazón roto. La persona que ella más quiso, la primera a la que llamó familia, quien la cuidó y quien veló por su salud cuando enfermaba se había ido.

Cerró el libro cuando notó que había una gota y se secó las lágrimas que estaban en sus ojos.

La noche era larga y aún faltaba tiempo antes de que amaneciera así que decidió salir de la habitación en silencio ya que Mey-rin seguía dormida. Se dirigió a la cocina por un poco de agua para calmar el nudo en la garganta que sentía. Lo menos que quería hacer era volver a romperse como noches atrás. Sus compañeros seguían preocupados por ella al igual que el conde quien constantemente la llamaba para preguntarle cómo se encontraba. Incluso Elizabeth antes de irse notó su sonrisa apagada y la intentó animar horneado unas galletas para ella. Todos intentaban ayudarla, pero ni siquiera Evangeline sabía si su tristeza era debido al remordimiento o a la pérdida o a ambos.

Evangeline se sirvió el vaso y se sentó en su lugar de la mesa de la cocina que estaba frente la ventana que daba atrás de la mansión. Todo estaba en silencio, el único ruido que había era el del viento jugando con los árboles de afuera.

-Evangeline- escuchó detrás de ella y se encontró con el mayordomo de la familia Phantomhive -¿Qué haces despierta a está hora?

Sin duda Sebastian sorprendió a Evangeline, ella no esperaba que nadie estuviera despierto a altas horas de la noche, pero ahí estaba el mayordomo vestido y listo para iniciar su trabajo. -Solo vine por agua.

El mayordomo no dejaba de observar, sus ojos estaban rojos y su voz tembló cuando le contestó. -Eso puedo ver.

-¿Le puedo ayudar en algo?- preguntó la doncella con la esperanza de que dijera que sí. Quería distraerse de aquellas imágenes que llegaban a su mente cada vez que cerraba los ojos.

Sebastian sabía que algo atormentaba la mente de la moza, y por más que los sentimientos mundanos no le importaran no podía dejar que trabajara de esa manera. En la mayoría de los casos que había observado los humanos pudo comprobar que su efectividad en el trabajo podría bajar bastante cuando había algo que les molestara. -Tengo todo bajo control, no te preocupes. -le contestó.

Evangeline vio como el mayordomo preparaba el menú del día con lo que quedaba en la alacena, y se preguntaba si él tenía la oportunidad de dormir lo que necesitaba. Siempre era el último en irse a descansar y el primero en levantarse.

-¿Necesitas algo?- el mayordomo interrumpió sus pensamientos. Claramente Sebastian exigió una respuesta con el tono de voz que usó, sabía que algo le sucedía, no podía decir con exactitud qué era pero estaba seguro.

Ella se limitó a contestar con un simple no. La mirada que el mayordomo le dio le dejó en claro que no le creía y que tarde o temprano lo iba a descubrir de alguna manera. Evangeline suspiró derrotada y mirando sus manos le contestó, lágrimas en los ojos formándose de nuevo. -Hace casi tres años perdí a mi abuelo.

-¿Es eso lo que te mantiene despierta?- le preguntó. El sentimiento de pérdida era algo que él nunca había experimentado y era algo que jamás iba a entender. Evangeline lloraba por la pérdida de alguien importante para ella de tres años mientras que el conde ni siquiera derramó una lágrima en su momento.

Evangeline levantó la mirada y vio como el mayordomo la observaba, se sentía como un ratón a punto de ser devorado por uno de sus cuervos y solo pudo asentir a la pregunta del mayordomo. Pero Sebastian podía ver que había un sentimiento fuerte de culpa en sus ojos en lugar del miedo que él indirectamente le daba.

-Quizá esto te resulte algo difícil de aceptar, pero ese es el destino de los humanos. -decidió decir después de unos segundos.

La doncella asintió una vez más concordando con él. -Eso decía él, todo ser vivo se tiene que ir en algún momento. -recordó una de las últimas conversaciones que tuvieron- Lo que no me dijo era que iba a doler.

Dolor, eso era otra cosa que el mayordomo no comprendía. Claro estaba el dolor que venía después de un golpe con una guadaña, pero nunca el de un corazón roto. Cada vez los humanos lo confundían más y más, en especial por que cada uno era más distinto al otro. Y eran en esas raras ocasiones en las que no podía hacer nada. -Estoy seguro de que en unos días te vas a sentir mejor. -dijo Sebastian no sabiendo qué más decir. -¿Por qué no regresas a tu habitación e intentas descansar?

Evangeline lavó su vaso antes de salir de la cocina y volver a su habitación, no sin antes agradecer al mayordomo por escucharla.

Para ella fue una ayuda inesperada, y sin duda la hizo sentir mejor haciéndole recordar las palabras de su abuelo. Pero él quedó intrigado, si bien ella era fácil de leer a simple vista, era difícil saber lo que escondía en su mente ya que era obvio que la mantenían despierta más de una cosa a la vez.

Eso hacía que Sebastian se diera cuenta que Evangeline era más compleja que los demás empleados de la casa. Ella era parecida al conde en ese sentido, ambos eran como una cara de la misma moneda tan distintos pero similares a la vez.

La Doncella de AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora