Capítulo 23: Corazón gentil

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El conde escuchaba como la lluvia caía gentilmente sobre la ventana mientras se perdía en su mente, en sus pensamientos, en la información que se había recolectado mientras estaba en la capital. Tenía que volver a empezar desde cero, volver a buscar nuevas pistas y nuevos sospechosos. Pero qué exactamente, a quiénes debía de observar.

El sonido de una cuchara en una taza de porcelana lo sacó de su mente. Enfocando su atención en el mayordomo. Ambos se veían fijamente, parecían desafiarse entre ellos para ver quién cedía primero. Y el conde nunca pierde, por lo que fue el mayordomo quien habló primero.

-Aún no entiendo porque la llevó con usted.- le acercó la taza. El mayordomo creía que toda la noche fue desperdiciada al no encontrar la confirmación que se necesitaba para resolver el caso del príncipe perdido, estaba seguro de que fue gracias a Evangeline que ahora estaban en problemas.

Cuando el conde terminó de oler el té que el mayordomo había preparado, suspiró. -Tengo mis motivos. -Sabía que Sebastian iba a comentar algo así.

El mayordomo sonrió con algo de cinismo detrás -Ya veo. Esperemos que esos motivos no lo alejen de su propósito.- comentó.

-No es algo por lo que te debas de preocupar. -replicó aburrido de las insinuaciones del mayordomo. Era curioso que para algo cómo él que ha vagado la tierra por siglos no comprenda las emociones básicas de los humanos. -No es algo en lo que te tengas que entrometer.

-Mientras sus motivos no se entrometan con los míos, mi lord.

El conde decidió no seguir con el tema y se enfocó en lo importante.-¿En dónde fallé?- El conde se sobó las sienes, le comenzaba a doler la cabeza.

-Puede que ella no haya hecho un buen trabajo.- sugirió a Sebastian no queriendo dejarla conversación de lado.

El conde ya no quería seguir con ese tema así que lo aclaró con un poco de ira en su voz. -Yo tampoco encontré nada. -lo retó a continuar, y si lo aceptaba habrian consecuencias. Quizá el conde lo mandaría a un refugio para perros, cosa que le parecía repugnante.

Sebastian tomó algunos archivos que el conde tenía regados por su escritorio entendiendo el mensaje. -Quizá no sepan que lo tienen. Todas las pistas nos llevaron con los Westbrooke, y si dice que dentro de la mansión no había nada, entonces es posible que el lugar donde lo adoptaron haya algo. Puede que la agencia oculte algo.

-Ya sabes que hacer.

Con una reverencia rápida el mayordomo salió, el conde esperaba que las sospechas que tenían fueran ciertas. De lo contrario se quedaría sin opciones y podría perjudicar la reputación de los Phantomhive en el bajo mundo y de toda Inglaterra.

Después de unos minutos el conde salió de su oficina y bajó se quedó cerca del comedor pretendiendo estar interesado en algunas de las pinturas que tenía y que jamás se había molestado en ver. Escuchó como Sebastian repartía las tareas de los próximos días en los cuales se iba a ausentar. Todo se escuchaba normal, parecía normal. Era un alivio para el conde, sabía que las cosas iban a cambiar dentro de la mansión en especial cuando escuchó a Evangeline reír por algo que Bard había dicho, era como si algún tipo de alarma fuera encendida.

Escuchó como la puerta se abrió y se cerró. Supuso que la persona que salió fue Sebastian ya que Evangeline y Finnian no salían cuando había una fuerte lluvia como esa.

-Joven amo.- Escuchó a Evangeline hablar, le pareció extraño que estuviera ahí solo en lugar de en su oficina como ya era costumbre. -¿Hay algo en lo que le pueda ayudar?

-Todo está bien.- contestó aun sintiendo su corazón pesar. -Pero me gustaría que me acompañes.

Ambos salieron, Evangeline sostenía el paraguas para ambos. Vieron como Alice corría, se veía mucho mejor que semanas atrás y sintió un alivio al verla sana, era la única cosa viva que le recordaba a su madre. Y por primera vez en lo que se sintió un largo tiempo el conde sonrió con sinceridad. Estaba feliz, a pesar de que sabía que pronto no iba a ser así.

