Capítulo Diecisiete

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-Claire...

-¡Cállate!-gritó, y luego, como si acabara de caer en la cuenta, empezó a llorar.

El aire de distracción alegre que siempre estaba en sus ojos se había ido, ahora solo podía verse tristeza y dolor, no sólo en Claire, sino en todos los demás en la habitación.

-Todo va a estar bien...- dijo Kay, besando a Claire muy cuidadosamente, una y otra vez.

Era abrumador, y la verdad es que Indigo se sentía incómoda con toda la situación. Y tras varios segundos sin saber hacia donde mirar, salió al pasillo.

Vagabundeó por toda el ala Este del hospital, pero siempre volvía a la puerta blanca donde se había desatado el caos.

Fue a la sala de espera más cercana y ocupó uno de los feos asientos verdes. Intentó concentrarse en las caricaturas que habían puesto en la pequeña y anticuada televisión en la pared, pero le era imposible.

Se preguntó para qué había una televisión en la sala de espera de un hospital, puesto que nadie le estaba prestando atención. Por lo bajo, empezó a murmurar una canción, esperando que en algún momento sus ojos se abrieran y se encontara junto a Cake en su fría habitación de Michigan.

–¿Indigo, verdad?– Dean se sentó junto a ella. Ni siquiera se había dado cuenta cuando salió de la habitación.

Ella lo miró por unos segundos, y asintió. Su pelo era tan rojo...

Rojo. Rojo.

–Casey siempre fue muy irresponsable...– dijo Dean – Apostaría a que estaba ebria, o algo así.– Masculló,–Siempre ha sido una...

Indigo le lanzó una mirada, diciéndole en silencio que cerrara la boca. Dean pareció entender la indirecta, y decidió cambiar el tema. 

  – Oye,– dijo, ligeramente a la defensiva,– No sé que te haya dicho mi familia sobre mí, pero posiblemente es mentira. No tienen ni idea de nada. Así que te propongo que empecemos nuevamente, sin prejuicios. Eso quiere decir que yo no seré el rebelde desertor de secundaria que mi hermana dice que soy, y tu no serás la demente silenciosa que tu familia dice que eres. 

La muchacha se sintió un poco ofendida, pero asintió en dirección a su primo. Trató de regalarle una sonrisa cordial, pero francamente, había algo respecto a él que no le permitía confiar completamente. Quizás era su pelo, su pelo tan rojo...

Así que, de manera inconsciente, se quedó mirándolo fijamente, sus ojos yendo desde su cabello hasta sus ojos una y otra vez. El pareció sentirse extraño con la mirada de su prima, y por eso, para romper el silencio dijo:

  – Creo que iré por un café,–  y luego, le preguntó cortésmente:– ¿Quieres algo?

Indigo negó con la cabeza, y lo observó ponerse de pie y alejarse. Se quedó sentada allí, pensando en su primo y decidió que quizás él también merecía una oportunidad. A ella también le habían dado una después de todo.

Brent llegó al hospital poco después. Indigo lo vió caminar en dirección a la habitación de Claire y dijo con voz suficientemente alta como para que Brent la escuchara:

– Yo no haría eso si fuera tú.

Brent giró la cabeza en dirección a la muchacha.

–Timida, –dijo sonriente. Caminó hasta las sillas y se sentó a su lado. Rodeó sus hombros casualmente y la miró. Indigo permaneció con ambas manos en sus rodillas y la vista al frente.

–¿Cómo estás? –preguntó el chico, con evidente preocupación

–Estamos aquí por Claire, – le recordó Indigo. – Ella está muy mal. No puede caminar.

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