Capítulo Diez

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-Lamento haberte asustado.- Respondió Kay. Ella aún no se acercaba, era desesperante.

-Kay, pudiste haber muerto.- dijo en voz baja, pero aún así, podías notar el pánico emanando de sus palabras.

-Lo sé, Indigo.- Por alguna razón, ella cerró los ojos cuando él dijo su nombre. Cuando los volvió a abrir, estaban brillantes.

-No estoy llorando,- dijo ella, adivinando lo que Kay iba a preguntar.- Es sólo que me aterra la idea de perder a la única persona que parece entenderme.

Las palabras de Indigo tocaron profundamente el corazón de Kay. Se sintió especial, al saber que ella lo consideraba importante. Desde que la conoció trató de ponerse en su lugar, y no pudo, porque ella no tenía lugar. O no dejaba que nadie lo viera. Era como si el cascarón que la protegía se estuviese rompiendo para Kay, y era verdaderamente dolorosa la idea de pensar en que él pudo haber muerto, y dejado a Indigo sin coraza y sola otra vez.

Se acercó, finalmente, a él, y lo abrazó. Él sintió como sus hombros se relajaban, y su rostro se acomodaba entre su cuello y su hombro. Olía a chocolate.

Huele a chocolate. Pensó, agregando ese detalle a la lista de Indigo que su mente estaba empezando a confeccionar.

Duraron unos minutos así, pero ambos quisieron que fueran muchos más.

Indigo se alejó de él, abrió la ventana y separó las cortinas para que entrara algo de luz.

-¿Cuando puedes irte de aquí?- preguntó.

El muchacho se encogió de hombros. Ambos se quedaron callados, mirándose otra vez. Sus ojos reflejaban lo que sus bocas no decían, en un lenguaje imposible de descifrar, incluso para ellos mismos. Si a algo las personas llamaban química, en definitiva se parecía a aquello.

Ella no era un caso triste como todos decían. Kay podía notarlo. ¿Quién necesita palabras cuando puede gritar con sus ojos? ¿Quién necesita voz cuando tiene una mirada inconfundible?

Su silencio no era incómodo, nunca lo había sido. Él podía hacer el trabajo de hablar, hablaba demasiado. Y que ella fuera callada simplemente equilibraba todo.

-Dios, Indigo.- dijo, sin saber que estaba hablando en voz alta, notando que ella había agachado la cabeza.

Ella lo miró, su cara reflejando confusión.

-Nunca agaches la mirada.- dijo Kay.- Es demasiado hermosa.

Aunque hermosa no era el adjetivo correcto. Hubiese dicho que era sorprendente, espectácular, inigualable, celestial. Hubiese dicho que era como el océano antes de la tormenta. Hubiese dicho que era lo más cercano a la perfección.

Pero aún así, la palabra hermosa bastó para que una enorme sonrisa se extendiera por la cara de la muchacha. Y sus mejillas se pusieran del color de una cayena rosada.

Junio 17

Esa mañana, Indigo se percató de algo importante: Junio estaba a mitad de camino, y ella volvería en agosto. Eso le dejó un sabor agridulce en la boca. Sin duda alguna extrañaba su casa, su vida, el aire frío y las noches lluviosas de Michigan. Extrañaba sentir gotas heladas en su piel cuando salía al jardín. Extrañaba a su gato Cake, y escuchar canciones de Bryan Adams y Celine Dion, en su habitación, escribiendo en su diario.

Todo eso parecía tan lejano. Tan inalcanzable y perfecto.

Pero aún así pensaba en lo que extrañaría cuando volviera a casa, pensaba en Casey, pensaba en Claire, y en el roble de su patio, y el camino del bosque. En el gato cuyo nombre había olvidado. En la cabaña con ladrillos rojos. En Kay Lindsey.

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