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Aria despertó cuando la noche era ya absoluta en la capital griega. Con pasos gráciles, la ateniense se levantó de la cama sumergida en algo que solo podría describir como un trance hasta acabar frente al espejo de cuerpo entero del salón. Al nunca gustarle las persianas, los rayos de la Luna entraban en su ventana permitiéndola contemplar la imagen que el reflejo devolvía.

Se apartó los rizos de la cara casi por inercia. Observó desde sus pechos desnudos hasta las caderas con aún antiguas marcas de cicatrices y las piernas. Pensó, no por primera vez, en aquellos tiempos donde todo parecía ser más simple (si es que odiar a tus vecinos e ir a la guerra contra ellos por todo se podía considerar sencillo) y no el horizonte lleno de posibilidades que ni los más grandes filósofos de su tiempo pudieron imaginar.

Las manos de Atenas solían ser callosas. No pasaba día en el que, espada en mano y en la privacidad de sus aposentos, entrenaba con la espada hasta creer que se había fundido con uno de sus brazos. Las personas la admiraban no solo por su simbolismo, sino también la valoraban como persona. El respeto que se le tendría a una deidad caminando en la tierra.

Antes lo tenía todo, tal vez más de lo que creía, pero ahora...

—¿Qué haces despierta?

Dos brazos en su cintura y el rostro de Leander apoyándose en su hombro interrumpió la tormenta hasta reducirla a un murmullo casi imperceptible. La barba, ya empezando a crecer, de Esparta le provocó cosquillas y la necesidad de apartar el hombro. No lo hizo.

Estaba tan desnudo como ella, con las mismas cicatrices, algunas hechas por ella, aún estaban presentes en su cuerpo. Sus facciones habían abandonado la afilez pasada siendo ahora más suaves al tacto, pero quitando eso Esparta casi no había cambiado.

—¿Atenas?

—¿Te desperté?—Leander sacudió la cabeza.

—Soñé contigo—dijo—. No recuerdo lo que era, pero cuando quise abrazarte no estabas y me preocupé. ¿A estas horas has decidido poner a trabajar a tu pobre cabeza?

Este hombre solía ser su némesis, uno de los enemigos que más maldiciones la habían hecho soltar por la boca después de Persia. Ahora era la única persona que podía imaginar aún estando a su lado mientras otros caían a merced de la guadaña del tiempo.

Atenas, sonriendo, despegó la vista del vidrio.

—Alguien tiene que pensar en esta relación.

Esparta le pellizcó la cadera.

Nombre humano de Atenas: Aria

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Nombre humano de Atenas: Aria.

Nombre humano de Esparta: Leander.

Con esta pareja ya tenía ganas de hacerle algo desde el libro de opiniones. Me siento feliz.

Me parece gracioso que tanto mi Atenas como Esparta tengan relación con Third Reich.  Una porque se llama Aria y jaja chiste nazi (no me di cuenta hasta escribir esto, pero no lo voy a cambiar que me gusta el nombre). Otro porque Third Reich lo simpeaba.

#TraumaEnComún.

Y not me buscando un emoji de espejo como clown y acabar sin encontrar nada 🤡

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