La doncella notó la sonrisa en su rostro pero no comentó nada acerca de ello. -Aún es temprano. Si gusta, cuando el clima mejore puedo poner una silla para montar.- Quería decir que sí, pero no podía. Había muchas cosas que debía solucionar antes de disfrutar un poco. Cuando no dijo nada, Evangeline habló de nuevo pudiendo notar el debate interno en el ojo del conde. -Disculpe mi imprudencia. Sé que su trabajo es importante, aun así no creo que deba dejar su vida a un lado.

En la mente del conde se dibujó la sonrisa triste de Elizabeth al momento de partir. Sin contar a sus empleados, ella era la única persona que siempre pensaba en él y en su bienestar. Al menos más que el resto de su familia y quizá ella sea la única que se quede con él al final.

Evangeline nunca quiso decir nada, no era su lugar, pero al verlo con ojeras y estresado la entristeció. A pesar de todo, el conde era un niño, y estaba tomando la vida de un adulto. La mayoría de los empleados de la casa se enfrentaron a situaciones que los hicieron crecer más rápido para vivir una vida que aún no les correspondía, pero el conde aún tenía la oportunidad de disfrutar de esos momentos que los demás niños de su edad tenían.

-Me vendría bien despejar la mente.- dijo haciéndola sonreír.

Se mantuvieron en silencio por algunos momentos sintiendo la brisa que se había formado, viendo como los caballos y las yeguas corrían a pesar de la lluvia y del lodo ignorando lo malo y disfrutando del momento. -Hay que regresar.- dijo el conde rompiendo con el silencio y con la sensación de libertad.

Fue bueno para el conde saber que podía descansar al menos por unos cuantos minutos que deseaba pudieran ser horas. -Evy- le habló cuando llegaron a la puerta principal por donde él siempre entraba. -Gracias.

-De nada- le sonrió y le abrió la puerta, ella tenía que entrar por la puerta de empleados.

El conde vio como la puerta se cerró y se dirigió nuevamente a su oficina esperando que la lluvia se calmara para tener unas horas de descanso como en aquel entonces donde no se tenía que preocupar por nada. Era una lástima que el cielo rompiera esa ilusión al no querer despejarse.

Cuando llegó la noche la lluvia había empeorado y el viento se hizo más fuerte. El conde perdió la oportunidad de ver los alrededores de su mansión desde un lugar que no fuera detrás de las ventanas de la mansión. Se sintió decepcionado, como cuando no lo dejaban jugar afuera porque se enfermaba con facilidad. Estaba en su habitación cuando recordó algo que era un día importante. Caminó hacia un baúl para sacar una caja de regalo, algo pequeño pero sabía que era algo ideal.

Bajó y se dirigió a la cocina donde todos estaban reunidos alrededor de un pastel con tres velas encendidas haciendo que las llamas se movieran por los aplausos que daban.

-Joven amo.- Fue Tanaka quien lo vio. -¿Necesita algo?- preguntó extrañado ya que no se escuchó la campana para saber que el conde necesitaba algo.

Él se mantuvo cerca de la puerta sin saber qué hacer, hacía mucho tiempo que no entraba a la cocina. Se sintió apenado por la situación en la que se había metido -Uhm...

Evangeline caminó hacia él y extendió su mano, él la tomó, esa acción lo hizo sentir en confianza. Bard de inmediato sacó una silla extra para que se sentara con ellos. A todos les pareció algo extraño y secretamente agradecieron que el mayordomo no estuviera ahí o ya los hubiera regañado.

-Te traje esto.- le dio la pequeña caja a Finnian.

El jardinero lo tomó con una enorme sonrisa en su rostro. La abrió y encontró varios tipos de semillas para que pudiera iniciar su propio jardín. Ya había escuchado conversaciones entre él y Bard acerca de lo mucho que le gustaría iniciar un pequeño jardín con sus flores favoritas de todo el mundo -Muchas gracias joven amo.

-¿Gusta una rebanada, joven amo?- Mey-rin preguntó. El conde contestó que sí, y ella le dio una rebanada y un vaso de leche cuando Finnian apagó las velas. Ya se habían cumplido tres años desde que llegó a trabajar a la mansión.

Cuando todos disfrutaban de una conversación alegre llena de risas, Evangeline le hizo una pregunta al conde. Una pregunta a la cual no sabía su respuesta y que al parecer era la única que se lo preguntaba. -Usted tiene un corazón gentil, ¿Por qué teme mostrarlo?

La Doncella de AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora